Como cada 5 de julio, la humanidad hace su repaso de conciencia sobre cuánto ha deshecho y cuánto ha hecho por el planeta. Esta vez la mirada se ha puesto en las maltrechas tierras, en particular las que van en vías de convertirse en desiertos
Como si tratara ya de un culto ancestral, llega el 5 de junio y la humanidad conmemora el Día Mundial del Medio Ambiente. Es hora del repaso y la revisitación, pero desafortunadamente no de logros y avances en la totalidad de los órdenes.
Más bien, de deudas que los gobiernos, organizaciones multilaterales, instituciones independientes y la población en general, han acumulado. En muchos casos, por falta voluntad política y, casi siempre, por la ausencia de dineros, priorizados para fines cuando menos contaminantes. Incluso, por culpa de algunas poderosas voces emergentes que, con lana blanca sobre el pelaje gris, se muestran como paladines de la protección del medio, siempre que, eso sí, les allane el camino hacia sus finanzas personales.
Los ecosistemas de todo el planeta, se sabe, están en peligro y con bastante alarma se afirma que los espacios naturales de los que depende la existencia de la especie humana, desde bosques y tierras áridas hasta espacios agrícolas y lagos, están llegando a un punto de no retorno.
Aun así, el susto parece no encender a todos, a pesar de que literalmente la mitad de la población mundial esté afectada a consecuencia de estar degradadas hoy las zonas terrestres hasta un 40 por ciento, según ha tabulado la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación.
Las sequías, desde hace un cuarto de siglo, son más numerosas y se han hecho más largas, al punto de pronosticarse que si no se toman medidas urgentes, los estiajes no tendrán piedad con tres cuartas partes de los habitantes del orbe en el año 2050, es decir, pasado mañana.
El concierto de Naciones Unidas, sin embargo, se afana en ser optimista y tiene fe en que este Día Mundial del Medio Ambiente del año 2024 pueda contribuir en la concienciación sobre la necesidad de restaurar las tierras, detener la desertificación y fortalecer la resiliencia a la sequía bajo el lema “Nuestras tierras. Nuestro futuro. Somos la #GeneraciónRestauración”.
A partir de ahora, parecen decir. Sin culpas ni culpables. Algo así como un borrón y cuenta nueva, pues lo pasado, pasado está, pero en lo adelante se pudieran erigir más bosques, revitalizar las fuentes de agua y restaurar los suelos. Una fe que es posible abrazar con activismo y alegría, a contrapelo de guerras, emisiones de contaminantes, crisis económicas, consumismo de crecimiento aritmético, desidias y fingimientos.
De no primar ese denuedo, podríamos renunciar ya al sueño de alcanzar la totalidad de los Objetivos de Desarrollo Sostenible que el organismo planetario se ha propuesto para el año 2030, entre los que asoma su bandera la revitalización de los ecosistemas en todo el mundo.
Es por tal urgencia que la restauración del suelo es un pilar fundamental del Decenio de las Naciones Unidas sobre la Restauración de los Ecosistemas (2021-2030), un llamado a la protección que lamentablemente parece quedar bastante ensordecido.
Por suerte, no es el día Mundial del Medio Ambiente el único momento de reflexión que se le dará este año a nuestros entornos. En 2024 se celebrará, además, el 30º aniversario de la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación. También se efectuará el 16º período de sesiones de la Conferencia de las Partes (COP 16) en la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (CLD), con sede en la capital saudí, Riad, del 2 al 13 de diciembre de 2024.
Allí, viendo sin binoculares los grandes desiertos de arena árabes desde los salones con climatización inverter, los participantes tendrán la oportunidad y la responsabilidad de sopesar los platillos de la justicia ambiental y decidir, atentos sus relojes de pulsera, si es hora para el activismo o si hay tiempo de sobra para más hipocresía.