Foto. / Roxana Rodríguez
Foto. / Roxana Rodríguez

La realidad que nos toca de cerca 

Tras más de una década del estreno mundial, se repone la obra Águila y Dragones, en un renovado montaje que volvió a conquistar a los seguidores del teatro


En una noche de fieles difuntos Margarita ha decidido poner en armonía valores y principios que en un tiempo sacrificó por conquistar poder y algunos beneficios personales. Los azares de la vida la han llevado de vuelta a sus orígenes; y mientras intenta colocar en orden frustraciones, sentimientos encontrados, su propia conciencia viene a ajustarle cuentas.

Ese es el eje central de la obra Águila y Dragones que, con texto de Miladys Ramos y dirección de José Enrique Rodríguez, en estos días se presentara en la sala Tito Junco, del habanero Centro Cultural Bertolt Brecht.

La obra reflexiona sobre la corrupción y la doble moral. / Roxana Rodríguez

El montaje estuvo a cargo de Teatro Rompetacones, colectivo capitalino reconocido especialmente desde hace poco más de dos décadas, por su amplia experiencia en la labor comunitaria.

Estrenada en 2014, en la sala Covarrubias del Teatro Nacional de Cuba, con resonante éxito de público, ahora José Enrique Rodríguez volvió a impresionar con esta puesta en escena recontextualizada y renovada que va más allá de un despliegue de evocaciones e historias fatídicas.

Águila y Dragones deviene un texto repleto de esencias discordantes. Los personajes Lucio (José Ignacio León) y Margarita (Miladys Ramos) intentan una purga interior que transita del dolor a la pérdida, de la traición a la desesperanza, del desamor al hastío. Su juego de emociones resulta enrevesado y denso desde donde emerge de una atmosfera sombría de la cual no logran desasirse.

En el cuarto de un edificio en peligro de derrumbe, justo en las calles Águila y Dragones, rememoran aquellos años cuando –apenas adolescentes– se conocieron. A medida que desempolvan recuerdos, de modo velado y manifiesto, afloran certidumbres de una mordacidad demoledora, sensaciones y reacciones malsanas en un halo pernicioso que los irá corroyendo y disminuirán como seres humanos.   

Ella, entonces, una joven de ascendencia humilde con ansias de gloria y reconocimiento; él, un consentido de procedencia acomodada, marcan el decurso de este reencuentro cáustico y abrumador.

Existencias raídas y agobiadas por los contratiempos y las fatalidades quedan abiertamente expuestas durante el montaje. Al espectador tocará develar cómo y en qué medida la vida mimó a uno de los personajes y atropelló a otro. Sin embargo, Lucio y Margarita no son inocentes, hay bastante de marrullería en sus acciones, las circunstancias y sus destinos, los cuales responden a un escenario social que no nos resulta ajeno ni distante.  

Con especial acierto la dramaturga y actriz del montaje, Miladys Ramos trae de vuelta una realidad que preserva vigencia y discurre sobre la corrupción, el tráfico de influencias, la desidia hacia el sufrimiento del prójimo, en una pugna existencial y real que pone de relieve la doble moral y otras miserias humanas.

Aun cuando la puesta evidencia dinamismo en cuanto a los recursos escénicos que asume, cabe resaltar que el texto se torna reiterativo en algunos instantes. En ocasiones, valdría intercambiar la fuerza esencial de las palabras por construcciones simbólicas que enriquezcan aun más la obra.

Águila y Dragones demostró la cualidad de renovarse y crecer; de ser consecuente con una historia que toca a todos, en tanto obsequia el deleite del arte del actor en una articulación de contrastes visuales, sonoros y, particularmente, conceptuales. Ahí radica su extraordinaria autenticidad.  

El diseño de iluminación de Marvin Yaquis, por momentos, funciona como un intérprete más, en tanto apoya la atmósfera lúgubre. / Roxana Rodríguez
De minimalista y funcional puede calificarse la concepción escénica y escenográfica. / Roxana Rodríguez

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