La escalada parece indetenible. Hay un terror constante. Se incrementan los bombardeos de Israel al Líbano. Mientras, Hezbollah lanza cohetes contra posiciones militares e industriales del país hebreo
El terror se ha vuelto una constante en el Oriente Medio. Los métodos de intimidación israelíes se asientan en la sorpresa mediante ejecuciones para nada ortodoxas, las cuales rebasan cualquier análisis serio. Como han señalado algunos autores, el régimen sionista parece desconocer los límites cuando se juega sus intereses hegemónicos. Son décadas de enfrentamientos con la milicia libanesa Hezbollah, con arraigados ideales independentistas, alejados de la sumisión.

Sin embargo, en la actualidad los frentes bélicos superan las líneas convencionales. Y de misiles, Israel pasó a la detonación de los llamados “buscapersonas” (beepers) y los walkie-talkies, infligiendo un gran numero de muertes y heridas graves entre la población libanesa. Explotados a distancia, el horror traspasa la noción de lo “permitido”. Yoav Galant, ministro israelí de Defensa, si bien niega la autoría, ya declaró que su país “abría una nueva fase de la guerra”.
Occidente hace reiteradas exhortaciones a la contención sin reconocer que el fuego cruzado en la geografía levantina, incrementado a partir de la ofensiva palestina de octubre de 2023, tiene su génesis en la tensión histórica emanada de las apetencias sionistas. El caso analizado describe la prepotencia israelí.
Atinadamente el Blog Observatorio de la Crisis plantea: “¿quién puede garantizar que las exportaciones israelíes (tecnológicas) a otros países no se utilizarán como arma en conflictos futuros? El ataque con “buscapersonas” es otra prueba sobre la amenaza global de Israel y marca el comienzo de una nueva era peligrosa y distópica en la que los civiles ya no están seguros, ni siquiera en sus propios hogares”.
Varios expertos coinciden en subrayar la delgada delimitación entre acto terrorista y crimen de guerra. Repasemos someramente lo estipulado: el artículo 51 del Protocolo Adicional I a los Convenios de Ginebra (1949) prohíbe estrictamente las arremetidas indiscriminadas contra civiles; y el artículo 85 clasifica las agresiones contra civiles de infracciones graves, constitutivas de crímenes de guerra. Asimismo, Tel Aviv viola los principios de distinción y proporcionalidad. El primero exige diferenciar entre combatientes y civiles. En esta ocasión, asesinó a niños, mediante “trampas explosivas u otros dispositivos en forma de objetos portátiles aparentemente inofensivos que están específicamente diseñados y construidos para contener material explosivo”; ello constituye en sí mismo, un acto terrorífico, aunque se diga lo contrario.

Por otra parte, y según el sitio aludido, la Declaración de la Asamblea General de la ONU sobre medidas para eliminar el terrorismo internacional (1994) y lo define como todo acto encaminado a causar la muerte o lesiones corporales graves a civiles con el fin de intimidar a una población u obligar a un Gobierno o a una organización internacional a actuar. A raíz del hecho, Volker Türk, Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, emitió un comunicado donde recalca las violaciones israelíes al respecto. Pero ¿quién le pone el cascabel al gato? Se pronostica que los Estados Unidos utilizarán su veto dentro del Consejo de Seguridad de la ONU también en la presente oportunidad, a pesar del efecto bumerán para las normas internacionales, trasgredidas a conveniencia por Benjamín Netanyahu.
En estos precisos momentos, se incrementa el fuego cruzado. Descartamos que Hezbollah pueda ser intimidado en su apoyo a la causa palestina y mucho menos arriará las banderas de su soberanía nacional. A lo largo de este último año, a Israel se le asume desde la perspectiva de “víctima”, descartando su esencia colonialista. EE.UU. exhorta al comedimiento y rara vez condena a Tel Aviv, incluso cuando en su haber carga con el asesinato de más de 41 000 palestinos, de ellos 17 000 infantes, hecho bélico sin parangón en la historia contemporánea y clara lesión a la moralidad publicitada en la gran prensa.
Ahora seguirá con su acostumbrado talante a pesar de la solicitud internacional de cuidar el frágil equilibrio de poder en la región. Todo apunta hacia un desplazamiento del foco de atención: de Irán se pasa a concentrar beligerancia contra el Líbano y sus fuerzas de resistencia. En este atentado, de mediados de septiembre 2024, resultó herido el embajador de Teherán en Beirut, Mojtaba Amani. Entonces, ¿a cuál poder se apela? Sin dudas a la eterna y “divina” extraterritorialidad sionista, consustancial a su ideología.
Es improbable la claudicación de Hezbollah; su secretario general, Hassan Nasrallah, declaró: “Implementaremos una retribución dura y un castigo justo, donde (Israel) lo espera y donde no”. Justo en estos minutos, ese es el clima político y logístico. Todo puede pasar.
Un comentario
Dentro del horror y el dolor por los horrendos crímenes sionistas, como estos de los que nos actualiza María Victoria con su alma sangrando de lo que ve y nos cuenta, tal vez el mayor sufrimiento lo causa la impotencia ante la impunidad, y el espanto por la normalización de tal barbarie cotidiana.