La situación de la higiene es preocupante. Tenemos que tratar de vivir en barrios no menos sucios, sino limpios. La suciedad y las altas temperaturas son caldo de cultivo para la proliferación de vectores y sus consecuencias
La historia, la triste historia de este basurero, comenzó en septiembre de 2018 –si no recuerdo mal, el 11 o el 12–, cuando un cargador de los Servicios Comunales dio la primera “dentellada” en la impecable acera. Al día siguiente fui al Comité Municipal del Partido para hablar con las autoridades correspondientes.
Me atendieron en la recepción. Cuando dije mi queja, anotaron en una agenda y llamaron a la presidenta del Gobierno en el territorio, quien lo único que preguntó fue la causa por la que no había ido al Poder Popular. No preguntó detalles acerca de los “rompeaceras”, ni del funcionario encargado de dar el “visto bueno” a la labor realizada. Confieso que me sentí mal, muy mal, como avizorando el futuro de ese pedacito de comunidad.
Transcurridos casi seis años ha sido tan grande la metamorfosis del lugar, que ahora, sobre aguas albañales –pluviales también, porque hay salideros de larga data–, la basura es una suerte de cubierta movediza, sobre la que proliferan, desde las plantas, hasta las moscas, los mosquitos, las cucarachas y las ratas.
¿La acera? Todavía queda algo. Las personas –muchas de ellas niños y ancianos–, que antes caminaban por ella, ahora deben salir a la calle, por donde circula gran cantidad de vehículos, incluido el ómnibus de la ruta 26.
Con la carencia de medicamentos en la actualidad, y lo deprimidos que están los servicios de salud –a lo que se unen las altas temperaturas–, panoramas como este apuntan a riesgo. En realidad, ese no es único lugar; dondequiera que están ubicados los contenedores, las retroexcavadoras han hecho lo suyo. De las bien estructuradas aceras que existían, solo queda el nombre o el recuerdo.
Los días de lluvias intensas son un fastidio, porque el agua mezcla todo tipo de desperdicios, que van quedando al paso, como marcando la ruta, el andar de las personas.
Nadie menciona la frase “Mi casa alegre y bonita”, que tenía una bien estructurada campaña, con el aporte de unas organizaciones de masas muy activas, en función del embellecimiento del barrio. Era sencillo, pero efectivo, por devenir complemento al esfuerzo de los microbrigadistas por lograr su vivienda.
Muchas veces lo he dicho, y ahora lo reitero: si no tenemos cemento para construir viviendas, ¿lo tendremos para reconstruir aceras? ¿Quién en la dirección de Servicios Comunales controla la calidad del trabajo? ¿Qué hacen los inspectores de Higiene y Epidemiología en virtud de la prevención? ¿Qué pasa con el servicio de desobstrucción de fosas? ¿Dónde queda la exigencia? ¿Dónde la disciplina laboral? Porque los trabajadores de Servicios Comunales, como los del resto de las entidades implicadas, devengan salario. Si es suficiente o no en los tiempos que vivimos, no debe ser causa para que el resultado sea deficiente.
CRÉDITOS
Fotos. / Javier Elejalde