La memoria suele tendernos trampas, pero otras veces nos auxilia frente a lo en apariencia inevitable. La Habana vale la sacudida
Hierba de verde lozanía, trinos, ceiba vetusta en esquina de barrio, sol tímido, temprana calma que aún se despabila del sueño; es esa mi ruta de agosto hacia el trabajo; visión superficial que alivia cualquier alma estresada. El encantamiento dura justo hasta el momento en que arqueo las cejas de disgusto ante otros escenarios al parecer irreversibles.
Y no reconozco la inesperada pintura de ciudad que se exhibe como herida supurante de recuerdos; tampoco me reconozco en ella. A pesar de todo me es difícil dejarla; demasiadas sus olas, sus compases, sus colores, sus gentes. Mis ataduras con sus vuelos de trascendencia siguen intactas en esa contradicción propia de quien la saborea mágica y a la vez la siente en decadencia.
En psicología sublimar el pasado es ver la etapa de la vida ida “a través de un filtro que solo deja pasar lo bueno y bello. La sublimación es, después de todo, una herramienta muy evolucionada para hacer frente a las amenazas y peligros existentes a nuestro alrededor”. ¿Cuántos tendrán igual postal de ciudad paradisíaca a la que aferrarse aunque sea en un segundo de perennidad? Un día de “guardia” en el balcón para seguir el vuelo del verde zunzún, escuché: “¡Mamá, qué agradable esta parte! Me gustaría vivir aquí; ¿por qué no nos mudamos?”. El niño con la grandilocuencia típica del candor dejó callada a la madre; caricia y apremio del paso.
Desde entonces mi decisión a no sublimar el pasado, si bien los facultativos avisen de que “canaliza nuestras inercias naturales adaptándolas al entorno en el que nos encontramos”. Me niego a conformarme con lo feo, lo sucio, lo ruidoso, lo maleducado, lo roto. No quiero volverme testigo de nuevas añoranzas infantiles por algo desconocido evidentemente, porque en los vecindarios se acumula el asco por la basura, la música rompe tímpanos, los gestos soeces intimidan…
Evitaré glorificar a esa Habana que fue hasta hace poco. Pretendo la vuelta de sus mejores galas, como cosa habitual, alejada de la rimbombancia de sus aniversarios o de una visita oficial de alto nivel para la cual se le maquilla y luego a la menor lluvia se descorcha. Algunas de sus imperfecciones están fuera del alcance de los “comunes”, nos corresponde exigir la multiplicación de los oasis limpios, arbolados, seguros. Las estridencias y faltas de respeto también deberemos suprimirlas de las costumbres, o la ciudad nunca volverá. Hasta puede que muchos más niños, otrora asombrados, tampoco regresen.
9 comentarios
Estoy totalmente de acuerdo con lo expresado en este articulo.
Así es, La Habana es de @todos y muchos nacimos en ella en los municipios aledaños o en su propio centro, nos toca cuidarla y exigir y colaborar por embellecer, no es solo tarea del Gobierno, es parte también de nuestra cultura sanitaria y de nuestro sentido de pertenencia.
Mi San Miguel del Padrón pertenecía al regional Guanabacoa y su Virgen del Camino , no los cambio por otros lugares, nacida en La Fatima , Guanabacoa, La villa de Pepe Antonio donde pasé varios meses de mi niñez sigue siendo cuna de hombres y mujeres como aquel criollo que no pudo contenerse y peleó contra corsarios y piratas para defender Nuestra Ciudad Maravilla que aún puede encantar mas, si todos unidos cooperamos.
El entorno, la sensibilidad
denuncia involución ética,
física y cultural ciudadana.
Exige asumir, concientizar
sumar el poder colectivo, cuando y como se debe y pueda recuperar lo perdido
y lograr esa añorada utopía
Yo no nací en la Habana, llegué a quedarme a vivir en ella con 21 años. No me gustan las ciudades para vivir, pero siempre la amé, respeté y sentí lo acogedora y amorosa que podía ser cuando paseaba por sus calles. Hoy le temo a la Habana, a sus cúmulos de basuras en las esquinas, a las construcciones desordenadas y feas que algunos, por tal de vivir en ella, crean y a las personas que la hieren e irrespetan con la vulgaridad y agresividad con que viven en ella. Solo deseo que se logre una recuperación de la Habana, pues todos los cubanos la necesitamos. La Habana es nuestra madre y sin ella todos estamos huérfanos.
Soy de ‘Guanabacoa la bella’, que ‘nunca tuvo murallas’, y desde cuando pude empezar a entender lo que veía y oía, hace más de 80 años, era una ciudad muy vieja. Los de la Villa de Pepe Antonio veníamos a La Habana en las rutas 3 y 5, a trabajar, estudiar, por diligencias, o de paseo. Así ocurría tambien con los de Regla, Marianao, El Cotorro, Santiago de las Vegas… Después La Habana fue y es todo eso y más, con sus barrios y sus lugares, como diría el cantor. Viví mi niñez en el Reparto Segunda Ampliación de Alturas de Luyanó, cercano al paradero de la ruta 12, con letrina, agua de pozo, y escuelitas domésticas por 25 centavos a la semana, la de Teté en calle cuarta y Magüí en calle primera. La pública más cercana era la número 32, en la calzada de San Miguel del Padrón y cercana al paradero de las rutas 10 y 11. Más lejos aun, estaba la Casa de Socorros, en la Loma de los Zapotes, de la calzada de Güines. Cada quien tiene La Habana de sus recuerdos, y la de ahora. También el sueño de recuperar, o incluso de avanzar a un mejor entorno de limpieza, buena compostura general y convivencia decente y amable. La crónica de María Victoria mueve a reflexiones, acciones y conductas; probablemente es lo que se propuso.
No sé porque se ganó el título de Ciudad Maravilla. Debe ser por la arquitectura colonial. Gracias a Leal. saludos para ti María Victoria
Felicitaciones, sra. María Victoria por ese trabajo, muy estético y muy ético. La Habana es puro amor y pura contradicción, hay que arreglar o superar algunas pequeñas y no tan pequeñas «deficiencias» que lamentablemente se van acumulando, pero eso corresponde a quien corresponde, si bien los ciudadanos también debemos poner de nuestra parte, para sí reconocernos más y mejor en ella.
Lamentablemente todo eso es cierto. Y además se ha hecho costumbre.
Así es, nos duele ver el camino de pérdidas e involucìón al que hemos sido arrastrados. Duele, quienes tenemos arraigadas las costumbres de etica, principios y educación que muchos llaman «de antaño» y siempre serán de hoy, sufrimos a diario. Mientras…, involucionan las futuras generaciones y hoy se alardea de ser estúpido y la Inteligencia molesta. Vamos muriendo, ya no somos escuchados.