Lutos que trae Facebook

Las redes sociales digitales suelen “apresarnos” si no intentamos buscar un balance


Millones en el mundo navegamos por la gran “familia” de Facebook. Es tendencia: la mayoría sucumbe por la variedad de los memes y los mensajes. Otros, como yo, encontramos cierta compañía. Sin desdorar para nada la importancia del contacto físico, la dinámica alocada de nuestros movimientos dificulta compartir los cafés o los chismes en el mismo lugar en que nacen. También, los argumentos sobre la falta de tiempo nos acomodan, siendo cada vez más improbable el saludo, mejilla a mejilla, a nuestra mejor amiga de la Universidad, al primo que vive en otra provincia o a la compañera de trabajo favorita.

Exuberante es entonces ese período dedicado a la luz azul que, cual serpiente encantada, “nos come el coco” y quita las necesarias energías para dejar de lado al móvil. Es usual que frente al televisor estemos atentos a dos pantallas, casi similares en atracción aunque diferentes en proporciones y en poder real de seducción.

Rusia Today transmitió una interesante indagación sobre el nivel de dopamina liberada cuando se interactúa con las redes sociales digitales, y con Facebook particularmente. Una investigación periodística desarrollada en España asegura que los jóvenes son los más “enganchados”. Se sostiene, además, que ya existen clínicas para frenar esa adicción y facilitar la combinación de la existencia substantiva con la proyectada desde la caja chica. Sin embargo, esa proclividad a vivir un supuesto mundo más perfecto no es exclusiva de los menores de 30 años.

En mi caso, ya expuse el motivo determinante. A mi favor debo mencionar que no ha sido la falta de insistencia hacia mis semejantes lo que me arrastró dentro de la imponente marea del celular. Ante la planificación para una tanda de cine, o un simple diálogo “normal”, nadie encuentra ese momento. Y como lo mío es la sociabilidad, pues ahí estoy en el reino de los likes y los rastreos de amigos lejanos, tan entraditos en años como yo. No me quejo, porque, al final, suelo arreglármelas para dar un buen abrazo a la menor oportunidad, malcriar a los sobrinos, detener a la vecina en su paso por la escalera.  

Tampoco deben despreciarse las bondades de este nuevo tipo de comunicación, instalado para siempre: se amplían saberes, ideas, doctrinas, horizontes; se refuerzan lazos afectivos, símbolos; se eternizan fotos y hasta sirve de plataforma para difundir el trabajo. Cada vez que la web de Bohemia publica mis artículos, corro a “etiquetar” a probables lectores. Y esto por sí solo ya es una ventaja.

Hay, en cambio, un “pero”, que nada tiene que ver con la red social digital, sino con la vida. Lo malo, lo dolorosamente punzante llega en ese preciso instante cuando en Facebook al dar click a mi lista de “amigos”, junto con los nunca vistos, aparecen aquellos con los que sí he tenido roces, cruces de palabras, opiniones, vivencias. De entre muchos nombres y apellidos, y por obra del algoritmo de funcionamiento automático, jamás se borran los que  fallecieron. Excolegas, compañeros de idas y vueltas, e inclusive algún entrevistado que devino ser querido, por comunión de personalidades e ideologías.

Y parte el alma, duele el instante en que el dedo sabe que es inútil marcarlo. Lástima, sí, sobre todo al percatarnos de que nos rendimos, de que no hicimos lo suficiente para encontrar el balance entre amores de aluminio y plástico frente al verdadero brillo de lo trascendente. Justo en ese minuto de luto juramos rectificar a expensas de una voluntad que Internet arrebata: la serpiente baila, ¿le venceremos?

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4 comentarios

  1. Dña. María Victoria, totalmente de acuerdo con vd: Facebook como cualesquiera otras cosas, disimiles cosas, tiene dos caras, como las monedas. Tiene cosas buenas, bonitas, y otras malas, tóxicas, hay que saber diferenciar y no engancharse o desengancharse de tal o tales redes. Muy buen artículo. Felicitaciones y saludos.

  2. Confieso que debí leer dos veces este trabajo de Maria Victoria. Anoche, cansado y somnoliento, de pronto me vi ante un difícil desafío lanzado por la autora: ¿Me estaré dejando comer el cerebro por el teléfono? Preferí dormir y dejar pendiente mi respuesta al convite.
    El nuevo repaso al interesante planteo de María Victoria me deja sin dudas de que la momentánea incertidumbre no derivó de su texto sino de mi fatiga mental en la víspera.
    Está claro que vivimos una época en que para el común de los mortales con acceso a Internet existe un nuevo modo de relacionarse con uno mismo y las demás personas. Las ventajas son infinitas, también los peligros y males ya lamentablemente conocidos.
    Todos los excesos son malos, y hasta la sobredosis de algo bueno puede, por inconsciente o irresponsable demasía, resultar fatal. Y eso vale para cualquier edad.
    Abrir perfiles en Facebook de quienes ya no pueden enterarse de la visita, puede ser consuelo y hasta alegría, o penosa prolongación del luto.
    Preservar la voluntad para decidir hasta qué punto disfrutar y crecer sin abandonarse a la maligna y tal vez irremisible condición de victima parece ser en este caso una disyuntiva más compleja y difícil que la enfrentada ante otras amenazantes adicciones, cuyo mejor remedio es no comenzar. En este caso la abstinencia es casi imposible. Hay que bailar con la serpiente tecnológica, cada vez más imprescindible, y procurar gozar de todos los sanos encantos posibles, pero sin permitirle que nos obligue a una danza macabra. He ahí el dilema, creo yo.

  3. Por suerte o desgracia en Cuba mucho analfabetismo digital y limitados moviles preserva del dominio de las redes y sus consecuencias dicotomía que nos priva del obligado acceso al curso actual y futuro de la historia

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