Foto. / prensa-latina.cu
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Mis seis deudas con Pedro Medina

Me creí con tiempo, y no fue así. Hoy confieso silencios que no debí guardar ante un grande: el receptor ecuánime que marcó mi juventud


“El problema es que crees que tienes tiempo”, advirtió Buda hace siglos. Y eso me acaba de pasar con el fallecimiento de Pedro Medina (72 años de edad).

Sí, el hombre de Edmonton. El receptor que marcó, como un sueño, mis años juveniles. El número 31 ecuánime y conocedor. El de los batazos monumentales por el jardín central. El de tantos recuerdos.

Hoy quiero confesar una tristeza: me quedé con al menos seis deudas. Y no le hice caso a Buda.

1

La noche de su último turno al bate, el 12 de mayo de 1988, yo estaba en el Estadio Latinoamericano como reportero de Granma. Suplía al colega Sigfredo Barros, quien –si no me falla la memoria– tenía un esguince.

Aclaro: escribo empujado por los recuerdos. Sin estadísticas. Otros colegas ya han hecho crónicas magníficas con cifras. Yo elegí demorar esta. Porque hay historias que no deben escribirse ni demasiado rápido… ni demasiado tarde.

Lo vi desplomarse, como muchos, antes de llegar al plato. La emoción le dobló las piernas. Compañeros y rivales se le acercaron. Lo animaron. Lo reconocieron.

Ya sin la fuerza de otros años, sin toda la concentración, quería salir pronto de ese lance. Dio un roletazo fácil al campo corto. Iba a ser out, sin duda. Pero corrió. Con oficio. Con vergüenza. Hasta el final. Un ejemplo que no siempre se ve, ni siquiera hoy, entre famosos.

Salió del terreno entre aplausos que deben haber llegado a Edmonton, donde en 1981 dio aquel jonrón al que volveré.

Entonces… lo seguí con la mirada. Con los pasos. Entró al banco, bajó por el túnel, cruzó un pasillo que me pareció inmenso. Iba hacia los vestidores.

Se recostó, abatido, contra la pared izquierda.

El único que vio eso, periodista o no, fui yo.

Y cometí un error. Aun un poquito nuevo en el oficio, decidí respetarle ese momento. No lo interrumpí.

Después el colega Juan Marrero, su vecino y entonces jefe del Departamento de Internacionales en Granma, le escribió una crónica.

Con el tiempo aprendí a ser más incisivo. Como aquella vez que entrevisté al mítico entrenador Bora Milutinovic, en los Juegos Panamericanos de Mar del Plata 1995. Quizás algún día escriba sobre esa aventura.

2

Tampoco hablé con él de eso –ni de tantas otras cosas– cuando fue mi profesor en el Instituto Superior de Cultura Física Manuel Fajardo.

3

En la Copa Intercontinental de Edmonton 1981, debía abrir el juego decisivo contra Estados Unidos. Sin embargo, el polémico director Servio Borges lo dejó en la banca.

Lo llamó de emergente cuando ya Cuba estaba contra las cuerdas. Pedro dio el jonronazo que empató el juego –que luego se perdió– contra el zurdo Ed Vosberg, futuro lanzador 10 años de Grandes Ligas.

En un video recirculado tras su muerte, él mismo recuerda que sabía lo iban a llamar. No menciona el nombre, pero dice que se lo advirtió a alguien.

Creo que lo contó en un ambiente informal, en el ISCF, y que se lo dijo al propio Servio antes de irse al bullpen.

Y yo, nuevamente, lo dejé para después.

4

Años más tarde, lo vi más de una vez cerca de mi casa. Entrando o saliendo de su Peugeot gris, mientras yo hacía caminatas deportivas.

Y, de nuevo, no me acerqué.

“El problema es que crees que tienes tiempo”.

5

Jamás le confesé que para mí fue el receptor integral más completo de nuestras Series Nacionales. Integral: uniendo ofensiva y defensa. Aun cuando, al final, su brazo ya no era el mismo.

6

Tampoco le pregunté si se acordaba de un primo mío: el también fallecido Félix Miguel Salgado Valdés, otro de sus admiradores. Habían sido compañeros en la secundaria Jesús Lancha, al costado del parque del anfiteatro de Guanabacoa.

***

Confesión final:

Más allá de lo que considere cada lector de BOHEMIA: Si cuando uno muere va al cielo, quizás, mi primera entrevista allá arriba será… ¡LA DE PEDRO MEDINA!

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