Donald Trump, fortalecido tras el atentado, provoca una atmósfera de competitividad, mientras Kamala Harris apela a su trasfondo multicultural para conectar con el electorado
Poco más de un mes separó este año las convenciones de los partidos más grandes de Estados Unidos. Una lluvia de confetis y decenas de miles de globos marcaron los dos eventos. Además de la puesta en escena, los participantes de uno y otro encuentro compartieron su intención de narrar historias y evadieron las propuestas reales encaminadas a resolver problemas.
Donald Trump, aclamado como un héroe tras sobrevivir a un atentado, salió de Wisconsin con la convicción de un triunfo seguro. Mientras, la coronación de la candidata demócrata Kamala Harris en Chicago, en una campaña llena de giros de ciencia ficción, revitalizó a las filas “liberales” y descolocó al exmandatario.
Durante la contienda, el carácter y las historias personales cobraron protagonismo en detrimento de los programas concretos. Los colegas de la exfiscal ni siquiera se molestaron en actualizar su plataforma y presentaron un documento en el que se habló una y otra vez de lo que harían en la “segunda administración” de Biden. El multimillonario, por su parte, renegó del elaborado y ultraconservador Proyecto 2025, una especie de guía de actuación para su hipotético nuevo gobierno.
Harris, quien durante cuatro años estuvo a la sombra de Biden, encaminó su discurso de cierre hacia tres objetivos: atacar a Trump, apelar a la unidad y presentarse a sí misma. Repasó su historia familiar: hija de inmigrantes jamaicano e india que se conocieron en la Universidad de Berkeley y se crio en un barrio de clase media.
La abogada prometió, desde la perspectiva del interior, impulsar una ley que garantice el derecho al aborto en todo el territorio nacional, una regulación que, tras la sentencia del Tribunal Supremo de 2022, quedó en manos de los Estados. También abogó por una normativa que proteja el derecho al voto y una rebaja de impuestos para la clase media que beneficiaría a más de 100 millones de ciudadanos. Estas fueron sus ideas más repetidas, aunque, en realidad, la implementación de las medidas dependería del Congreso, no del Presidente.
Si bien no ahondó en sus planes económicos ni otros puntos de su agenda, no eludió la política exterior. Mencionó con firmeza su apoyo a Ucrania y a los aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, así como a Israel. Harris ha evitado realizar entrevistas extensas. No obstante, su popularidad ha experimentado un repentino auge, situándola a la cabeza en las encuestas, pero, como bien sabe Hillary Clinton, eso no garantiza el triunfo.
Otro objetivo del cónclave demócrata era dar a conocer al público a Tim Walz, el candidato a la vicepresidencia escogido por Harris. Hasta hace tres semanas, él era un político con escaso reconocimiento nacional. El gobernador de Minnesota tiene un pasado como profesor de Geografía y entrenador de fútbol americano en una escuela secundaria de una pequeña ciudad. En su discurso de aceptación, aprovechó la metáfora deportiva de la remontada en el último minuto, con tan solo 71 días para las elecciones: “Nos toca ir a muerte, a presionar, a meternos hasta la cocina, pase a pase, donación a donación, llamada telefónica a llamada telefónica, toque en la puerta tras toque en la puerta”.
Trump, sin quedarse atrás
La atmósfera política se inclinó hacia Harris. Trump, incapaz de soportar perder el centro de atención, intentó contrarrestar la reunión demócrata con varios mítines que apenas recibieron cobertura. En uno de ellos, el independiente Robert F. Kennedy Jr., conocido por difundir teorías conspirativas, apareció para apoyarlo tras retirar su propia candidatura, formando así una extraña alianza. Aunque la influencia del sobrino de John F., el famoso político de la década de 1960, es limitada, estas elecciones podrían decidirse por un margen mínimo.
El cambio de liderazgo demócrata, tras la desastrosa actuación de Biden en el debate del 27 de junio, dejó en una posición incómoda a Trump, quien parece incapaz de encontrar estrategias para atacar a su nueva rival. Ni siquiera logró definir un apodo despectivo para ella, como suele hacer con sus oponentes. Eso sí, ya ensayó varias blasfemias.
Los asesores del showman le aconsejaron centrarse más en las propuestas que en los ataques personales, pero su naturaleza le pesa. Cuestionó la identidad racial de Harris y la llamó “perezosa”, entre otras muchas lindezas. En una de sus actividades, en Asheboro (Carolina del Norte), buscó el refrendo de los asistentes al preguntarles si debería meterse en el terreno individual y lo logró de forma abrumadora. “Mis ayudantes… están despedidos”, bromeó.
Entre los argumentos más recurrentes, atacó el tema de la inmigración. Una de sus propuestas destacadas, que no detalló en su ejecución, es una deportación masiva, temida por millones de personas que están tramitando la acogida o la residencia. Por su parte, Harris acusó a su rival de boicotear una ley destinada a regular la frontera.
Sin embargo, el duelo está más tenso en el área de los atributos personales. Los republicanos dibujan a su contrincante como una incompetente peligrosa. Los demócratas presentan a su oponente como un egoísta egocéntrico que solo se preocupa de sí mismo y que es una amenaza para la democracia. Además, encontraron una nueva línea de ataque al destacar su edad.
Ninguno de ellos, por sí solo, decidirá nada. Al entender quiénes son los que toman las determinaciones, deberíamos mirar al corazón de la oscuridad evocando las letras innombrables de las compañías BlackRock, The Vanguard Group, State Street Global Advisors y otros colosos más pequeños. Al parecer, Harris y Trump, dos personas con diferencias en política popular (identidad, género, raza, etnia, religión), demostraron que el poder está cómodo con cualquiera de los dos.
Hasta ahora, un Presidente enfermo erosionaba la fe de los votantes en un sistema anacrónico y sin alternativas reales, propio de sus orígenes esclavistas. Harris, como hubiera hecho cualquier otro candidato, le dio una bocanada de oxígeno a los demócratas y, en consecuencia, a la nación. Un hombre que cojea no camina bien. El funcionamiento de Estados Unidos necesita dos piernas que, en apariencia, se oponen en sus movimientos, pero una colabora con la otra en el avance.
Por el momento, continuará caminando y la dirección seguirá estando en el verdadero poder corporativo, financiero y militar. No en el pueblo.