En los Estados Unidos y la OTAN se agitan quienes quieren a una Rusia de bruces
El tiempo pasa la cuenta y poco a poco lo que un día alguien proyectó como azul ante ojos amaestrados o ingenuos termina por develarse como rojo chillón.
Y algo de eso se está haciendo acelerada realidad en el conflicto armado impuesto a Rusia a través de una Ucrania maniatada y manipulada por su liderazgo, junto a los grandes intereses hegemónicos con asiento nativo en los Estados Unidos, y por el poder de decisión de la primera potencia capitalista sobre su caterva de “socios” venidos a menos, especialmente en una Europa del Oeste acendradamente vergonzante ante su historia y su gente.
El filo del abismo
Sucede que el cuento de la titulada “invasión rusa” a Ucrania con miras anexionistas y expansionistas, y que Moscú explicó fehacientemente como un acto de legítima defensa ante los añejos y reiterados planes de colocar a la OTAN directamente sobre sus divisorias, ha quedado hecho polvo, no ya por la propia estructuración y planes manifiestos de la claque neonazi entronizada en Kiev, sino además por la propias y recientes revelaciones de la excanciller germana Angela Merkel, y del expresidente galo Francoise Hollande, de que los acuerdos multilaterales de Minsk de 2014 y 2015, suscritos por todos los “interesados” en frenar el conflicto luego del golpe de Estado derechista ucraniano, la agresión armada al Donbás de ascendencia rusa y la voluntaria reincorporación de Crimea al gigante euroasiático, solo eran para Occidente un pretexto destinado a ganar tiempo en la intención de armar y entrenar a las tropas de Kiev para sus planificadas y próximas operaciones agresivas en el Este.
En otras palabras: nunca hubo seriedad ni respeto. Desde allende el Atlántico la recurrente orden estaba dada con la misma vigencia de hoy: “Rusia debe ser derrotada sin alternativa. No hay otra variante posible”.
Por otro lado, hay que advertir, y en eso coinciden muchos analistas, de que ya en marcha los combates no fue precisamente Rusia la “sorprendida” con el alargamiento de una guerra que, según Occidente, “los altos mandos de Moscú supusieron relámpago”. En todo caso han sido Washington y todos sus escuderos embaucados en el dislate los que confiaban en un instantáneo descalabro, a partir de sus “debilidades materiales” y la posibilidad de un fuerte descontento nacional.
Es evidente que el Kremlin fue más realista y sabía que en una guerra, donde un interés supremo es la salvaguarda de la población civil, era imposible el empleo a fondo de todo el potencial bélico disponible, por lo que la marcha ha debido ser cuidadosa y progresiva, aunque ininterrumpida.
Lo cierto es que ahora los alocados chillones están al oeste, ensombrecidos porque sus sanciones, ensueños y presiones rondan el vacío, mientras en el teatro de operaciones no logran alteraciones sustanciales favorables a Kiev, a pesar de masivos envíos de armas y obesas remesas financieras que nunca satisfacen una gobernanza local sospechosamente ávida de más y más, mientras las arcas de los “aliados” se secan y los arsenales se estrechan.
Desde luego, hablamos en ese especial “concierto” de un literal embudo, donde la parte ancha apunta a los Estados Unidos, que ya no solo monopolizan la importación de energéticos de Europa Occidental, sino que buscan además que los otanistas renueven sus pañoles con exclusivos artilugios Made in USA cuando los vacíen, remitiéndolos a Kiev para verlos volar hechos añicos (junto a los suministrados por la Casa Blanca) bajo el fuego de la artillería, la aviación y los misiles rusos.
Un dueño
Lo cierto es que desde su podio alejado y cómodo, son las élites hegemonistas norteamericanas, y sus particulares metas y reglas, las únicas que estiman válidas universalmente, las que han provocado el entuerto ucraniano, en cuya imposición han involucrado, desde los ansiosos y fanáticos nostálgicos del Londres oficial y los ácidos revanchistas de Europa del Este, hasta los flexibles y timoratos aliados continentales de la OTAN, incapaces de decir un NO a cuanto le venga desde las lejanas costas del Oeste, aun cuando se jueguen hasta la propia cabeza.
Así se afinca mucho más la mal intencionada cuña que tira por el suelo la posible convivencia e intercambio entre el Viejo Continente y sus inmediatos grandes vecinos euroasiáticos para contento de quienes asumen que en el mundo cabe solo su poder omnímodo, más allá de “pragmáticas” asociaciones.
Y en instantes en que algunos escuderos dan signos de cojera y se la empiezan a pensar dos veces ante la impagable sangría de finanzas y polvorines que Kíev reclama incesantemente y la Casa Blanca acicatea sin reparos, y justo en estos días de avance militar ruso, promueve Washington con especial insistencia la idea de “momentos cruciales” en el conflicto inducido, se atreve a intentar la remisión de material bélico más potente al neofascismo ucraniano, y no se oculta para incitar y apoyar presuntos ataques masivos directos contra Crimea, reincorporada a Rusia en el 2014 por voluntad popular y por sus lazos históricos ancestrales. Sin duda, timonazo altamente peligroso y explosivo que aleja mucho más un arreglo negociado y aboca operaciones militares más crudas e ilimitadas, aun cuando suene rara esa táctica de revelarle al enemigo por adelantado donde sobrevendría el próximo golpe… y valga la disquisición.
Por lo pronto, al menos este comentador suscribe la tesis de aquellos analistas que no delinean precisamente un final nada feliz para los planes hegemonistas a partir de intentar incendiar a Rusia y concentrarse, sin esa columna más sobre sus espaldas, en desguazar metódicamente a China.
Y es que el Moscú de hoy hace constar que tiene bien aprendida la enjundiosa mala lección brindada por Washington y el resto de Occidente desde el propio nacimiento de la Unión Soviética, a saber: la invasión militar directa y la alianza contrarrevolucionaria para derrocar al todavía balbuceante primer Estado de obreros y campesinos de la historia, su cerco y aislamiento; la contentura ante la decisión del régimen de Adolfo Hitler a atacar a la URSS; el desprecio y el cerco al Kremlin y al recién surgido campo socialista europeo; la tomadura de pelo a Mijaíl Gorbachov al prometerle que la OTAN nunca se extendería al Este luego de la disolución del poder soviético; el destructivo compadreo con el beodo y payaso Boris Yeltsin en los días del “desmonte”; el permanente rechazo a todo entendimiento con Rusia, que incluso llegó a solicitar cándidamente su entrada en la OTAN, con la idea de integrar una defensa global única contra el terrorismo; la nueva marcha al Oriente, sumando a aquella entidad militar a exrepúblicas y viejos aliados soviéticos; y la demonización de un gigante euroasiático que ya ni siquiera suscribe los antes “perniciosos” cánones socialistas y comunistas.
Vistos y comprobados los hechos en cuestión, Ucrania -por tanto- huele hoy más a huraco estratégico para USA, sus pretensiones y sus adoradores, que al jardín del edén individualista y mezquino que acaricia el hegemonismo.
CRÉDITO PORTADA
Rusia va cumpliendo sus planes sin prisa pero sin pausa. / sputniknews.lat