La exclusión de Cuba, Nicaragua y Venezuela revela la sumisión dominicana a Estados Unidos y desnuda el verdadero rostro político de la Cumbre de las Américas
La decisión de excluir a Cuba, Nicaragua y Venezuela de la X Cumbre de las Américas, que se celebrará el 4 y el 5 de diciembre en Punta Cana, República Dominicana, desnuda una vez más el rostro real de este foro hemisférico: más instrumento de poder que espacio de diálogo.
A pesar de los anuncios iniciales de inclusividad, el gobierno de Luis Abinader optó por plegarse a los dictados de Washington, repitiendo el guion de la edición anterior, celebrada en Los Ángeles en 2022.
La exclusión no es un gesto aislado, sino un síntoma claro de la incapacidad de ciertos gobiernos de actuar con verdadera soberanía. Desde el primer momento, la postura dominicana estuvo marcada por la presión de Estados Unidos. El comunicado de la cancillería del país caribeño intenta presentar la exclusión como una decisión “multilateral” para “garantizar la mayor participación posible”, pero en realidad obedece a una lógica de alineamiento político.
Santo Domingo afirmó que su prioridad es “el éxito del encuentro” y no un diálogo político hemisférico sin exclusiones. En los hechos, se plegó a las reglas de la Organización de Estados Americanos (OEA) –instrumento histórico de control estadounidense– y a las exigencias de Washington, el cual mantiene una política agresiva hacia los tres países marginados.
La analogía usada por comentaristas locales es elocuente: adolescentes que para complacer a los acosadores discriminan a sus amigos más leales, el gobierno dominicano dio la espalda a naciones históricamente solidarias con su pueblo.
De la promesa de inclusión a la obediencia política
Cuando la República Dominicana asumió la decisión de organizar la Cumbre, Abinader anunció que sería “inclusiva”. Pero ante la presión política, cambió de postura. En su comunicado del 30 de septiembre, la Cancillería justificó la exclusión argumentando que Cuba, Nicaragua y Venezuela “no forman parte de la OEA” y “tampoco participaron en la pasada edición”.
Sin embargo, en otras ocasiones –la Cumbre Iberoamericana de 2023 o la Celac de 2017, celebradas en suelo caribeño–, estos países sí fueron invitados y participaron plenamente.
Este viraje no puede entenderse como un simple tecnicismo diplomático. Es una decisión política que marca distancias con gobiernos soberanos y críticos de la hegemonía estadounidense.
Claudicar ante brutales presiones
La respuesta de Cuba fue inmediata y firme. La Cancillería calificó la medida de “decisión impuesta por el gobierno de Estados Unidos” y advirtió que constituye una “claudicación ante las brutales presiones unilaterales”.
Para La Habana, esta exclusión representa “una involución histórica” la cual hace imposible un intercambio respetuoso y productivo entre América Latina y la potencia imperialista, la cual vuelve a aplicar la Doctrina Monroe en pleno siglo XXI. Cuba recordó que construir una cumbre sobre la base de la exclusión y la coerción está condenado al fracaso, y que la subordinación al vecino del norte amenaza la paz y estabilidad regionales.
Desde Caracas, el tono resultó aún más directo. Diosdado Cabello calificó de “mafioso” a Luis Abinader, asegurando que no tomó una decisión soberana, sino que recibió una orden de Estados Unidos para dejar fuera al trío de naciones.
Cabello recordó: la exclusión no impedirá que las revoluciones cubana, bolivariana y sandinista continúen avanzando.
Managua también expresó su desacuerdo, señalando que la decisión reafirma el carácter excluyente de la Cumbre de las Américas.
El gobierno nicaragüense recordó que la verdadera integración regional se construye en espacios como la Celac, donde todos los países participan en pie de igualdad, sin imposiciones externas.
La mayoría de naciones latinoamericanas han aceptado la invitación de República Dominicana, aunque varias voces internas y organizaciones sociales dominicanas condenaron públicamente la decisión de Abinader.
Partidos y movimientos sociales calificaron la medida de “sumisión servil a los dictados del Departamento de Estado”, recordando el triste papel de la OEA en la invasión estadounidense a República Dominicana en 1965.
Denunciaron, además, la hipocresía de celebrar una cumbre “de las Américas” mientras se excluye a tres países fundamentales de la región.
Silenciar voces críticas
La agenda de la X Cumbre incluirá migración, seguridad regional, comercio e inversión, transición energética y fortalecimiento democrático. Cuba ha defendido históricamente un enfoque soberano y solidario sobre estos temas, priorizando la cooperación Sur-Sur, la defensa de la paz y el rechazo a las medidas coercitivas unilaterales, que afectan gravemente a sus pueblos.
Su exclusión busca silenciar precisamente esas voces críticas al modelo neoliberal y a las políticas intervencionistas de Washington.
Dos caras de la misma estrategia
La exclusión de Cuba, Nicaragua y Venezuela no ocurre en el vacío ni responde únicamente a una lógica protocolar. Se inscribe en un contexto regional marcado por una creciente presión geopolítica de Estados Unidos, que combina mecanismos diplomáticos con demostraciones militares. Mientras les niega asiento en la mesa continental, Washington incrementa su presencia naval y aérea en el Caribe, con un despliegue que analistas califican del más importante en décadas.
En las últimas semanas, maniobras de buques de guerra y vuelos de reconocimiento cerca de las costas venezolanas han elevado la tensión regional. La operación, presentada como parte de la “lucha antidrogas”, implica el reposicionamiento de unidades militares capaces de proyectar fuerza sobre el litoral caribeño.
Así, la decisión de apartar a Venezuela de la Cumbre no solo silencia su voz en un foro hemisférico, sino que ocurre en paralelo a un escenario de hostigamiento con el objetivo de aislarla diplomática y estratégicamente.
La Cumbre, concebida formalmente como espacio de diálogo, se convierte en un instrumento más dentro de una arquitectura de presión integral. Ignorar este vínculo sería reducir la lectura política a un gesto diplomático aislado, cuando en realidad se trata de piezas articuladas en una misma estrategia de dominación regional.


















