
En muy breve tiempo, el país recibió por el occidente un fuerte evento meteorológico cuando apenas empezaba a recomponer las afectaciones por otro, menor pero muy doloroso, acontecido en el extremo oriente. Por si fuera poco, el sistema eléctrico nacional, frágil como capa de cebolla, colapsó y una vez más hundió a la nación en la oscuridad durante varios días. Como si no fuera suficiente, un despertar sísmico vino a agravar las ya duras condiciones para resarcir los daños acumulados. Tal coctel de calamidades inevitablemente obligará a estudiar mejor las vulnerabilidades para conformar una mejor percepción de riesgos
Por. / ALEJANDRA MOREJÓN FUENTES, HÉCTOR ALEJANDRO CASTAÑEDA NAVARRO y TONI PRADAS
Pobres pinareños: sin recibir el impacto directo del huracán Rafael, tuvieron que esperar casi una semana sin luz a que la energía eléctrica fluyera plenamente en toda su provincia.
Sobre las ocho de la noche del lunes 11 de noviembre se energizó la primera línea de 110 kilovoltios y en horas de la madrugada, la segunda; por lo que a las 3:00 a.m. ya estaba servida toda la carga. Era como un déjà vu que les recordó otros ciclones.
No era para menos. Unida la provincia al resto del sistema eléctrico nacional por largos cables de alta tensión tendidos sobre enormes torres, la fuerza de los vientos torció y derribó seis estructuras de acero de esa infraestructura, el más impresionante elemento artificial de la llanura artemiseña, visto desde la autopista.
Así fue que quedó truncado, como corta el obstetra el cordón umbilical, el muy vulnerable tramo del sistema energético que, en definitiva, colapsó en su totalidad una vez más. El país, de tal suerte, quedó literalmente a oscuras desde el paso del huracán Rafael el 6 de noviembre y ese día ni el mismísimo sol se atrevió a alumbrar.
El alumbramiento de Rafael, en cambio, fue rapidísimo. Apenas el día 4 en la mañana pasó de anónima perturbación a depresión tropical, hasta que embistió el país por la provincia de Artemisa, justo al este de Playa Majana, en la tarde del 6 de noviembre, con vientos sostenidos de 185 km/h.

Pero su gestación más bien fue lenta, lentísima. O al menos eso pareció, pues desde días antes, cuando apenas era una posibilidad dentro de un algoritmo que hacía sospechar que se podría formar “algo”, un sinnúmero de reportes salidos de grupos en las redes sociales de meteorólogos aficionados, tal cual ginecólogos al tacto, daban cuenta del embrión y hasta pronósticos sobre el futuro ciclón y, a pesar de todo, resultaron acertadísimos (no así otra sospecha, pocos días después).
Surgió así, sin que nadie la imaginara, una suerte de “mipyme” informativa meteorológica, una especie de privatización del conocimiento cuya plusvalía es el “like”. En verdad, más que ayudar, provocó pánico entre muchas personas, apareciendo con ese capricho un nuevo y desconocido riesgo ante este fenómeno natural.

Por su parte, las autoridades científicas de Cuba y hasta de Estados Unidos, ambas entre las más seguidas por los habitantes de este archipiélago por su confiabilidad, se aferraron a seguir el rigor ético de no hablar de lo que aun no existía. Este mutis, sin embargo, dejó espacio a voces no oficiales que, en su competencia –incluso se desmentían entre sí– por captar seguidores, abrieron una brecha por donde se coló la desinformación y hasta la noticia mal intencionada.
Apenas se dieron las primeras precisiones institucionales y las orientaciones de la Defensa Civil, el occidente del país se engranó en su mejor preparación para recibir el huracán y evitar no caer en los mismos errores organizativos que en el oriente hicieron que la tormenta tropical Oscar fuera más lesiva de lo que se esperaba.

Mientras los cuatro municipios más afectados en Guantánamo se recuperaban bajo las interminables lluvias y el resto de los connacionales enviaban su solidaridad material a los damnificados, en Artemisa el Hospital General Docente Provincial Ciro Redondo García implementaba varias estrategias para enfrentar el evento.
Conocedores de sus vulnerabilidades constructivas, el personal médico había trasladado desde la mañana a las embarazadas hacia el bloque quirúrgico, que estaba cubierto por ventanales de cristal. No obstante, cuando empezó a azotar el viento, se quebraron los cristales. Con prisa y serenidad inmediatamente trasladaron a las pacientes y familiares hacia el área de recuperación del salón de operaciones, donde estarían más protegidas.
Por su parte, un vehículo con rescatistas de la Cruz Roja en coordinación con los bomberos, recorría la ciudad dando orientaciones y buscando personas con situaciones de vulnerabilidad para socorrerlas o evacuarlas hacia lugares seguros.

Y aunque no había servicio eléctrico, las trasmisiones en vivo de Radio Artemisa no cesaron. Informaban a ciegas, como aullidos desde el fondo de una cueva y aun así algunos lugareños siguieron la señal desde sus teléfonos móviles. Las llamadas al edificio del antiguo ICRT eran continuas y, desde ArTV, el equipo de trabajo informaba a quien tuviera algún radio al alcance que sintonizara la televisión nacional.
Olga Lidia Noa, directora que estuvo al frente de las transmisiones en cadena nacional, cuenta que no recordaba tanto desastre desde hacía muchos años.
Y qué tardecita en el hospital. De cinco o seis partos que ocurren como promedio al día, con Rafael, cuyo santo es el arcángel de la salud, nacieron 11 bebés, al tiempo que médicos y acompañantes movían camillas y corrían en pasillos, justo cuando el huracán rompía cristales, estrujaba ventanales de aluminio y cambiaba los protocolos de este pequeño hospital que brinda servicios a la población de cinco municipios de la provincia.

El llanto de “aquí estoy yo” en la sala de partos opacaba el sonido del viento mientras este alcanzaba más de 160 km/h. Con semejante fuerza, dos torres con luminarias del colindante estadio 26 de julio, sede del equipo provincial de béisbol Cazadores de Artemisa, comenzaron a oscilar como péndulos hasta desplomarse, humilladas, ante la vista del custodio Alexis Hernández Núñez.
La filmación de una de estas torres al caer, merecedora de un premio de cine con celulares, se hizo viral en las redes para vergüenza de los proyectistas y constructores que no previeron estructuras capaces de soportar la furia de un musculoso huracán.
Una vez más, lamentablemente los Cazadores resultaron cazados, pues anteriormente otra tormenta se había engullido otras dos torres.
Rafael, que vertió lluvias –aunque no las que se temían– y provocó algunas inundaciones, si bien destechó y tumbó muros por doquier y cascarones de edificios en La Habana Vieja, a pesar de hacer algunos estragos en infraestructuras de industrias y en los sembrados, realmente se destacó al derribar todo lo que le pareciera un poco alto.
Así, vencidas en el piso, besaron sus pies las torres, fueran eléctricas, de luminarias o de comunicación; y también un rocambolesco número de árboles y postes. Pareciera que fuera un ciclón vegano, por su apetito de madera; cuando no pudo con los troncos se contentó con al menos deshojar, dejando desde carreteras obstaculizadas hasta mansas piscinas con una nata flotante de gajos y frutas.

Sin luz, pero con sol
Al amanecer, entre ramas y postes apenas sostenidos por sus cables, en todas las ciudades y pueblos de Artemisa, La Habana y Mayabeque –las provincias más afectadas–, lo que más se veía eran machetes y escobillones. Brigadas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias abrían camino con sus imponentes equipos mecánicos y los carritos de la empresa eléctrica empezaban a hormiguear oteando roturas.
Autoridades de diferentes ministerios e instituciones se personaron en los lugares más comprometidos por los daños, entre ellos el presidente del Consejo Nacional de Defensa y de la República, Miguel Díaz-Canel, en tanto desde otras provincias viajaban los primeros grupos de linieros hacia las zonas más afectadas.
Algunos pobladores rescataban cubiertas ligeras que volaron de sus viviendas y los comerciantes que pudieron vendían sus productos antes de perder estos toda su refrigeración. En Guanajay, una trabajadora de la farmacia piloto, cercana al patrimonial parque ahora convertido en jungla, cumplía su turno laboral con el orgullo de un músico del Titanic, a fin de mantener el servicio activo, pasara lo que pasara.

Por su parte, en la calle Palmas del municipio cabecera de Artemisa, Juan Calzada Izquierdo, un exoficial del ejército, fuerte como una palma a pesar de sus 77 años, friccionaba el suelo al arrastrar dos inmensas pencas, una en cada mano, en equilibrio perfecto con la dorada cruz cristiana que reposaba sobre su pecho moro.
A pocos metros de allí, una enorme palma, al parecer no tan fuerte como Calzada, fue vencida por Rafael y cayó justo sobre la placa de una casa de buena estructura, todavía en construcción. Pobre dueño: ahora tratar de conquistar con vano afán ese tiempo perdido… El consuelo fue que los niños de ese barrio de buenas edificaciones, rodeado de un hermoso palmar, mataperreaban sobre el lastimero árbol.

“¿Ustedes ven estas palmas que están caídas ahí? Años llevamos los vecinos detrás del gobierno para que las quiten, y nada. Un misil es lo que tengo yo ahí”, masculló el excombatiente, quien sabedor del peligro que representa la caída de alguna de las seis palmas de más de 15 metros de altura que le circundan, prefirió refugiarse en el garaje y no en su cómodo hogar de muy buen estado constructivo y con planta eléctrica incluida.
Para edificarse una vivienda, los funcionarios que autorizan la obra deben velar por que esta no gane en vulnerabilidad y, en caso de estar ya construida, debe hacerse lo posible por reducir los riesgos ante fenómenos naturales u otros peligros. Parece un versículo bíblico, pero muchos lo desconocen.
El hospital de Artemisa también era de alguna manera inseguro constructivamente. Los ventanales ni siquiera son útiles allí, como explicó la directora de la institución, doctora Niurka Larrionda Valdés, pues sus salas están climatizadas. Además, la molestia de la luz obliga a tintar los cristales, ya que está prohibido el uso de cortinas en las salas para evitar la proliferación de gérmenes.
Afortunadamente, apenas pasó el huracán, proyectistas del gobierno se presentaron en la instalación esa misma noche para valorar la reconstrucción de las paredes sin ventanales. De esta manera, el servicio ganará en calidad y aumentará la percepción de riesgo.
Haber cumplido con su cometido de salud debió haber sido más difícil que cuando se hace el cuento. Pensemos que en un cubículo de la sala de cirugía y la de medicina interna, también se afectó el ventanal de marquetería de aluminio y se cayó el falso techo.
“En el momento en que nos encontrábamos moviendo a los pacientes en esta área, nos llaman de terapia intensiva, donde había pacientes ventilados, pues se había roto también el ventanal. Hubo un traslado inmediato hacia otro cubículo que ya teníamos previsto para ello desde antes de ocurrir el evento”, comentó a BOHEMIA la directora.
“No se notó nunca en la asistencia médica que estaba ocurriendo este evento, no hubo que sacar a ningún paciente de la unidad donde estaba y no se interrumpió ningún servicio. Los pacientes tenían tranquilidad absoluta, al igual que los acompañantes”, acotó.
De eso se trata un huracán, un deslave, una inundación… De prever. Incluso un sismo como el que moderadamente fuerte aconteció días después al sur de Pilón, en Granma, el cual dejó a siete personas lesionadas, 25 derrumbes totales de viviendas y daños estructurales en 12 municipios de la provincia.
Un sismo, sabemos, es impredecible (¡solo Jesús Domenech Castillo previó este!, atento al potente sonido de guariao (Aramus guarauna), ave zancuda especial para presagiar intensas lluvias). Pero en todos los casos se pueden tomar acciones de previsión no solo por las autoridades, sino por cada persona, que es quien conoce las particulares vulnerabilidades de su vida, hogar y su entono.

Por eso los vecinos del Reparto Pastorita, en Artemisa, tomaron cartas al proteger y recoger un transformador caído.
“¡No se lo van a llevar!”, –se escuchó en la distancia. “Le echan el aceite aquí, donde yo lo vea”, replicó un vecino a trabajadores de la empresa eléctrica que pasaban para recoger un transformador caído en el parque frente a su casa.
“Dicen que es para echarle aceite; se lo llevan y luego, o traen uno viejo o no traen ninguno, y dicen que se lo pusieron a otras personas que lo necesitaban más. ¡Mentiras! Se los venden a los pequeños agricultores y te dejan sin transformador. ¡No lo voy a permitir!”.
La conversación fluía mientras se auxiliaba de varios hombres para cargar el transformador hasta su casa; en medio de los esfuerzos, se escucharon risas, palabrotas y encomiendas. Si en la mañana los vecinos movían juntos los trozos de árboles caídos, en la tarde, en el mismo carrito, movían el trasformador eléctrico para su resguardo.
No muy lejos de allí, un hombre llegaba orondo al hospital para conocer a su bebé, uno de los 11 nacidos durante el ciclón. A pesar de los desastres, todos tenían algo que celebrar, sobre todo que el huracán no dejara víctimas fatales.
“Supongo que le pondrás Rafael”, bromeó la doctora Niurka Larrionda. El feliz papá meditó, titubeó, mas algo le quitó definitivamente la duda: “No puedo. Nació hembra”.


Mientras el occidente apenas contabilizaba los daños ocasionados por Rafael y el extremo oriente se recuperaba en difíciles condiciones de una tormenta tropical, varios territorios tuvieron que enfrentarse a una respetable furia sísmica
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