Foto. / arsmagazine.com
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Mundos diversos e infinitos

 Marcel Proust vuelve a protagonizar el diálogo entre la literatura y las bellas artes


“Pero de igual modo que el viajero, defraudado por la primera impresión de una ciudad, se dice que acaso penetre en el espíritu de esta visitando sus museos, trabando conocimiento con el pueblo, trabajando en las bibliotecas, me decía yo que si hubiera sido recibido en casa de la señora de Guermantes, si fuese uno de sus amigos […] conocería lo que su nombre encerraba realmente, objetivamente, bajo su envoltura anaranjada y brillante”.

El veinteañero Marcel Proust, retratado por Jacques-Émile Blanche, en 1892. / vogue.es

Las líneas anteriores pertenecen a la tercera novela de una saga cuyos ecos se aprecian en una muestra “poco convencional”, al decir de Guillermo Solana, director artístico del madrileño Museo Thyssen-Bornemisza, que estará abierta allí hasta junio del actual año.

Más de 130 piezas, entre pinturas, esculturas, libros, fotografías y textiles, forman parte de Marcel Proust y las artes para resaltar cómo las segundas fertilizaron la literatura y la existencia cotidiana del novelista francés nacido en el barrio de Auteuil, París (1871), y fallecido en esa misma urbe (1922). 

Varias instituciones contribuyeron a redondear el conjunto: el Museo del Louvre, el de Orsay, el Carnavalet – Histoire de París, el Städel Museum (Fráncfort), el Rijksmuseum (Ámsterdam), la Galería Maurithuis (La Haya) y la Galería Nacional de Arte de Washington.

En declaraciones a la prensa el curador Fernando Checa subrayó: “es una exposición […] en la que los cuadros se ordenan según las ideas y los intereses del escritor”.

Los visitantes pueden observar galeras (o sea, las pruebas de las hojas impresas, que se revisaban antes de proceder a la tirada definitiva) de En busca del tiempo perdido, una de las obras cumbres de la literatura universal. Asimismo, ejemplares de los volúmenes que conforman dicha serie: Por el camino de Swann, A la sombra de las muchachas en flor, El mundo de Guermantes, Sodoma y Gomorra, La prisionera, La fugitiva y El tiempo recobrado.

Mediante la voz del narrador, en tales novelas emerge de manera reiterada la fascinación por la escritura y las múltiples manifestaciones artísticas, las cuales ya habían poblado en 1896 su libro Los placeres y los días. Tres poemas contenidos en él –junto con relatos y prosas poéticas– develan su agrado por las pinturas de Jean-Antoine Watteau, Aelbert Jacobsz Cuyp y Anton Van Dych.

Galeras de En busca del tiempo perdido. / wmagazin.com

De las realizadas por Watteau dice: Crepúsculo pintando los árboles y las faces con su manto azul, bajo su máscara incierta;/ Polvo de besos alrededor de las bocas cansadas…/ Lo vago se hace tierno y lo muy próximo, lejano./ La mascarada, otra lejanía melancólica, / Hace el gesto de amar más falso, encantador y triste./ Capricho de poetas o prudencia de amante, necesita el amor que lo adornen sabiamente./ He ahí barcas, comidas, silencios y música.

Y un fragmento del poema sobre el tercero de ellos trasluce admiración: Triunfas, Van Dyck, príncipe de los gestos tranquilos, / En todos los seres hermosos que pronto han de morir.

Ese volumen y los artistas en él citados constituyen el eje de la sala en la cual comienza la amplia muestra del Museo Thyssen-Bornemisza. En la siguiente diversos cuadros representan el entorno parisino, que tantas páginas conquistó en las obras de este novelista: sus jardines, bulevares y otros sitios de reunión. En Por el camino de Swann el narrador-protagonista evoca los recorridos habituales durante su infancia, acompañado por una sirvienta. Los Campos Elíseos le atraían entonces porque allí podía encontrarse con una niña a quien adoraba.

Un sitio emblemático del París que conoció el escritor sirvió también de inspiración a una obra de Camille Pissarro: Rue Saint-Honoré por la tarde. Efecto de lluvia (1897). / wmagazin.com

Rememora cómo se “arrastraba lánguidamente, dolorido, entre el tiovivo y la pradera artificial, toda blanca, cogida en la red de los paseos, que ya habían limpiado de nieve, y con su estatua, que ahora tenía en la mano una varilla de hielo, con la que parecía justificar su actitud […] De pronto, rasgose el aire y en el hermoseado horizonte, entre el circo y el teatro guiñol, asomó el verde plumero de la institutriz, destacándose sobre el cielo, que empezaba a abrir. Y Gilberta venía a todo correr hacia mí, radiante, encarnada, con su cuadrada gorra de piel, excitada por el frío, por el retraso y por el deseo de jugar”.

Un personaje de la saga, el pintor Elstir, remite a los cultores del movimiento pictórico impresionista, dígase Édouard Manet, Claude Monet, Camille Pissarro, Pierre-Auguste Renoir, puntualizó en una entrevista el curador Fernando Checa. “Proust conocía a muchos de ellos personalmente y a otros los contemplaba en las colecciones pertenecientes a la alta burguesía y la aristocracia”.

Esos artistas pintaron, además, paisajes vistos en ciudades costeras del norte de Francia, las cuales dieron pie a la ficticia localidad de Balbec, incluida por el escritor en su vasto relato.

Pero no solo las principales figuras del impresionismo francés reclaman la atención en la muestra que nos ocupa. Los acompañan creadores contemporáneos; o provenientes de otras geografías y etapas, por ejemplo, Rembrandt, Johannes Vermeer, Paulus Potter y Jean Baptiste Camille Corot. Todos abordaron temas o recrearon lugares a los que alude Proust.

Obras de Joseph M. W. Turner, James McNeill Whistler, y Raimundo de Madrazo se exhiben en el espacio referido a Venecia, un escenario significativo a lo largo de En busca del tiempo perdido.   

Después del almuerzo (1879), otra imagen parisina. Su autor es Pierre-Auguste Renoir. / arsmagazine.com
Así vio Claude Monet el Hôtel des Roches Noires, Trouville (1870). / arsmagazine.com

Para recordar cuánto seducían al narrador la indumentaria, los tejidos, se exponen trajes y telas diseñadas por Mariano Fortuny.  

Marcel Proust nos entregó una vívida estampa de las clases pudientes en Francia durante el período de la Belle Époque. De sus refinamientos, aspiraciones, superficialidades, egoísmos, angustias. Cual asidero ante aquella sociedad que lo deslumbraba y al mismo tiempo perturbaba, exaltó la grandeza de una autoridad mayor:

“Solo mediante el arte podemos salir de nosotros mismos, saber lo que ve otro de ese universo que no es el mismo que el nuestro, y cuyos paisajes nos serían tan desconocidos como los que pueda haber en la luna –reflexionó en El tiempo recobrado–. Gracias al arte, en vez de ver un solo mundo, el nuestro, lo vemos multiplicarse, y tenemos a nuestra disposición tantos mundos como artistas originales hay, unos mundos más diferentes unos de otros que los que giran en el infinito”.

Ignacio Zuloaga concibió este Retrato de la condesa Mathieu de Noailles (1913), poetisa con quien el literato francés sostuvo un intercambio epistolar. / arsmagazine.com
Venecia recreada en 1834 por Joseph M. W. Turner. / vogue.es

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