Se exhibe en la habanera galería Servando una muestra más del proyecto Arte y Pedagogía que conecta a los circuitos del arte con los centros académicos cubanos
La exposición La pereza me sabe a gloria, exhibida en la capitalina galería Servando, como parte del proyecto Arte y Pedagogía, propone una mirada sui generis a las trazas en la memoria que dejan la indiferencia y la desidia.
Esta muestra, del joven artista visual Daniel Antón Morera (Cienfuegos, 1999), se inspira en esos espacios residuales marcados por el abandono. Trae a debate las consecuencias derivadas de procesos truncos e inacabados, y su inevitable incidencia en las sociedades contemporáneas.
Quien traspasa el umbral de la galería, en un primer momento quizás no advierta la naturaleza desacralizadora de la selección. Las piezas -en su mayoría- se exhibieron en muestras precedentes como Post-it 7, Malayerba y otras a las que el creador se integró. No obstante, parecieran concebidas para la actual muestra y sugieren un análisis minucioso de un fenómeno que, aunque apenas velado, inquieta ya a varias generaciones.
Antón apela a una investigación artística desde un enfoque arqueológico; escudriña y (re)crea objetos hallados en zonas urbanizadas, vinculadas con la producción y la tecnología, tal si fueran evidencias de actividad humana retenidas por el decurso del tiempo. De ahí parte el matiz conceptual que le da cuerpo al conjunto en general.
Tanto es así que el público anda por el recinto pisando, pateando e, incluso, destruyendo distintos objetos, algunos esculpidos en mármol con notable precisión y colocados al “azar” en el espacio galerístico, como “olvidados” desechos biológicos y tecnológicos.
Estas obras instalativas rompen con los principios convencionales y por tradición reservados para las esculturas. Aquí, se desmoronan el significado de lo artístico, el efecto de beldad y la energía de la espiritualidad que estas obras debieran proveerle al espectador, con lo cual se refuerza el eje temático de la muestra. Al prescindir del podio y las fórmulas estereotipadas, consigue desasirse de los territorios históricamente consagrados a la creación escultórica.
Daniel Antón Morera egresó, en este 2024, de la Facultad de Artes Visuales, en la Universidad de las Artes (ISA) cubana. La actual exposición constituye su ejercicio de culminación de estudios que contó con la asesoría metodológica y el acompañamiento del Fondo de Arte Joven (FAJ).
Disonancias, Post-it 7, Hot Line, Puzzle y las muestras colaterales de las Bienales de La Habana en las ediciones 13 y 14 se suman a su currículo que cuenta con exposiciones personales en La Habana y su ciudad natal.
En 2018, ganó la beca Estudio 21 que confiere el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales (CDAV) y un lustro después, en 2023, conquistó el gran premio del Concurso Arte Joven Malayerba.
Es oriundo de Juraguá, localidad donde se encuentra la llamada Ciudad Nuclear, en la provincia de Cienfuegos, cuya urbanización nunca fue concluida, tras la desintegración de la otrora Unión Soviética en 1989.
Llama la atención cómo, luego de varias generaciones, este joven artista cienfueguero intenta desde lo visual viajar en el tiempo hacia aquella entonces importante obra ingeniera, devenida utopía arruinada por circunstancias objetivas y puntuales, cuando se planteó la conveniencia de suspender la construcción de la Central Electronuclear de Juraguá.
Con esta exposición Antón Morera cuestiona, polemiza sobre el actual escenario de la urbe caribeña del centro sur cubano que con aquel proyecto proveería progreso social y económico a sus habitantes y, también, a todo el territorio nacional.
Según los pronósticos de la época, se esperaba que satisficiera hasta en un 15% las necesidades energéticas de país, en tanto se levantaría una Ciudad Nuclear en la que se construyeron viviendas y la infraestructura para los trabajadores de la planta y sus familias.
En La pereza me sabe a gloria se percibe cierto halo de nostalgia sobre aquello que pudo ser. Algunas obras así lo evidencian como en Exoesqueletos (2024), obra basada en esculturas de resina impresa en 3D, que representan 500 reproducciones del reactor de tipo VVAR 440, emplazado en Juraguá, alusivo a los ingenieros formados en la URSS.
En esta pieza el blanco de la pared contrasta con la disposición, la uniformidad y la repetición de cada copia en color gris, generando una monotonía que interpela al espectador y lo conmina a reflexionar sobre el presente y el futuro del lugar.
Otras de las obras movilizan fibras en la memoria y expresan el cierto vacío existencial; tal es el caso de Clase de un vientre para una red de Houdinis, original instalación concebida a partir de moscas preservadas en esferas de resina epóxica de una tonalidad ámbar; aquí se evoca no solo a la nada, también al tiempo suspendido, detenido, como derivación de otros procesos o proyectos igualmente inacabados.
La pereza me sabe gloria convida a reflexionar acerca de la inoperancia y la inactividad; a la vez que moviliza la espiritualidad de quien participa en su juego simbólico y construye disimiles lecturas sobre nuestra realidad más allá de la esterilidad de lo que pudo ser y no fue.