Foto. / Tomadas del libro Historia de una gesta libertadora.
Foto. / Tomadas del libro Historia de una gesta libertadora.

Un héroe del 5 de septiembre de 1957

La dictadura de Fulgencio Batista fichó a Julio Camacho Aguilera como uno de los luchadores clandestinos más audaces: lo persiguió con saña, lo capturó y lo torturó salvajemente


La heroína Celia Sánchez Manduley lo llamó “el hombre de Cienfuegos”; ella, hurgando en documentos históricos, halló que era Camacho en Guantánamo, Jordán en Santiago de Cuba, Jacobo en Las Villas y Gastón en La Habana.

Comandante del Ejército Rebelde Julio Camacho figura entre los luchadores clandestinos de mayor edad, estatura y lealtad entre los apresados por los cuerpos represivos de la tiranía. Tiene actualmente 100 años y sigue creando.

Esteban Ventura Novo lo apresó el 18 de noviembre de 1957 durante una reunión en el reparto habanero de Buenavista junto a compañeros clandestinos de Pinar del Río. Lo torturaron de modo abominable. Perdió la locomoción cierto tiempo, le partieron cinco costillas, orinó sangre durante 32 días y se arrastraba, pero no pudieron arrancarle ni un solo dato comprometedor. Para despistar a los verdugos, solo mencionó los nombres de muertos, desertores y barbudos de la Sierra Maestra.

Hoy, a pesar de su avanzada edad, está absolutamente lúcido junto a Georgina Leyva Pagán, también combatiente de la lucha clandestina y de la Sierra Maestra, y ha confesado en distintas entrevistas sentirse orgulloso de su trayectoria y la de ella. Él exhorta siempre a la juventud a beberse la historia heroica del 5 de septiembre de 1957 en Cienfuegos y no dejársela quitar nunca por nada ni nadie. En esa ciudad combatió con una carabina automática M-1, como jefe del alzamiento protagonizado allí.

En 1955 asaltó un polvorín de la Empresa Ermita Sugar Company en busca de explosivos para la lucha. Después se convierte en uno de los dirigentes de la Hermandad No. 11 de los Ferrocarriles de Guantánamo, integrante de la Juventud Ortodoxa y luego de la dirección del Movimiento 26 de Julio en varias provincias.

Julio Camacho Aguilera nació en el central de Santa Lucía, renombrado Rafael Freyre, en Holguín; se crio desde los cinco años en la similar azucarera Ermita, rebautizada Costa Rica, en Guantánamo. / Tomadas del libro Historia de una gesta libertadora

En diciembre de 1956 y enero de 1957 estuvo al frente de una pequeña guerrilla en las montañas guantanameras, luego de haber participado en el histórico alzamiento del 30 de noviembre de 1956 en apoyo al desembarco del Granma.

Frank País mandó a Camacho a reorganizar la lucha del Movimiento en Las Villas, donde se convirtió en el dirigente provincial de Acción y Sabotaje. Tras la muerte del destacado jefe santiaguero, su sustituto René Ramos Latour, Daniel, lo nombró Comandante de las Milicias del 26 en agosto de 1957 en tierra villareña, sujeto a la aprobación posterior de Fidel y así ocurrió.

En suelo villareño el notable protagonista del alzamiento cienfueguero contactó al comandante Faustino Pérez, quien lo puso al corriente de una conspiración nacional de exoficiales de la Marina de Guerra y por él conoció al joven excapitán de fragata Dionisio San Román, representante principal en aquel significativo acontecimiento combativo.

En diálogo con este redactor hace cerca de 15 años, Camacho habló de su intención de abrir un frente guerrillero en la Sierra del Escambray, con las armas entregadas a la célula del 26 de Julio que funcionaba secretamente con 35 conspiradores en el Distrito Naval de Cayo Loco, en Cienfuegos, y cuyo jefe era el cabo Santiago Ríos: el grupo ya estaba organizado cuando él llegó al territorio. Con él preparó las acciones del 5 de septiembre.

El día 3 de ese mes partió para La Habana a entrevistarse con Faustino, lo hizo el día 4 y así supo más detalles sobre los planes conjuntos de la Marina y el 26 de Julio. La misión esencial de Jacobo era dirigir el alzamiento militar cienfueguero con marinos y civiles, al amanecer del 5 de septiembre, porque en la noche del 4 el dictador celebraría una fiesta con sus politiqueros y allegados compinches.

Pelotones combinados de marinos y milicianos civiles se constituyeron para rendir a la Policía Marítima, a la Policía Nacional y a la sede de la Guardia Rural. Durante muchas horas resultó tomada la ciudad de Cienfuegos.

Marinos alzados y pueblo de la Perla del Sur sufrieron intensos y despiadados bombardeos y ametrallamientos. Luego los atacaron los regimientos armados procedentes de Santa Clara, Matanzas, el denominado Diez de Marzo, del antiguo cuartel militar capitalino de Columbia y una compañía de infantería de Camagüey. Milicianos y marinos les provocaron numerosas bajas a las tropas batistianas, pero la superioridad enemiga en número, armas, así como entrenamiento, se impuso finalmente.

Las armas arrebatadas a los militares enemigos en distintas dependencias no alcanzaron para todos los revolucionarios sumados al combate. Dionisio San Román trató de abandonar el lugar en el cañonero 101, donde lo apresaron. Quisieron asesinarlo pero el jefe del buque se negó. Camacho logró permanecer en el escenario de la lucha hasta las seis de la mañana del día 6 y logró evadir el cerco de los militares. El grupo de oficiales armados de San Lorenzo, defendido por el teniente Dimas Padilla, luchó para que los milicianos se retiraran. Por ser de las fuerzas armadas les iban a perdonar la vida, pensó, pero los capturaron y a todos los asesinaron.

El comandante Julio Camacho Aguilera con su compañera de ideales, de la lucha clandestina, la Sierra Maestra y de la vida como esposa firme y fiel. / Tomadas del libro Historia de una gesta libertadora

Juan M. Castiñeira, Orlando Fernández García, Saborit, y Dionisio San Román, eran tres de las más importantes figuras de la conspiración nacional de oficiales de la Marina. En su momento el comandante Camacho Aguilera declararía que lo salvó a él y a varios más el propio pueblo cienfueguero. El carbonero Mario Benítez, Arañita, sacó al grupo en un barco. Los compañeros de la pescadería Villalonga avisaron a la familia de los Curbelo Morales. Lo trasladaron hasta la finca Aguadita, cerca de Rodas, donde se escondieron 11 días en un cañaveral. Salieron poco a poco. El último en alejarse, con dos granadas y dos pistolas, fue Camacho, en las ancas de un caballo cuyas riendas llevaba Raúl Curbelo Morales. Otros compañeros, de Santa Clara, concluyeron su rescate. Marcelo Fernández y Osmany Cienfuegos lo localizaron para que ocupara el cargo de Enrique Hart Dávalos, quien cayó prisionero.

Por aquellos sucesos asistió a tres juicios y recibió la libertad condicional. No le probaron su presencia en Cienfuegos, pero sí en el alzamiento del 30 de noviembre en Santiago. Estuvo preso en la cárcel de Boniato, en Oriente, con Armando Hart y otros que de la clandestinidad.

En resumen, Julio Camacho Aguilera formó parte de los luchadores clandestinos desde el 30 de noviembre de 1956; comandante desde agosto de 1957, primero en el Llano y luego en la Sierra Maestra; Fidel le dio la tarea de infiltrar compañeros del 26 de Julio en las filas de las fuerzas armadas y laboró en la misión incansablemente.

Ha sido primer secretario del Partido en varias provincias; integró el Buró Político durante más de una década y fue elegido miembro del Comité Central en el VI Congreso del Partido. Desde 1968, que visitó con Fidel la península de Guanahacabibes, ha trabajado afanosamente por su desarrollo y continúa actualmente en esa tarea junto a su compañera Georgina Leyva Pagán. Siempre ha dicho que continuará la labor iniciada allí un día por el comandante Ernesto Guevara, sitio calificado por Fidel como “lugar de mucho valor, digno de cuidado”.

Sépase cómo la dictadura fichó a Camacho: “Es un hombre que arrastra la erre, de piel blanca, de gran estatura, delgado, de modales suaves, pero altamente peligroso”. Y lo era en verdad para la tiranía, pero no para la Revolución fidelista y socialista que ha cumplido 65 años también por contar con su inteligencia, tenacidad y entusiasmo.

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Fuentes consultadas: Los libros: Historia de una gesta libertadora, de Georgina Leyva Pagán y El hombre de Cienfuegos, de Luis Hernández Serrano.

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