El próximo domingo se realizará una de las celebraciones más tradicionales que se festejan en el mundo entero: es la del día de los padres. Esta fecha, al igual que la de las madres, es una jornada para honrar también la paternidad consciente y responsable.
El origen de la conmemoración tuvo lugar en 1909 en los Estados Unidos y se celebró la primera vez en ese país el siguiente año 1910. Poco a poco se fue extendiendo a varios países de América y parte del resto del mundo. En particular, Cuba comienza a conmemorar este día desde el año 1938, el tercer domingo del mes de junio.
Se presenta a través de la iniciativa de Dulce María Borrero, poetisa, bibliógrafa y notable pedagoga cubana defensora de los derechos de la mujer. El 19 de junio de 1938 tuvo lugar la primera celebración del día de los padres en el país.
Por todo ello la sección BOHEMIA VIEJA les propone volver a hojear el artículo escrito por la periodista Mirtha Rodríguez Calderón, publicado el 24 de marzo de 1989. En este trabajo la autora hace un relato de la primera pareja cubana donde el padre acompaña a su esposa durante el parto de su hijo.
¡Papá en el parto! Exaltación de la alegría[1]
Un relato excepcional de la primera pareja que comparte en nuestro medio el instante supremo del amor y el apoyo recíproco en el nacimiento del hijo de ambos
Un reportaje reciente de BOHEMIA condujo a la pareja hasta la oficina de la psicóloga Rosaida Urbano, en el hospital Eusebio Hernández, de Marianao, para pedirle ser ellos los primeros en experimentar las ventajas de la participación del papá en el parto.

La especialista vaciló; Marta Dania Guevara Boy andaba ya por las 37 semanas. “Pero nosotros notamos que se alegraba», comentó ahora Luis Orlando Rodríguez Fernández, un hombre tan feliz que no encuentra palabras para referir todo cuanto sintió al oír el llanto de su primer hijo y la carga inmensa de amor que lo estrechó con su joven esposa. Ella, por su parte, está segura de que “no habría parido si no es por Luis: el niño es tan grande (pesó 10 libras y 6 onzas) que dudo de haber podido tenerlo sin cesárea…»
Para muchos, en Maternidad Obrera, el nacimiento del robusto Marcos Orestes ha significado un incentivo a la reflexión. Con él comienza una etapa en que también el papá tendrá la posibilidad de disfrutar de ese instante supremo en la vida de los amantes; y en ella el ejercicio de su derecho a estar afectivamente acompañada en esas horas, cuando la mujer asciende cúspides tanto por el enorme esfuerzo físico que reclama el advenimiento de su hijo como por las gratificaciones de felicidad que llegan con él.
La preparación que recibieron Luis y Marta desde aquel día de enero cuando la licenciada Urbano aceptó al matrimonio para demostrar en ellos tesis desarrolladas durante varios años, les permitió adentrarse en sensaciones que pocos han tenido en nuestro medio, si bien la presencia paterna es cosa común en los salones de obstetricia de muchos países del mundo.
También, para los galenos que estuvieron cerca del acontecimiento de este primer ensayo de la recomendación formulada el año pasado por el Seminario para promover en Cuba las estrategias adoptadas en Nairobi en 1985 en favor de la mujer, ha probado su viabilidad y sentido humano.
—Personalmente pienso —precisó el doctor Rafael Laborde, jefe del equipo, [en] su viabilidad y sentido humano, aunque no todos los esposos podrán portarse bien. Siento, sin embargo, que vale la pena intentarlo. Es algo novedoso y yo tuve que empezar por convencerme a mí mismo. Lo cierto es que este papá se portó de un modo encomiable. Fue un parto laborioso por la posición del feto, al que hubo que rotar; y por el volumen de la cabeza que requirió instrumentación. Aunque en ese instante Rosaida decidió pedirle al compañero que saliera, yo estoy seguro que él era capaz de aceptar ese paso necesario para ayudar a nacer al niño.

—Fueron apenas nueve minutos de ausencia paterna —comentó la psicóloga—. Yo también sentía que Luis y Marta podían haber continuado juntos en aquella escena tan hermosa y, para mí, profesionalmente, tan reconfortante. Pero asumí la responsabilidad de separarlos para cuidar del estrés a los médicos y al propio padre.
Cuando Luis percibió el primer grito de vivir de Marcos Orestes, la emoción quebró su resistencia: Se produjo entonces un cuadro indescriptible: aquel hombre crecido en su propia calidad humana abrazó a su mujer, agotada, y las lágrimas de ambos forjaron transparencias de cristal sobre el cuerpecito recién estrenado del hijo, cuyo disfrute les fue dado enseguida.
La sucesión de felicitaciones, preguntas, júbilos, besos, abrazos y curiosidades de todo tipo, que inundó a la pareja a partir de ahí, perduran aún, casi tres semanas después del alumbramiento ocurrido el 21 de febrero.
Luis Orlando, además, transita por tal cúmulo de sentires nuevos que no ha cesado de comunicarle a todo el mundo los detalles de ese universo de amor del cual se apropió junto con Marta y el varoncito que los trasciende.
DEBATE ABIERTO
Desde aquel trabajo periodístico: Agrandar el mundo entre dos, publicado el 6 de enero, el asunto ha sido objeto de frecuentes debates. Y no sólo entre médicos.
Mujeres hay para quienes imaginarse al compañero consigo en ese momento crucial les hace suponer posteriores inconvenientes para el disfrute de la sexualidad en común o, sencillamente, por pena de que él la vea en trance tan singular.
Algunos hombres, por su parte, creen que les faltaría valor para soportar el sufrimiento de la mujer y afrontar con ella las contingencias naturales de ese proceso espléndido.
Ambos juicios ignoran lo que la licenciada Urbano repite con énfasis: “El parto exige un equilibrio que se le dificulta mucho a la mujer cuando no tiene a su lado a alguien de su confianza para compartir la angustia, los temores y, posteriormente, el éxito y la alegría. La asistencia del padre en el recibimiento de su hijo es una experiencia única que los estrecha entre sí y con el niño. En la medida en que el hombre pierde su pasividad y adopta un papel protagonice, se siente feliz de haber participado y la madre se muestra protegida y confiada”.
Los asertos de la psicóloga recibieron confirmación en este primer caso. El doctor Laborde fue elocuente al expresarlo: “Yo siento como una suerte para mí que ella no llegase a parir en el tumo del doctor Rosales, porque fue algo hermoso: este hombre estaba tan visiblemente emocionado que lo ocurrido fue muy lindo para todos. Me di cuenta desde el primer instante de que ella lo buscaba, lo miraba-, su presencia la hacía sentirse ayudada y fortalecida. Sé muy bien cuánto hermana vencer dificultades cuando se trata de amigos u otros parientes. Puedo comprender a la perfección lo que significa esto en el acercamiento de una pareja”.
Los comentarios sobre el tema alcanzan, por supuesto, a los médicos. No pocos suponen que esta presencia ajena en el salón constituirá un estorbo, un “alguien” preguntando y opinando, “criticando o sugiriendo acerca de lo que no sabe”.
Anticipar cuáles serán las conductas masculinas cuando la práctica se amplíe es, ahora, de todo punto imposible. Un criterio a escuchar lo aportó el doctor Francisco Rosales, jefe del grupo con el cual Marta Dania Guevara hizo casi todo el preparto. El obstetra, por demás, miró siempre con agrado los esfuerzos de la licenciada Urbano que empiezan a materializarse:
—Creo que para hacer esto de una manera general hay que pensarlo mejor. Me parece que debe escogerse a las parejas y trabajar sólo con quienes muestren el deseo de cooperar con la experiencia. Opino que, más que nivel cultural, se necesita sentido común y la cualidad del esposo para no fomentar la ansiedad de ella. Hay hombres que no están preparados. Si en la primera etapa se producen incidentes, temo que los obstetras, a quienes sí considero dispuestos a aplicar esta novedad, que es vieja en muchas partes, mostrarían resistencia.
“En mí caso soy muy favorable. Comúnmente, cuando atiendo a una compañera que se resiste al examen, que grita y se porta mal, yo hago subir al marido y le explico: «El hijo es de los dos, si ella continúa así yo no podré ayudar…» He comprobado muchas veces el resultado favorable.
“El esposo de esta paciente posibilitó que ella estuviese tranquila todo el tiempo; la animó, contribuyó a cumplir las indicaciones y, cuando las contracciones fueron más frecuentes, que es ese instante de desaliento y de pensar que aquello será superior a sus fuerzas, su ayuda fue importantísima. Porque este no fue un trabajo de parto breve (algo más de nueve horas), aunque sí normal con relación a sus propias complejidades y al tamaño del feto…”

ANSIEDAD VERSUS SOSIEGO
—Yo me atendí el embarazo con mi médico de la familia, la doctora Ileana Morales, en Jaimanitas. Pero el de la ocurrencia de querer estar en el parto fue Luis: él lo había visto en películas, en fotos de otros países… Entonces aquel día vino corriendo con la BOHEMIA:
—Chini, Chini, ¡mira lo que salló aquí!
—Al día siguiente vinimos a ver a la doctora Urbano. Ella se preocupó por lo muy adelantada que yo estaba, pero aceptó empezar la preparación de los dos confiando en que me demoraría 4 ó 5 semanas más.
—Para mí fue una sorpresa muy grata —comentó Rosaida—. Me había imaginado yendo yo a buscar a las parejas y no a ellos tocando a mi puerta. Luego tuvimos una sesión de trabajo juntos, otras dos por separado: con ella y con él; una más con la doctora Aurelia Peñalver, la obstetra que les explicó todo el proceso fisiológico y que fue muy colaboradora.
Y finalmente un encuentro para aclarar dudas…
—A ellos le preocupaba, sobre todo, —relató la doctora Peñalver— a lo que la gente llama el piquete. Ahora comprenden muy bien el valor de la episiotomía y cuánto ayuda al niño, en particular cuando es tan grande como Marcos Orestes.
Marta y Luis tienen dos años de casados. Se aman mucho y discuten también. El es un carácter ansioso y ella sobria, pausada: Luis aspira a «agitarla” y ella a “tranquilizarlo”.
—Pero si algo faltaba entre nosotros ahora está —explicó Luis, conmovido. Yo siento, no que la ayudé, sino que pasé lo mismo que ella: quería metérmele dentro. Observé cómo su rostro se transformaba por el esfuerzo; era otra Marta. Pero, ¡mire ahora qué sonrisa más linda…! En ese momentico en que no estuve con ella, cuando la instrumentación, me sentí muy nervioso. Y el llanto de mi hijo…: ¡esa es la alegría más grande de mi vida! Entré… ¡y yo no sé ni lo que pasó, entonces! No hay palabras… La acompañé en la expulsión de la placenta y durante la sutura. En todo ese rato ya teníamos al niño: ¡cargarlo acabadito de nacer, y tenerlo entre los dos, tocarlo…! Fue algo inolvidable, de verdad. Yo quiero a Marta; ahora la respeto y considero más…
Marta extiende la mano y alcanza la de él. En el otro brazo tiene una transfusión porque la hemoglobina le bajó bastante. Panchita, su mamá, la acompaña también:
—Para toda la familia fue una gran tranquilidad —refirió la abuela del tronquito, como le dicen entre ellos al corpulento bebé. Cuando mi esposo llegó preocupado yo pude calmarlo: “Luis está con ella; acuérdate que no está sola”. Porque, aunque uno sepa de la calidad de los médicos, no es lo mismo…”
—Este es mi primer hijo —intervino Marta. No puedo ni imaginarme cómo habrían sido las cosas si Luis no está conmigo. Yo sentía que él me ayudaba a hacer fuerza sosteniéndome las piernas dobladas para pujar; me animaba, respiraba como yo, me indicaba cómo hacerlo cuando pasa eso de que una se siente como perdida. Hacia las dos de la mañana yo estaba aturdida, ya no podía distinguir qué me pasaba en cada momento. Ahí me habría descontrolado totalmente si él no me dice, si no hubiera tenido su confianza…
La pareja fusionó su mirada. Marcos Orestes bostezó indiferente. La psicóloga Rosaida Urbano sonrió. Panchita y yo comprendimos que algunos estábamos sobrando.
La presencia paterna en ese acto cotidiano y siempre deslumbrante del vivir estrena una etapa entre nosotros.

Algunas portadas de nuestra revista dedicadas a los padres:


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[1] Publicado en la revista BOHEMIA, edición no. 12; 24 de marzo de 1989, páginas 21-24, sección El Archipiélago. Autora: Mirta Rodríguez Calderón.