Con Zelenski acorralado, Trump negociando con Putin y Europa sin rumbo, Kiev enfrenta su momento más crítico
No anda descaminado el analista Ignacio Cobo Fuente al señalar, en defensa.com, que “Todas las guerras se parecen; todas las paces son diferentes, pero cada una lo es una a su manera. Este símil de la célebre frase de León Tolstoi en su novela Ana Karenina viene a indicar que un eventual fin de la guerra en Ucrania presenta unas características únicas, que la diferencian de otros conflictos de la historia”.
En primer lugar, en contraste con otros beligerantes, Rusia no se niega al diálogo. Por el contrario, ha insistido en buscar una resolución pacífica a un conflicto que ha dejado miles de muertos, el exterminio de civiles en el Donbás por fuerzas ucranianas, el desplazamiento masivo de refugiados y, sobre todo, la hipoteca de Ucrania a manos de corporaciones occidentales como BlackRock, que hoy controlan tierras y recursos a cambio de su apoyo militar y financiero.
Las declaraciones del líder ruso han sido claras: “Estamos comprometidos con negociaciones serias para eliminar las causas profundas del conflicto y construir una paz duradera, sin condiciones previas”. Un planteamiento que contrasta con las acciones de Kiev, que ha violado reiteradamente los altos al fuego y lanzado cientos de drones y ataques –incluso tras las líneas fronterizas–, en un gesto de desesperación alimentado por el suministro de armas estadounidenses y europeas.
La pregunta inevitable tras las declaraciones de Vladímir Putin sobre negociar es clara: ¿qué se necesita para que, esta vez, los diálogos se materialicen? La respuesta exige, ante todo, que Washington y la Organización del Tratado del Atlántico Norte cesen su influencia destructiva sobre el proceso. Deben terminar los envíos de armas y financiación bélica, mientras Europa debe reconocer que su insistencia en prolongar el conflicto solo acelerará un descalabro histórico.
Ucrania vive una situación que está significando la hipoteca del futuro del país, la muerte de decenas de miles de soldados, el desplazamiento de una parte importante de su población, exigencias territoriales incluso de aliados como Polonia de tres áreas de su frontera occidental. A esto se suma la pérdida absoluta de confianza y el maltrato evidente por parte del mandatario estadounidense, que suele humillar.
Zelenski, cuesta abajo

A finales de febrero de 2024, Zelenski viajó a Washington para reunirse con Trump, pero la visita terminó en fracaso, cuando este y el vicepresidente J.D. Vance lo fustigaron en el Despacho Oval por no estar suficientemente agradecido del apoyo estadounidense. A continuación, Trump suspendió brevemente la asistencia militar y el intercambio de inteligencia.
De manera conjunta, intentaba inducir a Moscú a un alto al fuego con la perspectiva de un alivio económico de las sanciones. Más tarde, en primavera, en una reunión en Yeda, Arabia Saudita, Zelenski accedió a una exigencia clave del gobierno de Trump: un cese de las hostilidades inmediato e incondicional de 30 días, abandonando las exigencias de que los países occidentales garantizaran la seguridad futura de Ucrania. Putin rechazó la propuesta y, en su lugar, ofreció una tregua de tres días, coincidiendo con el desfile del Día de la Victoria, que conmemora la derrota de la Alemania nazi. Kiev la desestimó.
En general, durante los primeros meses de este año, mientras Trump intentaba mediar en las conversaciones de paz, las hostilidades fueron mucho más mortíferas que en el mismo período del año anterior, según las cifras de la Organización de Naciones Unidas.
Papel de Occidente
La reciente llamada telefónica de Trump a Putin estuvo marcada por un anuncio triunfalista: haber logrado un “cese al fuego inmediato”, proponiendo al Vaticano como sede para negociaciones directas. Este movimiento dejó al descubierto los pilares de su estrategia.
En primer lugar, evidenció su clara preferencia por construir un eje G-2 con Rusia –que eventualmente incorporaría a China–, relegando los intereses ucranianos a un segundo plano. Este cálculo estratégico no es casual: responde al control que Moscú ejerce sobre valiosas reservas de tierras raras, que podrían intercambiarse por los 300 mil millones de dólares en activos rusos actualmente confiscados por Occidente.
La consolidación de este G-2 obligaría al establishment republicano a aceptar una realidad geopolítica resistida: la necesidad de adaptarse a la nueva complementariedad estratégica que, lejos de ser desarticulada, terminaría por configurar un escenario tripolar.
Notablemente ausente en su discurso estuvo cualquier referencia a la enmienda Graham, promovida por uno de los senadores más influyentes, que busca imponer sanciones secundarias a las exportaciones rusas de hidrocarburos. Esta omisión resulta particularmente significativa, pues se suma a las más de 2 500 sanciones aplicadas hasta ahora sin resultados concretos. Incluso el Wall Street Journal, cercano al discurso bélico de los Bush y el Partido Demócrata, reconoció el fracaso de Zelenski en ganarse el respaldo del líder republicano, quien logró imponer casi todas sus condiciones.
Europa, presa de la desesperación por prolongar la guerra contra Rusia “hasta el último ucraniano”, muestra su inquietud. El Financial Times, portal globalista y belicista que aboga por sostener a Ucrania a cualquier costo, admite que las capitales europeas compiten por mantener a Trump involucrado en las negociaciones, tras la conmoción diplomática generada por su llamada. Sin ideas frescas, su respuesta ha sido recurrir, una vez más, a nuevas sanciones contra Rusia.
Mientras tanto, Washington y su presidente, quien prometió en campaña “terminar la guerra en pocos días”, dejan en evidencia la contradicción entre su retórica y sus acciones.