Bancos incómodos, pinchos en el suelo o rejas bajo los puentes. No es casualidad: es un diseño urbano que excluye. Acerca de la arquitectura hostil, indaga Marian Ríos, de Las Tunas, en Le contesta BOHEMIA
En el entramado urbano de muchas ciudades modernas, existen barreras invisibles –y otras muy tangibles– que delimitan quién puede habitar y disfrutar el espacio público. La llamada arquitectura hostil, tendencia cada vez más extendida en el diseño urbano contemporáneo, es el rostro más visible de estas fronteras cotidianas y, aunque pasa inadvertido para la mayoría, moldea quiénes son bienvenidos en el espacio urbano… y quiénes no.
Su objetivo declarado es desalentar comportamientos considerados indeseados –dormir en la vía pública, el skateboarding o la permanencia de vendedores ambulantes–, pero el resultado suele ser la exclusión de los grupos más vulnerables, especialmente las personas sin hogar.
La lógica detrás de este tipo de diseño responde a una visión de la ciudad como espacio productivo, donde la movilidad y el consumo priman sobre la convivencia y el derecho a habitar. Desde Nueva York hasta Barcelona, este fenómeno se manifiesta en detalles calculados. Bancos con divisiones o inclinados que imposibilitan que una persona se acueste, esquinas que evitan que alguien se siente o duerma, rocas o barreras en zonas bajo puentes que desplazan a quienes buscan refugio, sonidos agudos o luces molestas que disuaden la permanencia en lugares no deseados.
¿Orden público o exclusión social?
Las autoridades y defensores suelen justificarlo como medidas de limpieza y seguridad aludiendo que previenen vandalismo y aseguran un acceso ordenado, mas los críticos denuncian que criminaliza la pobreza. No es solo un diseño incómodo; es un mensaje de “aquí no perteneces”. Es más barato poner estorbos que resolver el problema de fondo.
La controversia ética es inevitable. Si bien algunos defienden estas estrategias, otros alertan sobre el riesgo de deshumanizar el espacio urbano y perpetuar la exclusión social.
Para muchos especialistas, la arquitectura hostil es un síntoma de problemas sociales más profundos. Estos dispositivos buscan resolver de manera superficial tensiones no resueltas entre lo público y lo privado, imponiendo la voluntad de quienes usurpan el poder sobre los más débiles, advierte el investigador mexicano Carlos Crespo Sánchez en un informe de la Universidad de Guadalajara.
Se impone que las urbes dejen de ver a sus habitantes como riesgos y empiecen a diseñar con ellos, no contra ellos. Mientras, cada obstáculo sigue siendo un recordatorio de que la ciudad ideal aún no es para todos. La arquitectura, lejos de ser neutral, puede convertirse en un instrumento de rechazo sistemático a la pobreza y a quienes la padecen.