Las jóvenes, investigaron los datos y detalles acerca del despacho de Lenin y el apartamento donde vivió junto a su esposa Nadezhda Konstantinovna Krupskaya en el Kremlin
En diciembre de 1954 el director de la Sala de Armas en el histórico Palacio del Kremlin, informó a sus trabajadores la decisión de abrir en próximas semanas al público los dos locales principales utilizados allí por el hombre símbolo del triunfo el 7 de noviembre de 1917 de la Revolución de Octubre en la Rusia zarista.
Además, les comunicó los nombres de las tres jóvenes moscovitas encargadas de restablecer el aspecto que tenían en vida del gran revolucionario y comunista ruso su despacho laboral y el apartamento compartido con su esposa.
Esas muchachas fueronL. Kunetskaya, K. MashtakovayZ. Subbotina. También les explicó cómo ellas iban a ejecutar de manera científica semejante tarea tan importante y compleja. La idea era invitar y recoger los testimonios de los viejos bolcheviques vinculados a Lenin y a los colaboradores del Consejo de Comisarios del Pueblo (CCP), nombre inicial del grupo gobernante soviético.
“Ustedes tres –les dijo– deberán entrevistar a todas esas personas y anotar palabra por palabra, lo que ellos les cuenten”.
Emocionadas tremendamente, las jóvenes comenzaron a laborar en ese sentido visitando a numerosas personas en distintos sitios de Moscú, a fin de reconstruir y rescatar incluso el ambiente real en que se desenvolvió el insigne dirigente en su trabajo diario, las características de su vivienda y la forma en que Lenin había trabajado durante los últimos cinco años de su vida.
Precisamente en la primavera de 1954 se habían abierto ya de par en par las puertas del Kremlin. Todo el mundo podía admirar su inigualable conjunto arquitectónico, las antiquísimas pinturas y los inapreciables tesoros de la Sala de Armas. Los guías solamente podían hablar desde afuera del despacho y sin referirse al apartamento de Lenin, mostrando nada más el edificio del gobierno.
Por la inmensa abnegación puesta en la orden recibida, lograron tales compañeras hacer un voluminoso e interesante libro con el título Un hombre grande y sencillo, por supuesto, hablando de Vladimir Ilich.
A la altura de 1955 aquellas mujeres cruzaron por vez primera el umbral del despacho de Lenin, una pequeña habitación de techo abovedado y dos altas ventanas, con armarios repletos de libros y numerosos mapas; un mobiliario modesto en extremo y sobre la mesa de trabajo, una pequeña escribanía singular, obsequio de los obreros y el jefe de una importante fábrica del sector eléctrico. Además, unos teléfonos antiguos, nutrida papelería, documentos numerosos y variedad de folletos y libros de sumo interés: ¡todo conservado como en vida de Lenin!
Cuando algunos funcionarios del Kremlin entraron a esos dos espacios del expresidente de la URSS, se hizo un largo silencio, roto por V. D. Bonch-Bruévich, antiguo administrador delConsejo de Comisarios del Pueblo: “Me parece ver detenido el tiempo –dijo– como si yo solo ayer hubiera entrado aquí para presentar a Vladimir Ilich el último informe”.
Entre los presentes se encontraban Lidia Fótieva y Shushanika Manuchari’ants, en otros tiempos secretaria y bibliotecaria, respectivamente, del Consejo de Comisarios del Pueblo (CCP).
Habían trabajado muchos años al lado del célebre bolchevique y se entrevistaron con él cada día; conocían su régimen de trabajo, sus costumbres y a sus más asiduos visitantes, amigos y compañeros de lucha. Y aquel día hablaron al personal del Museo sobre los últimos años de vida de Lenin, ayudaron a puntualizar la historia de algunos objetos conservados en su despacho y en su apartamento. No faltaron, es claro, las discusiones: habían transcurrido varios decenios y la memoria no siempre es fiel a los seres humanos ya entrados en años, cargados de preocupaciones y de limitaciones propias de la edad y la salud quebrantada.
Uno de los colaboradores preguntó: “¿Dónde está la alfombra?, porque en el Museo Central de Lenin, en el que se expone una copia de su despacho, hay una alfombra…”.
Fótieva confirmó la afirmación. Sin embargo, Bonch-Bruévich aclaró: “Sí, aunque pocos días [la alfombra]. Al comandante del Kremlin se le ocurrió traerla aquí, mas Vladimir Ilich en cuanto la vio le pidió se la llevaran, por no estar acostumbrado a andar, ni a trabajar, ni a pensar, ni a tomar decisiones cruciales, encima de una alfombra: Yo no soy un Zar, soy un marxista.
Los colaboradores científicos del Museo escucharon con sumo interés los recuerdos de Shuchanika Manuchari’ants.Ella les habló del cuidado de Lenin reuniendo su biblioteca, su amor por los libros y el afán en conseguir las más famosas obras literarias y los textos de muchos temas relevantes, útiles en su quehacer estatal y partidista.
Nadie podía recordar mejor queLidia Fótieva, casi siempre al lado de Ilich en la Secretaría del Consejo de Comisarios del Pueblo (CCP), la manera de iniciar el día de trabajo; dónde ponía habitualmente el correo de la mañana y los periódicos; el recibimiento a los visitantes; la preparación de las reuniones; el modo de dirigirlas y su exigencia en cuanto a la puntualidad, la organización y la disciplina. Todo esto lo argumentan con exactitud y amena prosa las tres autoras citadas.
¡Realmente para esas muchachas resultó más fácil describir el despacho! Más esfuerzo tuvieron que hacer con respecto al apartamento donde vivía Lenin con su compañera Nadezhda Konstantinovna Krupskaya.
Su hermana menor María Ilínischna Uliánova siguió viviendo allí con su cuñada después de la muerte de Vladimir Ilich y trataron de conservarlo todo como estaba. No obstante, y es lógico, el aspecto del apartamento cambió en cierta medida. Aparecieron en él no pocos enseres de la hermana mayor de Lenin, Ana Ilínischna Uliánova, residente igualmente allí los últimos años de su vida (de 1931 a 1935).
Según narraron las tres redactoras de la mencionada publicación, entre los participantes en la primera sesión de testimonios para puntualizar la disposición de los objetos y muebles en la vivienda no había nadie que hubiera frecuentado todas sus habitaciones y recordara bien el mobiliario de cada una de ellas. Con ese propósito se promovieron nuevas entrevistas: con Víctor Dimítrievich Uliánov, sobrino de Lenin; con Vera Dridzó, secretaria de Krupskaya; las veteranas comunistas Margarita Fofánova, N. Stopani, T. Liudvínskaya y otras personas muy allegadas a Vladimir Ilich.
Ayudadas por colaboradores científicos del Museo Central de Lenin, las tres mujeres confeccionaron, al comienzo, el primer libreto de las explicaciones de los guías a los visitantes del museo.
Al principio, las visitas eran muy cortas; duraban de 20 a 30 minutos y en cada una de ellas se evidenció la necesidad de recoger detalles nuevos y la idea de continuar las pesquisas para reunir más a fondo la ubicación exacta de los objetos expuestos.
Los grupos de visitantes hacían alguna que otra pregunta a la que era difícil responder de manera exhaustiva. Surgieron otros problemas en la investigación y vieron tales historiadoras la urgencia de profundizar mucho más las indagaciones con otros compañeros, amigos y familiares de Lenin y su esposa. En fin, llegaron a la conclusión de hacer una labor científica de minuciosidad mayor.
La primera tarea planteada a ellas era determinar los verdaderos muebles, objetos y libros del apartamento en vida de Lenin y mostrar lo real en el histórico museo.
De ese modo lograron hacer novedosos y hasta sorprendentes descubrimientos científicos. Se constituyó sin demora una comisión especial, con representantes del Instituto de Marxismo-Leninismo, el Museo Central de Lenin, la Biblioteca Nacional Lenin y el personal del museo en el Kremlin.
Emprendieron el trabajo en dos direcciones: 1) Hacer un inventario científico de todos los objetos y enseres, determinar a quiénes habían pertenecido y poner en claro su historia. 2) Describir y clasificar la biblioteca de Lenin y de su esposa Krupskaya.
A partir de entonces, comenzaron a “hablar” los propios objetos y enseres “mudos” e “inmóviles” durante largos años. Así se esclarecieron poco a poco otros apuntes valiosos de la vida de una familia ejemplar.
El trío de indagadoras escuchó con profunda atención los relatos de hombres y mujeres amigos íntimos de Lenin visitadores frecuentes de la vivienda. Así conocieron a quiénes habían pertenecido y la procedencia de las cosas de aquella modesta y singular casa; se vieron obligadas a preguntar a otras numerosas personas y confrontar sus recónditos recuerdos.
En la habitación de Nadezhda Krupskaya, sobre su cama, estaba extendida una manta o frazada de cuadros. Al verla, Vera Dridzó, la secretaria de la esposa de Lenin, dijo: “Esta manta estaba en la cama de Lenin. Nadezhda decía que se la había regalado a Vladimir Ilich su madre María Alexándrovna Blank.”
¿Quién podría confirmar sus palabras? La manta, por lo visto, la había tenido Lenin también en Petrogrado en 1917. Lo confirmó Margarita Fofánova en cuyo domicilio se refugió Lenin cuando lo buscaban esbirros del gobierno Provisional burgués. Las tres investigadoras le enseñaron la manta de viaje del líder clandestino.
Margarita aseguró que la madre de Ilich se la había regalado durante su último encuentro en Estocolmo, Suecia, en 1910. Y Lenin la llevaba consigo siempre y le tenía enorme cariño, porque, como todo buen hijo, quería mucho a su señora madre.
La manta, vieja y usada, necesitaba una restauración completa y complicada, trabajo realizado con calidad por los restauradores expertosde la Sala de Armas: N. Yarmolóvich y M. Baklánova.
Al hacer el inventario de los efectos personales de aquella prominente familia, las jóvenes se sorprendieron, porque conservaban vestidos viejos y raídos, calzado reparado, platos y tazas gastadas, y muebles sencillos. El apartamento carecía de todo adorno. María Alexándrovna había inculcado a sus hijos la modestia, la austeridad, el estoicismo, la no ostentación de las cosas.
La esposa del poeta Johannes Bechercontó a los colaboradores científicos del Museo su conversación con la portera de la casa en que viviera Lenin en París, en la calle de Marie Rose. Los vecinos de la vivienda se enteraban de la llegada de la primavera por un indicio especial: en la ventana de la habitación que ocupaban los Uliánov aparecía el sencillo sombrero de paja de Nadezhda Konstantinovna, limpio y recién barnizado. Y así durante muchos años.
En el apartamento (narraron las autoras del libro) se registraron valiosos hallazgos. Por ejemplo, en un baúl encontraron un gran abrigo de invierno forrado de piel de oso. Era viejo y raído: se notaba haber sido usado mucho. Pero, ¿por quién? Mirando la talla no parecía haber pertenecido a Lenin. El corte y la hechura antiguos, denotaba no ser típico ropaje de Dimitri Ilich, el hermano menor de Lenin. Quedaba una sola hipótesis: había sido usado por elpadre de Lenin: Ilyá Nikoláevich Uliánov. Y así fue realmente.
Viejos bolcheviques aseguraron haber visto a Lenin con ese abrigo precisamente cuando estuvo desterrado en la aldea siberiana de Shúshenkoe. Más tarde solía ponérselo al ir de caza en invierno y cuando visitaba distritos lejanos de la región de Moscú.
Por razón de espacio, omitimos datos y detalles apasionantes del trabajo que las tres muchachas pidieron a los especialistas del Instituto de Criminología de Moscú para descifrar y precisar la ubicación verdadera de cada mobiliario en el despacho de trabajo de Lenin.
Los criminólogos se auxiliaron, de entre otros elementos, de las fotos tomadas en distintas ocasiones por el fotógrafo ruso Piotr Otsup, de quien obtuvieron testimonios muy oportunos y determinantes para ubicar la posición real de los muebles en aquella histórica oficina.
Valgan estas líneas de BOHEMIA para evocar y rendir homenaje en este 7 de noviembre (25 de octubre de 1917 para la Rusia de entonces) al hombre que, como expresara poéticamente el periodista norteamericano Jonh Reed, protagonizó y encabezó aquellos “diez días que estremecieron al mundo”.
- FUENTE CONSULTADA: Libro inédito de este redactor Yo vi el cerebro de Lenin.
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