Necesitamos sentirnos actores sociales e individuales a tener en cuenta, sin sospechas. Es básico relacionarnos desde la amabilidad
Desde el principio se mostró predispuesto. No había dado indicios de que yo sospechara un delito, nada . Se puso a la defensiva en cuanto pregunté qué querían. Desde la altura de mi balcón vi el arqueo de ojos y una mirada de ferocidad. Se hacía acompañar de tres muchachones en bicicletas, luciendo distinguibles ropas de trabajo.
Realmente me sentí mal por la incomunicación creada, y replanté la pregunta: “Niño, ¿qué haces?; tal vez los pueda ayudar”. El efecto fue inmediato: “Nada, pura, busco un palo para remover la pintura”. Le sonreí y esperé unos minutos. Después de esa declaración emergió del portal con un fajo de dinero. Nunca logré ver más allá de sus acompañantes en espera. Deduje que estaban haciendo “negocios”, tal vez ilícitos, aunque sin pruebas para demostrarlo. Además, el asunto escapa al objetivo de este texto.
Parece que di en el clavo, dada la alegría colectiva. Montó uno de los “chivos”, y al irse voceó: “Adiós, pura”.
Pasajes más o menos similares me han sucedido en otros contextos, donde la gente tiene tendencia a recelar sobre la buena voluntad de uno ante acciones cotidianas. Frente a las palabras mágicas de “gracias”, “por favor”, “solo quiero ver si puedo ayudar”, la desconfianza se derrite como un témpano de hielo. Tengo, sin embargo, crecientes preocupaciones sobre las actitudes a la defensiva en muchos jóvenes, máxime si en “lombrosiana” apariencia lucen provenir de entornos desfavorecidos, marginales.
No es secreto que en barrios con cúmulos de problemas de todo tipo, entre ausencia escolar, trabajos “por la izquierda”, o familias disfuncionales, la actitud de “guapetón” sea frecuente, paso casi seguro para una futura conflictividad o delincuencia. Pero cuidado, no puede hacerse de semejante percepción una regla, al también haber encontrado allí, como en cualquier lugar, personas honestas, francas, amigables, colaborativas…
Cuando alguien se muestra desconfiado, tiendo la mano. Como primer impulso tengo el ánimo abierto a la solidaridad, pues puede tratarse de alguien necesitado de afecto, en situaciones espinosas, lo cual hace que no se espere algo bueno de los demás. Tal vez ese chico haya sufrido el abandono de un amigo, familiar, o de una institución. Cargar con el dolor, la ausencia de empatía, de comprensión y hasta de respaldo social; vivir en estado de alerta permanente y sentir pavor a ser lastimado.
Los actuales tiempos son muy complicados desde todos los ámbitos. Evitemos entonces incrementar la desconfianza, la incomunicación, la grosería. Incluso si somos nosotros quienes desconfiamos, apelemos a los mejores resortes comunicativos. Nada nos cuesta; solo el instante de aclarar las cosas. Esto trasciende la comodidad de la psicología barata; es únicamente un sencillo llamado a levantar puentes para el crecimiento común, laboral, comunitario…. Es quizá “salvar” a un joven de la soledad, esa nacida de una arraigada desconfianza.
3 comentarios
Apreciando la1ra impresion, gestos, educación, intuición,
contexto, sin prejuicio, todos
merecemos atención justa y recíproca. Tiempos difíciles
predisponen, necesitamos conducta amable educado prudente y serviciales.
Concuerdo.
Atinada reflexión y consejo pertinente, que comparto.