La nación sudamericana acaba de sufrir el intento de esos golpes de Estado que tradicionalmente la han sacudido
Bolivia vivió el pasado miércoles 26 de junio una tarde convulsa, cargada de tensión, algo así como un déjà vu de aquellos días de noviembre de 2019 cuando un grupo derechista, hoy tras las rejas, sacó del poder por la fuerza a Evo Morales y a su Movimiento al Socialismo (MAS), dejando una estela de muertos entre los seguidores del primer presidente indígena del país.
Por suerte, en esta ocasión, y en pocas horas, se neutralizó el nuevo intento de golpe de Estado. El autor del show y jefe del Ejército, Juan José Zúñiga, y sus acólitos terminaron destituidos y detenidos.
Zúñiga irrumpió a bordo de un tanque en el Palacio Quemado, sede del gobierno, en La Paz, e intentó hacerse del control del país. Allí lo recibió el propio presidente constitucional, Luis Alberto Arce, con el vicepresidente y otros miembros del Ejecutivo, y ese gesto inesperado lo descolocó, pues jamás el insubordinado general esperó esa determinación del mandatario.

Para evitar derramamiento de sangre, Arce tomó la decisión de dialogar con los castristas frente a frente, y hacerlos conscientes de la violación a la Constitución. La sorpresa de la atolondrada y poco preparada intentona, que provocó el rechazo de las fuerzas más radicales bolivianas y hasta de la prensa más derechista, hizo fracasar la insurrección. La foto del cabecilla malhumorado, esposado y custodiado por autoridades del orden recorrió el mundo e hizo respirar a la democracia regional.
Un intento sin planificación
Hace apenas siete meses, el general Zúñiga Macías les sugería a los “antipatria” que no perdieran su tiempo golpeando los cuarteles militares en busca de apoyo para derrocar al gobierno. En ese entonces, reafirmó que Luis Arce es el presidente y capitán general de las Fuerzas Armadas y le juró fidelidad al mandato del pueblo que lo eligió.
Sus declaraciones estaban claramente dirigidas a Evo Morales, con quien mantiene fuertes discrepancias. Pero ahora cambió su versión y gritó a voz en cuello que no permitiría un nuevo gobierno de Morales, quien aspira a la reelección.
Las declaraciones le costaron el puesto y ahí comenzó a planear el fracasado show. Hasta los medios de comunicación de derecha, claves para el golpe del 2019, abordaron la noticia con la misma perplejidad con la que su audiencia seguía los acontecimientos.
Además, todo el arco derechista de la política boliviana repudió la asonada, incluyendo a los golpistas de 2019 Jeannine Añez y Luis Fernando Camacho, a quienes Zuñiga prometió liberar de la cárcel donde cumplen condena por sus actos, y los calificó de presos políticos.
Habló con los medios al momento de ser trasladado ante un juez y trató de involucrar a Arce en un supuesto autogolpe para “levantar su popularidad” y habló de un presunto encuentro secreto con el jefe de Estado.
Minutos después, volvió a cambiar de versión, y sostuvo que su plan de insubordinación fracasó porque no todos los mandos militares involucrados cumplieron el rol que previamente dispusieron.
Una tercera historia la contó dos días después, cuando señaló al pastor Aníbal Aguilar, miembro del Consejo Nacional Cristiano, como el ideólogo del fallido golpe militar. Según afirmó, el imputado le incitaba a protagonizar un levantamiento y a salir a la Plaza Murillo para tomar el poder y llamar a elecciones.
No obstante, más que posiblemente –la historia avisa– la mano foránea, especialmente la estirada desde el norte del continente, debe de estar implicada en el suceso, como aseguró el propio Arce. Según este, en todo golpe de Estado en América Latina y el Caribe, además de intereses internos, siempre han existido los externos, y en el caso concreto de Bolivia el fenómeno ha sido prácticamente una constante, sostuvo.
Responsabilidades políticas
Bolivia tiene en su haber cerca de 40 golpes de Estado, y son frecuentes las fuerzas que intentan truncar los procesos de cambio, sobre todo cuando se trata de revoluciones que tienen al pueblo como protagonista.
Hoy, la nación sudamericana sufre una profunda crisis económica, agravada por la escasez de dólares y la falta de combustibles; hay convocatorias de protestas sociales que el actual gobierno considera lideradas por partidarios de Evo Morales, con quien mantiene sonadas y reconocidas discrepancias.
El cruce de ataques de los dos dirigentes del MAS es parte del marco de la crisis que vive el país, a la que se une una Asamblea Legislativa mayoritariamente opositora, paralizada por la intervención del Tribunal Constitucional y los choques entre los poderes Legislativo y Judicial, que bloquean la tramitación de leyes desde el pasado febrero.
Esto ha dejado al gobierno luchando por seguir pagando los subsidios a los alimentos y al diésel, que son clave para su apoyo antes de las elecciones del próximo año.
Analistas achacan la situación actual fundamentalmente a la lucha interna dentro del MAS, pero lo más urgente ahora es que todas las fuerzas democráticas permanezcan unidas para hacer frente a cualquier amenaza contra el orden constitucional y afrontar los problemas del país. Esperemos lo más certero, pues Bolivia siempre es sorprendente.