Nada supera, en placer, este momento para la joven jueza avileña.
Nada supera, en placer, este momento para la joven jueza avileña.

Lo bello y lo justo en una joven madre

Ni la más intensa o desgastante rutina de trabajo, ni las enormes vicisitudes de estos tiempos impiden que miles de cubanas adoren y atiendan a esos retoños divinos que les dio la vida

Fotos. / Pastor Batista


Cuando el gallo del vecino lanza dos aletazos al aire y dispara su primer cantío, ya Ignaibis García Beltrán está levantada desde hace rato, aprovechando el filito de corriente para adelantar con el lavado de ropa.

Excepto por alguna razón de fuerza mayor, ha decidido no ir en la mañana al Tribunal Municipal Popular de Baraguá –presidido por ella. Siente que en la casa adelantará mucho más y, a la vez, podrá alternar, como otras veces, lo profesional con impostergables tareas hogareñas.

Por ello, amaneciendo, le mete pecho y dedicación al trabajo de sentencias. Su esposo Déimar llevará el niño hasta el círculo infantil. Un rato después sobreviene el recurrente apagón y ella suelta la computadora para irle encima de nuevo al lavado, a puño limpio, proseguir luego con las sentencias, preparar la comida desde bien temprano, correr a buscar al pequeñito, dejarlo con la abuela materna, seguir trabajando…

“En fin, como a las ocho de la noche es que puedo, por fin, cargar, abrazar y mimar de verdad a mi hijito de tres añitos. Pero no imaginas cuánto me reconforta ese momento. Adoro mi profesión, amo mi hogar, lo doy todo por mi familia, pero mi niño es mi vida y más. A veces me entristezco un poco porque en medio de este ajetreo constante él suele ser el más perjudicado”.

Recientemente alguien comentaba con admiración en el Tribunal Provincial Popular avileño la extraordinaria capacidad de esta joven jueza que, además de sus funciones como presidenta municipal, lleva las llamadas materias civiles, penal, laboral y la tarea del juez de ejecución.

Pues claro que puede cumplir todos sus deberes, ha-cer justicia, adorar al pequeño hijo y dedicarle al mundo esa sonrisa.

–¿Por qué tanto a la vez?

–Es que me falta un juez, no hemos podido ocupar esa plaza y debo encargarme de todo. El trabajo, los procesos no pueden detenerse ni afectarse. Por suerte estamos en un momento favorable. La situación del municipio no es complicada, tengo apoyo de la secretaria judicial, que a costa de tremendo sacrifico cursa el cuarto año de la carrera, y de las dos asistentes, que acumulan gran experiencia.

–Hablando de eso, en medio de tantas adversidades lograste terminar tu especialidad en Derecho civil y familiar.

–Así es. No creas que fue fácil: Un año y medio recibiendo clases en Ciego de Ávila, luego la predefensa en Santiago de Cuba y por último la defensa aquí, en la provincia.

“A veces sentí deseos de no seguir. Era una carga muy fuerte, sumada a todo lo que tengo encima. Y si eso no sucedió debo agradecérselo a esa gran colega, amiga, hermana que tengo: Yenni Pérez, presidenta del Tribunal Municipal Popular de Venezuela, que todo el tiempo me infundió ánimo y me ofreció su ayuda, sobre todo cuando se me borró todo lo que tenía hecho, precisamente el día que debía entregarle a la tutora lo redactado. Pensé que me iba a infartar. Pero ahí estuvo Yenni, a mi lado. Con razón una vez le dije que mi título debiera llevar también el nombre de ella”.

–A nadie le gusta que le impongan una sanción. A la familia tampoco. ¿Has sentido rechazo hacia ti, alguna amenaza, peligro, miedo?

–Nunca. Esas cosas no las conozco. Siempre trato de lograr que la decisión sea la más adecuada. Nuestra misión, como jueces, es hacer justicia. La población puede estar segura: a quien no le corresponde una sanción determinada, el tribunal que yo presido no se la impone. Eso sí: al que le toca, le toca.

–¿Qué dicen tu mamá, el resto de tu familia?

(Sonrisa con candidez de pura niña).

–Todo el mundo quería que yo estudiara Medicina. Pero en lugar de ponerme la bata blanca me incliné por la de color negro, la encargada de otra función muy saludable también: impartir justicia.

La tarde declina sobre sí misma. Al ver a su madre acercarse al salón, un niño sale corriendo tan de prisa como sus pequeños pies se lo permiten, abre los brazos y siente que sube hasta las nubes para quedar atrapado entre los besos, abrazos y “apretones” de la mujer que le dio luz. Unos le llaman jueza, otros Presidenta, casi todo el mundo Ignaibis… él, cada día, le llama simple y divinamente Mamá.

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6 comentarios

  1. Está mujer es una campeona, con orgullo la tengo entre mis personas favoritas. Son reales sus capacidades, por eso sin haber terminado su licencia de maternidad se incorporó a trabajar cuando las necesidades del Tribunal fueron apremiantes. Siempre lleva esa sonrisa.

  2. Así son las mujeres Juezas en Cuba con una sonrisa enfrentamiento diario a los quehaceres del hogar y del Tribunal. Muchas felicidades

  3. Que lindo artículo le preseden cada una de esas palabras tuve la suerte y el privilegio de trabajar como secretaria penal y fue un honor trabajar a su lado por su trato tan favorable y su entrega a su profesión. Es una mujer admirable mis saludos para ella desde la distancia y un abrazo

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