Mamá Juana

La tierra también puede parir héroes del trabajo


Como paloma rabiche, la espirituana Juana María Blanco Santo nació para vivir en el campo, entre árboles, plantaciones, animales, aire puro, cielo abierto… lejos del riesgo del dióxido de carbono emitido por miles de autos en la ciudad, de la contaminación ambiental e incluso de otro “contagio”: el que transmiten las miserias del interior humano.

Por eso, entre sueños, se recuerda a sí misma, muy niña, siguiendo los pasos de su adorado padre en todo, amando a esa tierra que todavía no se ha cansado de ordeñar y de sacarle fruto para alimentar la vida.

Tiempos duros aquellos. A los 11 años no sabía qué era un pupitre escolar. Por ello, muy joven, con tres hijos ya y sola en la pelea, le metió pecho de frente al mundo.

Con aquel ramo de flores –que “en pago” le entregó la misma familia con cuya ropa había largado los nudillos, lavando a puro puño– no podía alimentar a sus niños ni comprarles ropa, zapatos, juguetes… De manera que puso proa hacia las plantaciones cañeras. No había otra opción de empleo en toda la zona. Y, a la par, decenas de labores más que tanto siempre le han gustado: crianza de animales, lavar, planchar, cocinar, coser, bordar…

Con el colectivo que dirige, Juana le sigue ordeñando maravillas a la tierra.

Tras la tempestad…

Por supuesto que la vida compensa y recompensa. Bien lo sabe Juana, a pesar de que nunca hizo nada a cambio de algo. Ella solo recuerda que un buen día el central Melanio Hernández se le apareció, como rey mago, nada más y nada menos que con una casa.

“La construyeron para mí, me dieron el trabajo que mantengo, al frente de esta finca integral llamada La Victoria, donde tenemos caña, plátano, yuca, malanga, tomate, lechuga, boniato, calabaza, ajíes, cúrcuma, cerdos, pollos, vacas, caballos, bueyes…

“Aquí no solo he echado años de mi existencia, sino que también la vida me convirtió en Heroína del Trabajo de la República de Cuba. Nunca olvidaré cuando Fidel nos entregó el título. Nos felicitó de puro corazón. Pero qué va, yo no podía aguantarme y le dije: Comandante, el verdadero héroe es usted, por todo lo que ha hecho y sigue haciendo por nosotros los cubanos.

“A menudo recuerdo que en una ocasión me dijo que si no me quería ir jamás de donde estaba pidiera una silla de ruedas y me quedara todo el día, todos los días, sentada en ella bajo los árboles…”.

“El logro, el resultado de lo que hagas dependerá del amor que pongas” –afirma Juana.

(La emoción, a punta de húmeda pupila, le silencia momentáneamente la voz).

“No hay día en que no me acuerde de él, de sus enseñanzas… Y siento que no todos hacemos lo que debemos para cuidar y mantener lo mucho que nos entregó. Ojalá yo fuese más joven para agarrar una Unidad Básica de Producción Cooperativa y demostrar todo lo que se puede hacer en el campo, con amor, no por dinero, no por un salario…

“Este país necesita mucho del aporte de todos y no dejar de la mano, o a la deriva a los jóvenes. Si no les inculcamos el amor por el trabajo de qué va a vivir Cuba mañana, cuál va a ser nuestro futuro”.

Única mujer en la finca (y jefa de ella, además) Juana es como la niña de todos. O quizás la niña de los ojos de ese colectivo. De hecho, no solo su hijo Orestes le dice Mamá. Todos se repletan de orgullo la boca al decirle así: ¡Mamá!

“Imagínate, que un trabajador mío, residente ahora en los Estados Unidos, se enteró de que se me había zafado un brazo, me llamó y me dijo: Mamá prepárate, tengo todo amarrado para que vayas a operarte en Alemania con uso de rayos láser. Me dio mucha alegría el gesto, la preocupación, pero luego le respondí que estaba agradecida de todo corazón, que aquí tenemos también esa técnica y que ya todo estaba listo para operarme”.

Esos dedos, esas manos de Heroína, han hecho de todo lo bueno que puede hacer una mujer en esta vida.

Deslizo mi mirada desde los divinos surcos que el tiempo ha trazado en el rostro de Juana, hasta la delicadeza con que sus dedos separan los granos machos, piedras y otros desechos mientras escoge arroz sobre una mesa, y se me ocurre preguntarle qué labores ha realizado sobre esa tierra que tanto ama.

“De todo –me responde. De todo: siembra de caña, limpia de ella a machete o azadón, chapea de potreros, cultivo de viandas, labor con bueyes, cría de aves, de cerdos, chivos, carneros, vacas… En fin, de todo menos una cosa: encerrar pajaritos en una jaula”.

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