La vida del joven turista Fabio di Celmo, lleno de sueños, fue apagada hace 27 años en La Habana por terroristas pagados, organizados por seres repletos de odio contra Cuba y su gente
Fotos. / Archivos forenses, de Juventud Rebelde y Prensa Latina
El odio mata. Hay quienes tratan de imponer sus designios, cueste lo que cueste, aunque para ello sea necesario asesinar.
Eso sucedió en La Habana aquel 4 de septiembre de 1997, cuando la habitual rutina de un día laboral, era interrumpida por sucesivas explosiones de bombas en hoteles de la capital cubana; el Copacabana, Tritón y Chateau Miramar.
Por último, en horas de la noche, estalló otro artefacto en el bar restaurante La Bodeguita del Medio.
El pueblo asombrado comentaba los hechos. Lo peor de todo, no era la destrucción, ni el pánico causado, sino que mataron en el lobby del Copacabana a un joven italiano de 32 años, lleno de vida y sueños: Fabio Di Celmo.
Según comentaron médicos y forenses, murió mientras era trasladado hacia el hospital, debido a daños ocasionados por una esquirla de metal, la cual le seccionó lo que los especialistas llaman el paquete vásculo-nervioso. La fuerza de la explosión impulsó una estrella, como la usada por los ninjas, la cual penetró y lesionó huesos de la columna vertebral.
Fue imposible realizar la intervención quirúrgica.
El cadáver mostraba luego el profundo daño ocasionado por el explosivo depositado cerca de él, dentro de un cenicero, por el terrorista Ernesto Cruz León, quien confesó su deseo de ganarse unos dólares mediante esas acciones, dirigidas a atemorizar a los turistas, a hacer daño a seres humanos inocentes, a sus familias y a la economía cubana.
Hay momentos cuando se siente mucho dolor. Aquel fue uno. Luego, lo más triste era apreciar la permanente mirada afligida del padre de Fabio, Giustino Di Celmo, quien permanentemente exigió justicia por el asesinato de su hijo. Igualmente, siguiendo su legado, decidió permanecer la mayor parte del tiempo en Cuba y protagonizó acciones de solidaridad con nuestro pueblo, ante la agresividad sin límites de la mafia contrarrevolucionaria de La Florida, amparada por sucesivos gobiernos de Estados Unidos.
En una entrevista concedida en 1998 a la periodista norteamericana Ann Louise Bardach, el delincuente internacional Luis Clemente Posada Carriles, con todo el descaro del mundo, reveló ser el autor intelectual de la cadena de explosiones ocurridas el 4 de septiembre de 1997 en La Habana.
En ese momento Carriles dijo, como si se trata de algo muy normal, que “trataron de poner explosivos pequeños, porque no queríamos herir a nadie, simplemente hacer un escándalo y que los turistas no vinieran más”.
Mucha sangre fría y desprecio por la vida humana mostraron Posada y sus compinches. Esas declaraciones fueron muy similares a aquellas conocidas palabras de: “¿Pusimos la bomba y qué?”, cuando derribaron en pleno vuelo un avión de Cubana de Aviación con jóvenes deportistas.
Hablando de la muerte de Fabio Di Celmo, expresó Carriles: “No pasó nada, pero le cortó la yugular… triste, vaya… es triste, porque no fue intencional, pero no podemos parar… Ese italiano estaba en el momento equivocado, en el lugar equivocado”. De esa manera el terrorista intentó culpar a Di Celmo de su propia muerte.
Catorce 14 años después Posada Carriles fue juzgado por ofrecer falsas declaraciones ante el Departamento de Inmigración en los EE.UU y cometer perjurio. Nunca tuvo que comparecer al banquillo de los acusados para hacerlo responder por asesinato.
Por estos días, evocación dolorosa a aquel 4 de septiembre, en salones del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos, del vedado capitalino, presentan la película «Cuando la verdad despierta», dedicada a Fabio Di Celmo. Se trata de una denuncia a las sistemáticas acciones violentas contra Cuba, dentro y fuera de su territorio.
En aquel momento apagaron la vida del joven italiano amigo de nuestro país y sus habitantes, mas poco a poco la realidad de los hechos, se abre paso ante el tribunal mayor, el de la justicia de los pueblos.