Eusebio Leal Spengler expresó en una ocasión: “Cuando uno se detiene solo diez minutos ante el Jesucristo de La Habana puede entretenerse con sus líneas elegantes y suaves, pero sobre todo se estremece completamente sin poder explicar bien por qué”
Todo el mundo sabe que al Sol se le debe casi totalmente la existencia humana. Sin embargo, cuando me dispuse a reunir datos para redactar estas líneas, conocí algo, al parecer insignificante, dependiente también muchísimo de las propiedades y facultades enigmáticas de los vigorosos rayos del astro rey.

Me refiero a la curiosidad vinculada estrechamente con el mármol blanco de Carrara empleado por la insigne escultora pinareña Lilia Jilma Madera Valiente, nacida el 18 de septiembre de 1915 y fallecida en La Habana el 21 de febrero de 2000, para construir el impresionante y monumental Cristo de La Habana en la colina de La Cabaña e inaugurado a finales de diciembre de 1958.
A la sombra ese tipo de mármol italiano es blanquecino, absolutamente opaco, mas cuando le da el Sol la refracción de la luz ilumina con mucha fuerza, casi enceguecedora, a los interesados en ver de cerca la magistral y bellísima obra.
Estamos hablando de la mayor escultura o estatua al aire libre salida de las manos expertas de una mujer, al menos en nuestra patria, y pudiera ser también la primera fémina en cincelar en mármol blanco de Carrara una pieza escultórica de esas proporciones contundentes.
Desde niña Jilma Madera –como se le ha llamado siempre– evidenció inclinaciones pictóricas o dio señales claras de moldear figuras de su entorno, cosas o personas, aunque -aparentemente o no- lo hacía como un simple acto juguetón, con plastilina. No obstante, el intento, visto como un juego, se convirtió en su futura profesión, con la cual sobresalió entre las excepcionales artistas escultoras de nuestro ámbito, concentrándose, por supuesto, en prácticas y estudios especializados.
No había cumplido aún 40 años en 1952 y ya había realizado el retrato de Martí que fue colocado visiblemente a la entrada del Museo Fragua Martiana, en La Habana, y el busto del Apóstol de Cuba en la cima del Pico Turquino de la Sierra Maestra, en memorable suceso, acompañada por varias personas martianas, como Celia Sánchez Manduley, luego heroína del Ejército Rebelde junto a Fidel y su destacamento guerrillero.
Otra de sus obras, igualmente sensible y admirada por nuestro pueblo, historiadores, miembros de las FAR y del Minint, maestros, estudiantes y profesionales en general, es el monumento más pequeño y sencillo al padre y los tres hijos que ocultaron, en el llamado Pacto del Silencio, los cadáveres de Antonio Maceo y Panchito Gómez Toro, colocado cerca del Mausoleo de El Cacahual, en Santiago de Las Vegas.
Cifras, fechas y datos de una estatua genial
Las más llamativas creaciones de Jilma fueron erigidas casi siempre en alturas de lomas, como para que se vieran desde lejos o con el ánimo de ver desde esos sitios paisajes hermosos de nuestra geografía citadina o campestre.
El Cristo de La Habana, la mayor en tamaño y de más compleja conformación técnica, está a la entrada del puerto de la capital, en el extremo izquierdo y a 50 metros sobre el nivel del mar.

Esta hermosa escultura de Jilma, siendo más pequeña que otras en distintas latitudes o países, se diferencia de ellas en un detalle sumamente afectivo, delicado y sensible: no tiene el Cristo sus brazos extendidos, como si lo presentan de esa manera los Cristos de Río de Janeiro, Brasil; de Lubango, Angola; y Lisboa, Portugal.
La autora en su momento explicaría a un colega destacadísimo de la prensa cubana las razones estéticas y simbólicas de no esculpir a Jesucristo con los brazos abiertos, en pose noble de recibimiento y abrazo cariñoso, cálido. Lo hizo a su modo, porque prefirió recibir al visitante –creyente o no– con la intensa fuerza de su mirada y con la mano en el corazón, ese único músculo sonoro, esa única maquinaria que sufre o se alegra.
En los momentos iniciales la creadora pensó en erigir un Cristo más grande, de 35 metros de altura, tres más que el situado en la cima del Corcovado brasileño.
Sépase algo clave: Jilma participó en un concurso nacional con el proyecto para esculpir un Jesucristo y ganó con el suyo. Tal certamen incluía dinero procedente de un denominado Patronato escultórico, que reunió 200 000 pesos.
La artista cubana viajó a Italia y permaneció allí cerca de dos años, tiempo empleado con el fin de atender y guiar cada detalle de la construcción de semejante estatua.
La inmensa figura de mármol blanco se logró formar con 12 estratos horizontales y 67 piezas armadas adecuadamente en el interior, utilizando 600 toneladas del material. Su terminación exigió 12 meses de trabajo arduo dirigido por la experta escultora.
La travesía marítima de la enorme estatua
Es significativo el hecho siguiente: la travesía con el Cristo concebido en pedazos se emprendió luego de ser bendecido en piezas por el papa Pío XII, pontífice número 260, llamado Eugenio María Giuseppe Giovanni Pacelli, nacido en la ciudad de Roma el 2 de marzo de 1876 y fallecido en la localidad Castel Gandolfo el 9 de octubre de 1958.
El barco, con las piezas o partes de la formidable estatua, zarpó del poblado de Marina di Carrara, Italia, a mediados de aquel año 1958. El montaje empezó al principio de septiembre, con la ayuda de 17 hombres y una moderna grúa. Ya en La Habana se montó sobre base de tres metros de profundidad, en cuyo centro se le construyó la necesaria armazón de cabillas afinadas en el torso de la figura, insertada convenientemente en gruesa viga de acero hasta la cabeza del Cristo. Cada fracción de mármol se ató con tensores también de acero a la estructura central de la escultura.
Calidad de la obra y el rostro del Cristo
Si imaginamos algún libro de oro del conjunto escultórico monumental cubano, veremos -sin resquicio de dudas- a esta excelente escultora Jilma Madera capaz de modelar preciosas figuras con el material de su propio apellido. Sus piezas más pequeñas, medianas o de gran tamaño, son elegantes, con la marca física de un inconfundible estilo.
Prueba documental pudiera existir; no la conocemos. Comentarios de personas del pueblo han hecho pensar como real la motivación o inspiración de la artista para cincelar el rostro del Cristo en el recuerdo del hombre por el que estuvo sentimentalmente atraída y dejó en ella alguna honda e imborrable huella. No obstante, la escultura admite la certeza de esa lógica y humanísima versión.
Lo cierto es el consentimiento dado por Jilma en el sentido de tratar de lograr darle a la obra mucho vigor, decisión y firmeza naturales del ser humano conocido. En cuanto a la fisonomía; es decir, su rostro: laboró intensa y profesionalmente en aras de mostrarlo sereno, de visible entereza, como el nivel de convicción propia de quien no abandona por nada sus ideas. Jilma expresó no haber querido en ningún momento reflejar al Cristo de La Habana como un angelito entre nubes, sino con los pies firmes en la tierra.
Al evocar a tan destacada personalidad del arte escultórico, pensamos cómo la dicha se escuda en la esperanza y la ilusión sin fin. Ella demostró con su experiencia, su sensibilidad exquisita y sus manos, tener la perseverancia, amarga por naturaleza, si bien sus frutos son siempre dulces.
El Cristo de La Habana encierra sus misterios. En una entrevista, Pablo Picasso confesó algo digno de conocerse y recordarse: “Las mejores obras artísticas siempre contienen misterios nunca descifrados”.
La conciencia de Jilma reinó en su pensamiento del arte escultórico, convencida del valor equivalente a mil testigos. La gloria de su obra no fue conseguida rápidamente, por eso duró y dura a pesar de haber fallecido ya. El alma es algo no herible por la espada, no quemable por el fuego, no diluída por el agua, nunca secada por el viento. El alma es indestructible e invulnerable, y las esculturas de Jilma Madera Valiente tienen alma.
Fuente consultada
Cumple medio siglo el Cristo de La Habana, de Mario Cremata Ferrán, Juventud Rebelde, 17 de enero 2009.