Los hay de todas las provincias. Según afirman algunos que los conocen bien, han dejado en sus terruños algunas historias que espantan. Estas de la capital, cosmopolita al fin, son de envergadura. Pasan de ovejas a lobos feroces. A la hora del engaño no tienen piedad
Por. / Veneranda Rivera
Desde las 7:00 de la mañana, el equipo de trabajo salió hacia la Terminal de última hora Villanueva (lista de espera) de Ómnibus Nacionales. Al llegar, un hombre color de ébano en fuerte competencia, con otros presentes en el lugar, nos abordó –era tan fuerte la lidia que ni siquiera se fijó en el rótulo que identificaba al vehículo-, pero el fotógrafo lo rechazó. Entramos al lugar repleto de personas aguardando los fallos de la terminal central o de un ómnibus extra. Yo, que los había previsto, como algo adicional al reportaje que preparábamos acerca de la situación del transporte interprovincial de pasajeros, vi la ocasión para hacerlo.
“El buquenque, cará”, pensé parafraseando la antológica expresión del filme El hombre de Maisinicú. Media hora después de haber iniciado el intercambio con pasajeros y directivos de la terminal, volví a salir y simulé la llegada. Como previamente sabía el precio de los pasajes para la tierra del Yayabo en un ómnibus arrendado, solté la pregunta como hablando con nadie y con todo el mundo a la vez: “¿Cómo podré conseguir un pasaje para Sancti Spíritus? ¡Qué va, hay mucha gente!”.
Solícito, un joven como de unos 30 años, que parecía estar mirando su celular ajeno a todo lo que ocurría en el entorno, se adelantó, para “atenderme”: había puesto mil 500 pesos por encima. “Muy caro”, le dije, porque el total de un pasaje ascendería a cuatro mil 500 pesos. Preguntó cuántos éramos y le respondí que tres. “Entonces, te lo puedo dejar en cuatro mil por persona”.
“¡Vamos!”, dijo haciendo un gesto que me invitaba a entrar en la terminal repleta de potenciales viajeros este agosto ardiente. Acababa de lanzarme al terreno del hampa, algo que puede ser muy serio. Con insistencia me preguntaba por el resto de las personas. No me podía dirigir al fotógrafo porque andaba con la cámara; mucho menos con los directivos de la terminal, a quienes conocen más que a sus allegados. Y aquel hombre insistiendo. Yo le preguntaba dónde estaba el ómnibus en el que viajaría; solo se limitaba a responder: “Busca a las personas, que de lo otro me encargo yo”.
Yo simulaba que trataba de encontrarlos entre la multitud, hasta que se me ocurrió ir al salón de lactantes, por donde había pasado brevemente, y preguntarle a la muchacha que se encontraba allí con sus dos niños si había visto a la señora –una de las funcionarias de transporte- que andaba conmigo, a lo que respondió de manera vaga, indicando cualquier dirección. Miré al buquenque, como diciéndole que no iba a poder viajar de inmediato, y me indicó con cierta autoridad: “¡Llámala por teléfono!”. Ellos actúan con la premura de alguien que está cometiendo un delito y suelen ser agresivos en sus exigencias. Solo se me ocurrió marcar el número del fotógrafo, quien no entendía nada, pero estaba bravo por mi osadía.
Tras colgar y decirle que mi tía se había negado, porque estaba haciendo otras gestiones, aquel joven iba transformando su falsa educación en ira, al corroborar que el dinero fácil no entraría en sus bolsillos a cambio de vaciar los míos. Él solo optó por dejar caer sobre mí una mirada tan fría que casi me paralizó.
Lo que les cuento duró unos 15 o 20 minutos, tratando con un alumno de la escuela de las “malas costumbres” y fue difícil. Pensé –salvando la distancia- en los trabajos que debe haber pasado, durante dos años, el periodista alemán Günter Wallraff, autor del relato Cabeza de Turco, cuando se transformó en obrero inmigrante turco ilegal para entrar en los vericuetos de la discriminación, haciendo las labores que los nacionales de la República Federal Alemana no querían realizar.
Existencias a veces… ¿invisibles?
Aunque muchas veces pasamos cerca de ellos y no escuchamos su «pregonar», por reiterativo, siempre han existido y siempre han tratado de ganar el dinero de modo fácil. Antes, en La Habana, se les sentía “operando” en el parque El curita, las terminales de ómnibus nacionales y de ferrocarriles; en Marianao y en muchos puntos más, igual que en las provincias.
Por muchos años han estado ahí, porque siempre ha habido personas amantes del viaje rápido o “guaguafóbicos”, quienes solo de pensar en un ómnibus lleno comienzan a sudar.
Toda la vida se han comportado como sanguijuelas, ayudando a menguar los bolsillos ajenos. Ellos afirman que su trabajo es muy duro -“desde el amanecer, hasta tarde en la noche”- y siempre que hablan de su “esfuerzo”, ponen cara de sufrimiento, pero se mantienen en él contra viento y marea.
Según definición, el buquenque es un alcahuete, adulador, persona que vocifera y trata de convencer, siempre en beneficio propio. Y yo agregaría que es un connotado parásito de la sociedad.
Los 365 días del año, las 24 horas
Yanniel Pantoja Videaux, es el jefe de la Estación de última hora Villanueva (lista de espera de la EON). Al abordarlo acerca del tema, expresa:
“El asunto de los buquenques o gestores de pasajes resulta preocupante por ser ilegal. Su origen es marginal, han dedicado sus vidas al tráfico de pasajes por esta vía y, en muchas ocasiones, estafan a las personas y el dinero que obtienen lo dedican a la ingestión de alcohol, al consumo de otras sustancias o a lucrar. Tenemos el efecto de sus acciones las 24 horas, los 365 días del año.
«Desafortunadamente, son personas que conocen los itinerarios de las guaguas, igual que a choferes –tanto de programación como arrendados-; está claro que esos conductores saben que no pueden establecer conversaciones con ellos dentro del área de la terminal».
Los buquenques no establecen una tarifas; ellos elevan el precio del pasaje, tanto de programación como arrendado, y la cuantía sobrepasa los mil, mil 500 o más pesos –según aprecien la necesidad del viajero, porque también se convierten en psicólogos-, y si el pasajero se descuida, es posible que le lleven el dinero completo; ocurre, entonces, la tragedia de no poder viajar. ¡Ah, y cobran en efectivo! No aceptan transferencias. No quieren dejar rastros.
«Muchos -prosigue Yanniel- se identifican por la vestimenta, un tanto estrafalaria, pero otros llevan ropa más fina y esos son los más engañosos, aunque el objetivo es el mismo. Para ello, tratan de ser sociables, serviciales, se adaptan a las circunstancias; son muy comprensivos y considerados para atraer a la persona interesada en viajar: son excesivamente amables.
«Entre ellos han creado una red y se informan acerca de cualquier operativo, cuando hay visitas en la terminal, y la rutina diaria de nuestro trabajo, porque ellos la estudian y la conocen bien. De más está hablar de cuando a alguno de ellos una persona les parece sospechosa».
Según la experiencia de este directivo, son un grupo grande y el enfrentamiento a ellos es constante. «Además de la nocividad de sus acciones, dan mala imagen y desacreditan; es un mal que se agrega a la tensa situación que tenemos con el servicio. Lo más dañino es que muchas veces para tapar sus fechorías usan nuestros nombres, porque nos conocen».
— ¿Y el actuar de la Policía?
—Se han realizado operativos, pero vuelven. Pienso que es hora de que pase algo, porque yo he lidiado con los reincidentes, con los nuevos, y prácticamente me he tenido que poner al nivel de ellos y preguntar: ¿hasta cuándo?
Si bien siempre ha sido menester enfrentar a esta clase de personajes. Hoy es un imperativo. Bastante complicada está la situación económica de los cubanos para que una especie a la que le gusta vivir bien sin sudar su frente, venga a exprimirle los bolsillos. ¡Es hora de actuar de manera efectiva contra ellos!
3 comentarios
Atrevido el buquenque que intentó intimidar a la reportera Veneranda, cuyo porte y carácter infunden respeto. Pero al parecer para los de esa fauna acompañante indeseada del transporte público, todos quienes acuden en busca de espacio en el ómnibus que los lleve al destino deseado no son más que potenciales víctimas.
Este es sin duda un buen trabajo periodístico que evidencia una realidad desagradable. Pero el buquenque parece ser parte de una cadena de desajustes y corruptelas que les abren el nicho para su especulación lucrativa. Los que venden boletos falsos son simplemente estafadores, y solo pueden medrar si no se atan cabos entre víctimas e investigadores del delito. Pero los revendedores de pasajes verdaderos no podrían ejercer su innoble oficio sino prevalece el conformismo ante tales lacras.
Preservar la seguridad de Veneranda, como investigadora por cuenta propia en el edesempeño de su profesión, nos dejó sin poder llegar al punto crítico para saber el ‘grupo sanguíneo’ del autoritario buquenque que pretendió victimarla.
Queda la esperanza de que las autoridades competentes encuentren el modo de ponerle el cascabel a ese molesto y dañino gato.
Gracias por acercarnos al mejor conocimiento de una potencial amenaza de la que casi nadie puede considerarse fuera de peligro.
en Ciego de Ávila actúan 10-12, extorsionan a los choferes y los amenazan, algunos fueron trabajadores de la Terminal, incluso se jactan de tener oficinas allí. Vagos sin remedio que nada aportan, ganan miles de pesos, pero..a la vista de todo el mundo y no pasa nada. Sin embargo, los viernes, los trabajadores, tenemos que ir a barrer calles!
Es cierto todo lo reflejado en este artículo. Es hora de tomar medidas que eliminen la existencia de este «personaje» en nuestro país. Los cubanos somos creativos, si se piensa un poquito se le encuentra una solución al problema y se arranca el mal de raíz.