Imagen del texto original Publicado el 7 de mayo de 1910
Imagen del texto original Publicado el 7 de mayo de 1910

Bohemia

Sra. Aurelia Castillo de González

Deseaba yo tener una entrevista con la mujer de este nombre por haber oído hablar de ella, unas veces con admiración apasionada, otras con desdeñosa ironía. Su reciente llegada a La Habana la constituía un tema de actualidad. No pude averiguar su domicilio: pero se me había indicado que muchas tardes, a la hora del poniente se hallaba en el Malecón, y me hicieron la descripción sumaria de su persona para que pudiese reconocerla.

Así fue. Encontréla allí absorta en la contemplación de una magnífica puesta de sol, que desplegaba sus pompas de incendio sobre un inmenso cristal azul, cristal movible que al romperse en sus bordes, tomaba la blancura y ligereza de la nieva y saltaba y caía formando surtidores de perlas. Sus ojos brillaban humedecidos cuando mi voz obligóla a volver la cabeza, y tenía tan extraña expresión, que sentí una sacudida eléctrica. Su rostro, limpio de afeites, lo que me predispuso en su favor, me dejó después confusa: visto por la derecha, ofrecía el perfil sereno y bello de una diosa; visto por la izquierda, lo deslucían grandes y oscuros lunares. Sus ropas eran de colores vistosísimos, y examinadas de cerca, resultaban ser retazos de varios trajes, envueltos con donaire entorno de su grácil figura, entre los cuales se encontraban hasta girones de púrpura recamados de plata y oro, y por todas partes la enredaban sartas de gruesos corales y otras cuentas de diversos colores. La impresión general que despertaba era de simpatía y de tristeza, como un ser enigmático que atrae, sin lograr no obstante, la entera intimidad y confianza.

Sabía yo que era de trato llano, y me dirigí a ella sin muchos preámbulos, pidiéndole una interview. – No soy periodista ni repórter, le dije; pero trato a muchos de ellos, y quisiera servirles en esta ocasión indagando de V… – Deja ese tratamiento, me interrumpió sonriendo; mis hermanos y yo no lo usamos casi nunca. – Como quieras. Decíate que deseo saber de ti, de tu familia… – ¿Para qué? – Para contarlo todo al público… – ¡Oh! Y eso ¿le interesará? Tus palabras han de ponerme a la vista todos los rincones de tu hogar, tal como si derribases ante mí puertas y tabiques… No te asombres; esto está perfectamente admitido; y te suplico que me cubras todo lo que por tu pensamiento pase respecto a ti a los tuyos, como si tu cerebro fuese también una casa e hiciese en ella iguales derrumbes. Vaciló un tanto, y por fin dijo: – Sea como quieres. Debo confesarte que esto mismo me ha sucedido en todos los países por donde he pasado últimamente. Y comenzó á hablar , pareciendo a poco rato que se olvidaba de que alguien estaba allí y la escuchaba.

– Yo y los que llamo mis hermanos, aunque estrictamente no lo sean, venimos de muy lejos; tuvimos nuestro origen allá donde se levanta el Himalaya y corre el Ganges. Quizás por eso somos tristes y contradictorios: el Himalaya mira al infinito y da nacimiento al Ganges que si corre y crece puro, acaba formando pantanos. Venimos de allá; pero han ido entrando en nuestras venas tantas y tantas gotas de sangre de todas las naciones, que ya sería difícil saber cuáles están en mayor abundancia, como es difícil ya definir el color de nuestros cabellos y de nuestros ojos. – Vi entonces que era cierto ese detalle.

– Tienen fama de locos mis hermanos porque las gentes ven en sus ojos… – Lo que yo he visto en los tuyos, no pude menos de interrumpir. Ella prosiguió casi sin escucharme: – Ven una vaguedad infinita, y otras veces una extraña fijeza como si explorasen lejanos, remotísimos horizontes, descubriendo en ellos nuevas estrellas, nuevas constelaciones de sorprendente hermosura. Esos ojos alocados son lentes prodigiosas que les magnifican todas las cosas de un modo estupendo, y son lanzas que desgarran muchas veces los velos del porvenir. Entonces hablan los que así miran con palabras proféticas. Ya habrás comprendido que mis hermanos son en su mayoría artistas de todo género; pero ante todo poetas, de quienes puede decirse, como Chantecler ha dicho del sol, y aun con mayor verdad, que sin ellos, las cosas no serían más que lo que son.

– Vibratorios como los pájaros, sus nervios se excitan a los más leves contactos, a las más tenues mutaciones de paisaje. Todo en ellos es extremado. Una mañana clara y fresca les lleva a paroxismos de alegría, como si en lo más recóndito del alma sintiesen el beso de la luz, y en esos momentos brotan los cantos de entusiasmo y de esperanza; el crepúsculo de la tarde acentuado por nubes grises, les hunde por lo contrario, en paroxismos de tristeza, como si en el alma pudiese, ser real y tangible, aquella luz que antes la besara, y son entonces los cantos sombríos, lúgubres, desesperados… o bien, si el amor feliz habita en ella, emanan dulcísimas y lánguidas las endechas, las Meditaciones.

Víctimas de una hiperestesia del alma, sienten, como la naturaleza misma, el horror del vacío, y una sed inextinguible de comunión espiritual, les llevó en los tiempos y en el país de la ingenua belleza, de la belleza incomparable, a poblar el espacio entero de ideales cuerpos por poblarlos de almas; y el Olimpo y el Parnaso, y los ríos, las fuentes y el mar, las cavernas y los volcanes, y el aire y lo que se llamó firmamento, y hasta el interior de la tierra, y – como si fuese poco todo el universo visible – hasta regiones extramundanas que a voluntad se crearon allí y en otras partes, todo se animó con miradas de habitadores, si fantásticos, no por eso menos influyentes ¡oh!, y ¡en cuán profunda y decisiva manera! En los destinos de los seres reales. De este modo se unieron a múltiples voces inarticuladas con que habla al hombre la naturaleza otras innúmeras, y así pudo él no creerse nunca solo, aún estándolo, ni en medio del más espeso bosque ni en los desiertos del mar.

No solamente ven mis hermanos las cosas de una manera especial, sino que logran con sus voces divinas hacer que las masas humanas las vean también así, o aproximadamente. Ellos son los magos de la naturaleza, a fin de que vean surgir a Venus los que solamente ven espumas sobre las olas. Y así es como ha podido un simple Cuervo, real o imaginado, penetrando en una alcoba, como en asalto nocturno, asumir con su fatídico ¡Nunca más! cien veces repetido, las proporciones y la significación de toda una inexorable y desolada eternidad.

Ellos, mis hermanos, tienen que sentir duplicadas ¿qué digo? Centuplicadas todas las emociones para sacar de ellas la quinta esencia. El gozo en ellos ha de producirse tan intenso, que llegue a ser dolor; el dolor ha de lacerar tan profundamente que, sublimándose, llegue a ser gozo. Y solamente así surgirá la creación genial, que ha de ser columna de fuego para guiar a la humanidad. Si dante, a la vista de algún miserable simulador de virtudes, no hubiese sentido gravitar sobre su alma la indignación cual montaña de granito, que le fue preciso lanzar de sí, es bien seguro que jamás hubiesen arrastrado en el Infierno sus tardos pasos, abrumados por pesadísimos mantos de plomo los despreciables hipócritas..

Son vagabundos mis hermanos; paro hay muchos entre ellos que trabajan a su modo, y ¡con qué ahínco! No hacen surcos en la tierra, es cierto; pero los hacen en las almas ¡profundos y extensos! Abarcan a veces el mundo entero. Se ha sembrado más trigo para los pobres al escribir los Miserables que pueden sembrarlo millares de labriegos.

– Perdona, Bohemia, me permití decirle; al hablar, vas apartándote de la cuestión, de tus hermanos, los bohemios, y atribuyes a ellos excelencias que son de otros…

– Oh, yo te aseguro que todos esos otros a quienes te refieres tienen alguna consanguinidad con nosotros, alguna marcada semejanza. Los grandes profetas de Judea, los faquires de la India en su inmovilidad de años, los filósofos que se encierran en toneles, todos los grandes poetas, músicos y pintores, todos tienen, cual más, cual menos, unos siempre, otros en alguna época de su vida solamente, algo de bohemios.

Mis hermanos, abstraídos como viven, proceden en todo lo que no sea creación artística, por impulsos y no por reflexión. Puedo nombrarte alguno que, habiendo salido una vez en busca de lo que para sus hijos y su mujer significaba el pan de aquel día, y hecha la adquisición – Dios sabe mediante qué esfuerzos – encontró á un amigo extenuado de hambre, y le dio cuanto llevaba.

¿Quieres conocer bohemios? Búscalo en los incendios, y los verás entre las llamas; como si estuviesen en el balo de rosas de que habló Guatimozín, exponiendo sus vidas por salvar las ajenas y haciendo que acaso no merecen ser salvadas.

¿Quieres conocer bohemios? Búscalos en las guerras de independencia luchando por la libertad, propia o ajena. Juegan la vida como si nada valiese, con la sonrisa en los labios, y su leu ser generosos y altruistas más que otro alguno en medio del exterminio… Bembeta

En ese momento oímos un gran ruido y simultáneamente un extridente grito. Bohemia, como un relámpago, se lanzó y arrebató de la vía pública un niño; pero al volverse para entregarlo a la mujer que había gritado, como con su cuerpo lo cubría, fue alcanzada por el automóvil que al niño amenazara y desplomóse ensangrentada.

Me pareció entonces que sus lunares, abandonando las mejillas, se habían transformado en otras tantas estrellas y Orlando su frente, iluminaban el semblante en que se veía inefable y beatífica sonrisa.

Aurelia Castillo de González

Abril 5 de 1910

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