Ilustración. / Pastor Batista Pérez
Ilustración. / Pastor Batista Pérez

Crónica de una muerte absurda

Audífonos al oído, manos en el manubrio, alta velocidad, el impacto, una señora tendida en la vía, la fuga, ojos que te vieron ir y… una cruz más en el camposanto


Dicen que llevaba audífonos, escuchando plácidamente vaya usted a saber qué tipo de música, como si viajara ajeno a todo, allá, en el fondo de una Yutong o a bordo de una aeronave.

Por cierto, dicen que iba “volando”, en términos metafóricos relativos a velocidad.

Cuentan también que al atropellar a la humilde mujer (jubilada ya, con serios problemas de salud) ni siquiera se detuvo para socorrerla. Aceleró aún más la motorina y desapareció… hasta los minutos de hoy.

Foto. / Perfil de Facebook de la Upec de Ciego de Ávila

Sin una letra, una coma o un acento de fantasía o de imaginación, lo relatado hasta aquí me deja la insoslayable necesidad de meditar, al menos durante un par de minutos, similares a los que, adolorida, sangrante, con conocimiento aún, tal vez empleó la avileña Nora Susana López Díaz intentando hallar una explicación, sin comprender nada de lo que sucedía.

No es el primer caso de accidente en que está involucrada una motorina. Las redes sociales y muchos medios de prensa dan fe gráfica y textual de ello.

Por cientos, por miles, circulan a toda hora, hacia todos los puntos cardinales. El por ciento de adolescentes y jóvenes al manubrio es considerable. ¿Tienen todos ellos la correspondiente licencia para conducir? Me atrevo a afirmar que no.

¿Dominan al menos lo fundamental en términos de Código del Tránsito, para evitar un accidente, una situación embarazosa? Lo dudo.

¿Por qué –una vez atropellada la señora– el muchacho no corrió a ofrecerle ayuda?

Acaso esa sea la herencia, expresión de la educación recibida de padres y demás familiares.

Tomar fuga pudo ser resultado del susto, del miedo; una reacción repentina, impensada, pero… ¿por qué después, con la mente fría y los sentimientos en caliente, ese supuesto adolescente o sus padres –si es que él se los comentó– no fueron hasta el hospital, por vergüenza, por elemental sentido de humanidad, de respeto, de consideración…?

Y ahora, que la ciudad lamenta la muerte de una mujer a quien muchos recuerdan por su profesional presencia informativa en espacios radiales, ¿qué sentirá el responsable de tan absurda muerte?

El triste caso deja un haz de lecciones. Primero para el gremio periodístico, cuyas gestiones de adecuada y justa ayuda no resultaron suficientes mientras la capacidad mental y el estado general de la colega se complicaba por día, en situación prácticamente deambulante.

Pero también deja enseñanzas en los vecinos, que muy bien pudieron cooperar; para estructuras y mecanismos encargados de la prevención y atención sociales a personas vulnerables, para las autoridades de Tránsito…

La ascendente y abrumadora presencia de motorinas en toda Cuba, es un hecho tan real como la impunidad con que personas de todas las edades (predominantemente jóvenes) las conducen, sin el más mínimo conocimiento de la Ley.

Nora es, en fin, una víctima más.

Sin poder despedirse de nadie, dijo sencilla y dolorosamente adiós.

Un día después Nora Susana hubiera completado su vuelta 75 a bordo de este planeta alrededor del Sol. De no ocurrir el accidente, tal vez hubiese aceptado un pastel de cumpleaños, un simple masarreal, una delicada flor o un beso tan humilde como ella misma.

O quizás se hubiera negado rotundamente a todo eso, y preferir un tranquilo banco de parque, donde comprimir en “Su-sana” mente, como tantas veces, penas, glorias y recuerdos o poner en fantástico vuelo sueños por venir.

Ni lo uno ni lo otro. Ojalá quien la impactó vaya uno de estos días hasta donde el tiempo reducirá su cuerpo a huesos, poco a poco, y le coloque una rosa… aunque con ello no remedie jamás el daño… ni el dolor.

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