Aunque la rodeaban otros niños de la Compañía Latiendo Sueños, al verla, los presentes quedaron atrapados por su diminuta figura.
Ajena por completo al entorno, ella colocó la palangana en el suelo, se acomodó delicadamente y comenzó a lavar, en elegante combinación de puños y empleo de un pequeño madero, como solían hacer muchas mujeres, sobre todo en los ríos, durante tiempos pretéritos.
Es nuestro arte, anidando desde edades tan tempranas en quienes deberán seguir defendiendo mañana y siempre nuestra cultura.






