Motos, motorinas, ruidos y “bellas” canciones

Elementos cuya actividad provoca malestar. Factores que incrementan la contaminación acústica. Es tanto el aumento de los ruidos en el entorno cotidiano que ya nadie se pregunta cuántos decibeles es capaz de resistir el ser humano, antes de caer en la sordera crónica, entre otros males


A este paso, pienso que en cualquier momento se desatará una epidemia de “agitación respiratoria, aceleración del pulso, aumento de la presión arterial, dolor de cabeza –lo cual en nada se vincula con el resurgir de las enfermedades como el dengue, la covid-19 y otras–; gastritis, colitis…”, a consecuencia de la contaminación acústica.

Hay tantas vivencias propias y ajenas, que resulta imposible repetir narraciones –serias y jocosas– de las motos, las motorinas, sus ruidos y las canciones acompañantes del agitado andar de estos ciclos. Son los medios de transporte que más circulan por cualquier provincia de Cuba, donde se juntan tendencia y necesidad, debido a la situación del transporte, casi colapsado.

Foto. / lacapitolmdp.com

Durante una conversación informal, las amigas Berta, Yadira, Carito y Teresa, me sugirieron abordar el tema, por la intensidad adquirida. Y aunque fue una suerte de “pie para la décima”, no hay mucho para “improvisar”, porque el objeto de la queja está ahí, y hay mucha tela por donde cortar.

Vamos por partes: las motos tradicionales, que antes transitaban en paz y armonía con su entorno, ahora son motivo de fuertes críticas, pues se ha puesto de moda retirarles los silenciadores, algo que hacen no solo en Cuba, sino en otras partes del mundo. Tales conductas han requerido de las autoridades la adopción de serias medidas encaminadas a evitar daños a la salud de sus comunidades.

Resulta muy desagradable el proceso de aceleración a que los ciclistas someten a las motos a la hora de salir o de llegar a algún lugar. Si es parte de la rutina, ¿por qué le quitan los silenciadores, cuya ausencia es fuente de contaminación ambiental?

Belkis Ayala es una guantanamera llegada a La Habana con intenciones de no retornar al Oriente. Pernocta en una zona donde abundan garajes y mecánicos. “Allí el movimiento es constante, pero al despertar, tiembla la Yaya, cuando desprovistos del indispensable bozal, inician con acelerones discretos que comienzan a crecer, como si los dueños sintieran diversión en interrumpir el sueño ajeno.

“Hay ocasiones en que, aún despiertos, estamos tan atareados que ni nos percatamos de ese ruido extremo tan tormentoso y, de repente, reaccionamos para preguntarnos hasta cuándo será. Porque de nada valen los reclamos, si la respuesta es sabida: La calle es libre, y estoy en la calle, no en su casa. Es el habitual alegato, ante la reiterada transgresión de la tranquilidad de los demás”.

A esto se suma la guapería vial –algo así como mostrando fuerza– y salen a la velocidad del relámpago, acompañado de la resonancia del trueno; al parecer, dueños absolutos de la vía y totalmente responsables de la contaminación acústica.

Son muy útiles, en particular por la situación actual del transporte. Falta lograr una actitud más amigable con el medioambiente. / cubadebate.cu

Quejas para ser escuchadas y… ayudar a su solución

La licenciada en Derecho, Berta Ferro Saide, está muy preocupada con la indisciplina generada por la irregularidad con los silenciadores: “Aquí, en Pinar del Río, las motos nos tienen sordas. Hablé con uno de los propietarios, por el ruido que hacen, y me dijo que ellos les quitan el silenciador para disfrutarlo, porque se siente más.

“Le voy a hablar de otro asunto relacionado con esto: aquí, en el barrio, todos sabemos cuándo se acerca el bodeguero por el volumen de la música. No la ausencia de silenciador, es volumen de la música. Hace dos días, aproximadamente a las seis de la tarde; yo estaba en el portal de mi casa y escuché la letra de eso que ahora le llaman Reparto. En momento alguno podría imaginar que fuera una canción; un relajo, sí. Fui a la bodega y les pregunté: ¿Acaso a esa grosería se le puede llamar música? Me contestaron: SÍ. Ante tanta desfachatez, no abrí la boca. Solo me limité a mirarlos con desdén. Mis ojos hablaron por mí. Creo que la apagaron por respeto a mis años, porque en esto de las motos, como en muchas esferas de la vida, la indisciplina es total”.

Caridad Miranda Flores, estomatóloga jubilada, asegura que las discusiones en torno al tema provocan manifestaciones de mala educación; vemos que las faltas de respeto son muy frecuentes. “En mi vecindario, el escándalo y las palabras obscenas están a la orden del día. Es lamentable que la Policía Nacional Revolucionaria (PNR) no siempre sea receptiva. No me refiero a algún cuento que me hayan hecho, sino que lo he vivido en carne propia. Al final, no se resuelve”.

Guía de una bonita familia, educada con valores, para ser hombres y mujeres de bien, la ingeniera química Teresa Pérez Pacheco, ya jubilada, aunque muy activa, también opina:

“La indisciplina social, la falta de respeto y la mala educación, en sentido general, ya son generalizadas. Esto de los ruidos forma parte del desapego a las normas establecidas. Si nuestra sociedad continúa así, terminaremos devorándonos entre nosotros. Hay ocasiones en que añoro un rincón en una caverna, en una cueva, como los aborígenes, sobre todo en esta tercera edad que está sufriendo las consecuencias del deterioro social, que se aprecia en una falta de respeto increíble.

“Gran parte de nuestras familias –analfabetas o con bajo nivel cultural– mantuvieron como estandarte los principios de la convivencia respetuosa. Era imposible que esas actitudes se permitieran, pues había respeto hacia los mayores”.

A pesar de ser eléctricas, la música estridente las hace emular con las motos que prescinden del silenciador en el tubo de escape. / tribuna.cu

Émulas de las motos

Pudieran parecer inofensivas, aunque no lo son; no circulan a la velocidad del rayo, pero tres de cada cinco vehículos de este tipo llevan con sigo el malestar sónico. Se trata de las motorinas, cuyos equipos de música son capaces de superar a cualquier bocina colocada en un evento público.

Al desplazarse no llevan ruido mecánico, pero sí el de la música, con un repertorio muy amplio y diverso del Reguetón; letras donde la poesía es ausencia, mientras se enaltecen las frases soeces, el sexo y las rivalidades, entre desaciertos, que las personas escuchan con insatisfacción por su significado. 

Tanto las motos sin silenciador, como las motorinas, son un azote a la tranquilidad, lo mismo en la calle, que dentro del hogar. Porque el ruido lo inunda todo. La mayoría de estas personas, aunque no lo reconozcan abiertamente, son agentes contaminantes. Sí, los ruidos contaminan y son nocivos a la salud.

Bajo el título Contaminación sonora en Cuba, un problema medioambiental, CUBAHORA publica un trabajo destacando que en el país “muchos factores influyen en la contaminación por ruido. Desde la obsolescencia tecnológica, hasta la indisciplina social y falta de comunicación”.

Un dato interesante es que la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda menos de 30 decibeles (dB) en las habitaciones para una buena calidad de sueño, y menos de 35, en las aulas. En términos generales, los niveles más altos permitidos son de 65 dB; cuando es superior a 85, puede provocar pérdida auditiva crónica.

La contaminación acústica ocasiona merma del desarrollo cognitivo, alteraciones metabólicas, problemas del corazón y, en particular, mucho malestar, sobre todo, si se reitera y prolonga en el tiempo.

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