Nicolás Guillén: El color cubano

En el contexto del 122 aniversario del natalicio de El Poeta Nacional, el Centro de Documentación ha decidido volver a publicar una entrevista realizada por José Antonio Pola para nuestra revista en ocasión de los 80 años de uno de los grandes exponentes de la literatura cubana


Guillen en su ochenta aniversario[1]

Me levanto muy temprano y me voy para el trabajo

Cuando se franquea el umbral agrada el orden y sencillez, la fuerza de luz que invade el pequeño antedespacho donde laboran cotidianamente dos de sus íntimos colaboradores: Sara, la hábil y dulce secretaria, y Nodarse, que gana estimación por su callado trabajo.

Se dice que cuando los ojos están habituados a captar la nota íntima, los objetos revelan otras connotaciones. Quizás así sucede con el óleo de Guillén joven que en esa oficina cuelga de una pared —trazos fieles de un pintor venezolano, Pablo Serrano— con las fotos de Fidel y Raúl en la Plaza, la de Fidel y el poeta con franca y sonora sonrisa, una caricatura de Juan David que capta con maestría un instante preciso y el gesto personal pero también muestra sugerente dedicatoria: “Para el amigo, para el poeta Nicolás”; tampoco, pienso, pueden ser ajeno el diminuto velero vietnamita que navega entre libros y curiosidades, el saquito de azúcar (“Batallón de las Guásimas, 14 de mayo de 1980”), un barco de papel maché, el cubano color de un Portocarrero, los diplomas, afiches y aquella monumental e impresionante cabeza de Guillén realizada en bronce, en España, por viejos amigos. La fotocopiadora eléctrica da fe de las muchas copias que ahí se realizan, como también ojo aparte reclaman los libros que al juzgar por títulos y autores —Martí, entre ellos— abarcan lo nacional y universal por contenido.

Dos puertas que suavemente resbalan sobre correderas separan otra habitación donde el tiempo queda preso por mil recuerdos que allí se atesoran (¿los más cercanos?): el retrato de Rubén, un tapiz multicolor, dos estantes con múltiples objetos… al fondo, la mesa redonda donde en ocasiones comparte su amena charla, pero lo que más apodera la atención es su recio buró —de escorzo a las puertas—, que guarda libros, papeles, que siempre tiene sobre el pulido cristal lecturas novedosas o, como ahora, sus Páginas vueltas, las memorias que pronto se publicarán. En esta habitación el poeta dedica gran parte de su tiempo a recibir amigos, delegaciones, coadyuvar en las tareas de la UNEAC y si el tiempo alcanza da salida a la creación como lección oportuna de quien ahora cumple ochenta años enriquecedores.

En ese entono, BOHEMIA conversó con él. Sin pensar en la entrevista formal, sino el diálogo sobre temas diversos, situando tiempo y espacio, riendo sus salidas humorísticas o tomando su palabra por hondo sentido.

—El humor ha sido para mí una manera de desahogarme, una forma de prolongar el sentido de mi obra literaria. Aparte, es tener a mi disposición una serie de elementos que se pueden emplear seriamente y que son, como dije, una vía para desahogarme. Por ejemplo, en Motivos de son, al comienzo, hay notas de humor dolorosas porque este libro expresa momentos muy difíciles de la vida cubana, muchas de estas cosas se pueden tomar aparentemente en broma pero son la realidad de un fenómeno muy serio. Motivos de son aparece en 1930, en uno de los momentos más culminantes de la crisis política, social y económica que Cuba estaba viviendo.

—En Sóngoro Cosongo hay también una prolongación incluso más dolorosa que desemboca en West Indies Limited, poema que marca una transición en mi poesía, con una diferencia enorme de planos, que expresan las contradicciones que hay en ese momento. Pero en el anterior libro ya se explica el son como instrumento para expresar el dolor popular del cubano, de modo que existe una toma de posición, es decir, todo el poema es una toma de conciencia frente a lo que el poeta está mirando. Claro, puedo decir que los Matamoros influyeron mucho en mi poesía desde el punto de vista formal y temático. La mujer de Antonio, Papá Montero, Quirino con su tres… ahora, hay también un momento en que no son solo los Matamoros.

¿Y el mayor acento?

—A veces los textos, pero en general las crónicas. Los poemas del son están resueltos desde el punto de vista formal rítmicamente. Un son que no tenga esa característica formal, que no sepa a son, no es un son. Después ese mismo son transformado en instrumento político domina toda mi poesía, se le encuentra constantemente. Yo no he querido alejarme de esa influencia, está ahí y forma parte de todo un proceso. Por circunstancias que cualquiera sabe, estaba o estuve mejor dotado de esa dualidad: son como música, son como contenido.

—¿Qué si bailo el son? Soy muy mal bailador. Lo peor que le puede suceder a cualquiera en una fiesta a mí me sucede. Y es que una muchacha simpática, bella, venga a sacarme a bailar y yo le tenga que decir: “Voy a desbaratarle los pies porque no sé bailar”. A mí me gusta ver bailar y, algunas veces, hago mis pininos, piruetas, pero sin ninguna categoría danzaria.

—Fui muy amigo de Caturla. De Roldán no tanto, nos conocíamos. Pero fue justamente él, Roldán, quien completa Motivos de son. Caturla solamente pudo hacer un poema.

¿Cómo recuerda a Caturla?

—Cuando venía de Remedios a La Habana, almorzábamos juntos y cambiábamos impresiones. Tengo cartas desesperadas donde pide que le dé materiales para trabajar, cosas negras, poemas. En esas cartas me dice: “Usted está muy bien dotado puesto que siendo creador es poeta y los poetas tienen mayores facilidades que nosotros los músicos para crear. Me hace falta un poema de carácter sinfónico y usted lo puede hacer”.

—¿Hacer?, yo no podía hacer nada. Tenía que trabajar en una oficina para ganar dinero y ésta era la gran respuesta. Éramos todos unos inválidos por la situación económica negativa. En mis Memorias menciono una o dos cartas de Caturla, por eso le digo que otra importancia de Motivos de son es que surge en un momento donde hacían falta vivencias y había también que renovar.

Mientras saboreo una taza de humeante café, prendo un cigarro y me alejo un poco, Guillén no fuma. Es cuando la conversación enrumba hacia la poesía para niños donde el poeta confiesa:

—Yo soy un niño, exactamente un niño. En el fondo tengo características infantiles. En todo poeta hay siempre un niño, en unos más que en otros. Y yo tengo también mi niño. Esta es una faceta de mi poesía. Y es que a mí me sucede una cosa: trato constantemente, desde que era estudiante, buscar el modo de cambiar la forma expresiva. Unas, veces es el son, otras la letra, también la décima campesina que he cultivado…

¿Y su periodismo acaso no es también para usted una forma de expresión?

—Eso es verdad. En el periodismo muchos problemas que tengo planteados son desde el punto de vista poético. A propósito hay un crítico alemán, Hans Otto Dill, que tiene un trabajo interesante, muy extenso, donde señala mi poesía desde el punto de vista periodístico, de mi trabajo con la gente humilde y con gente que no es humilde pero que hay que hacerle comprender que tienen que ser humildes para vivir en un medio revolucionario. De manera que se puede decir que mi poesía tiene carácter periodístico, fue una posibilidad que quise ensayar, y la ensayé, aunque es el sector menos numeroso en mi obra.

Usted me habla de poesía y de formas en la poesía, pero, ¿qué importancia concede a los clásicos en la poesía?

—Digo que es indispensable conocer las herramientas con las cuales se trabaja. Si usted va, por ejemplo, a un amigo que no es zapatero y le dice: “Chico, ¿podrías ponerme a estos zapatos un par de tacones de goma?”. Él le diría: “Oye, pero yo no sé nada de poner tacones de goma”. Por qué entonces se acerca la gente a un poeta y le pide: “Hazme un soneto”, que lógicamente no puede hacer. No puede, tiene que estudiar un montón de cosas para aplicarlas después, un trabajo grandísimo que no va a hacer, que no puede hacer. Ese es el problema: hay que conocer los medios técnicos. Ahora, usted no se va a pasar la vida escribiendo como los clásicos, como Lope de Vega, Calderón, Garcilaso de la Vega… pero usted sí debe como creador ensayar los métodos creadores para dominarlos. Usted se encuentra que Picasso realizó muchas cosas pero conocía profundamente la pintura, recibió la influencia de Tolousse Lautrec, sin dudas, pero sobre eso surgió Picasso. Rubén Darío, le tomó a todo el mundo. Cuando le envió Azul a Juan Valera, éste le contestó una carta que consagró a Darío. Le dijo: “Mire, he leído su libro, no lo había leído antes porque lo puse en mi escritorio y tenía el temor que, como ahora hay la epidemia de Víctor Hugo, fuera usted un Víctor Huguito más…”. Darío fue un poeta que contó los metros, se leyó toda la poesía francesa, la del siglo XIX, y con todo eso hizo un coctel extraordinario, con un gusto raro, pero nuevo… y aquí está el Modernismo. Quiere decir que hace falta conocer, lo que no se puede hacer es permanecer adherido a un método.

La conversación sobre la forma y el contenido gusta al poeta. En torno al tema le pregunto acerca del pueblo y su forma de expresarlo utilizando métodos diversos, también le abordo sobre cómo un escritor debe reflejar a su pueblo. La respuesta es categórica:

—Reflejándolo. En la creación literaria siempre hay elementos que no son verídicos, que encajan dentro del contexto de la creación pero en determinadas circunstancias pueden ser transformados de otra manera y son una forma también de actuar sobre la masa popular.

¿Qué influencia ejerció en usted la presencia y el contenido de lo cubano en la cultura de la década del veinte?

—Es muy complejo. Porque todo el ambiente cubano estaba impregnado del son y el pueblo tiene la alegría del hallazgo de una forma de expresión que no conocía. Es el momento en que empieza o se retoma en la creación el perfil de lo nacional. Incluso hasta en la crítica, solo que la crítica es un fenómeno económico también y, desde luego, la crítica fue favorable a la clase dominante, aunque había crítica de otro carácter que fue expresión de la lucha de clases de ese momento.

Sugiero a Guillén, a propósito de una vieja foto tomada en España cuando el Congreso Antifascista, que aborde este tema.

—Siempre he sido un luchador por la paz y para mí este Congreso fue una revelación. Recorrí varias provincias, dando charlas y conferencias. Me gustó el ambiente, me pareció un pueblo fuerte y valiente. En ese Congreso compartí con Félix Pita, Carpentier, Marinello… allí conocí a Antonio Machado.

¿Su imagen?

—Machado era un hombre alto, un poco como cansado, de aspecto un poco descuidado y parco de palabras. Me impresionó todo su mundo espiritual, su desasimiento de todas las cosas. Él era un gran distraído, callado. Una persona muy interesante. Su poesía me gusta mucho, fue un gran poeta, muy humano.

¿Considera que había puntos de contacto, en cuanto a personalidad, con Lorca, a quien también usted trató?

—A Lorca le conocí en La Habana. Un hombre muy simpático. Recuerdo que un día recibí una llamada de José Antonio Fernández de Castro, gran amigo mío a quien debo mucho en lo literario. Él me dijo que fuese a donde estaba porque deseaba presentarme a García Lorca. Fui y me encontré a un hombre bajito, con una gran verruga en la cara. Me invitaron a tomar y él estuvo gran rato con un vaso de ron en la mano. Me dijo: “Este se llama ver la vida color de ron”. Después hizo chistes sobre Campoamor, acerca de aquellos versos que dicen: … en este mundo traidor nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”, Lorca, agregó: “Bueno, vamos a mirar la vida según los criterios de Campoamor”.

¿Y de su estancia en España…?

—Puedo decirle que uno de mis momentos más felices fue cuando llegué a España, porque era parte de mis ancestros. También porque estando en España ingresé en el Partido Comunista. En segundo lugar le diría que estaba asistiendo a un hecho que iba a dejar una huella muy profunda en el desarrollo de la vida del pueblo español.

Me habla Guillén de que en próximos días se declamará por primera vez su Elegía a Jesús Menéndez, el gran líder azucarero asesinado en 1948 por el capitán Casillas. Sobre este poema, aunque mucho se ha escrito y está considerado uno de sus más notables aportes, se pulsa el afecto y sentimiento cuando me habla sobre él.

—Jesús Menéndez fue muy amigo mío. Anduvimos juntos por la provincia de Santa Clara. Yo le acompañaba a las sociedades negras que él visitaba y en ellas a veces tomaba una copa, decía un poema y hablaba con la gente.

—En cuanto a la Elegía, te puedo decir que fue un poema que duró tres años realizarlo. Sabía lo que estaba buscando. Cuando lo terminé encontré algunos versos que debía salvar, corregir. Por ejemplo, el romance referido al capitán estaba originalmente escrito en octosílabos. Pero me pareció, y creo que tenía razón, que no daba la medida de lo que deseaba ofrecer. Fue cuando cambié el octosílabo por endecasílabos. Lograr eso fue mucho más difícil porque cambiar un metro por otro, y que no se vea la soldadura, no es fácil. Pero creo que tuve la buena estrella de hacer algo completamente factible y, pienso que la soldadura no se ve. Así el poema quedó más fuerte, duro, más categórico en cuanto a la venganza de Jesús Menéndez a su asesino, la del autor frente a Casillas.

¿Cómo definiría el desarrollo cultural alcanzado por su pueblo?

—Es algo eminentemente revolucionario. No se había desarrollado la cultura popular porque antes los medios culturales estaban en poder de una clase que no tenía nada que hacer por la cultura del pueblo. En el peor de los casos, ellos, por la conformación de su estructura social, no hacían nada, no eran escritores pero tampoco dejaban escribir. Solamente figuras muy importantes con los medios de producción en las manos pudieron rebasar ese círculo de hierro.

—El problema estaba en que si usted no tenía los medios necesarios no podía escribir ni crear. Luego usted tiene que luchar por que esos medios pasen a las manos del proletariado y se conviertan en un instrumento de lucha, de trabajo y victoria. Eso se alcanzó con la Revolución que desencadenó Fidel.

La mañana avanza. Guillén se ve apremiado por el tiempo. Me acompaña hasta la puerta y sonríe por una frase dicha al vuelo cuando estamos frente al óleo que apresa su imagen. Y agrega:

—No me siento nada, chico. A lo mejor me muero mañana pero en este momento no lo concibo. Me siento muy bien y como siempre, me levanto muy temprano, me baño, me afeito y voy para el trabajo.

Los poemas que se insertan en estas páginas son hasta cierto punto inéditos, puesto que aunque en su momento aparecieron en revistas o periódicos. Su autor no los había recogido en libro hasta ahora que forman parte de la sección poética de Sol de domingo, publicado por Ediciones Unión en ocasión del homenaje nacional por su 80 aniversario.

La vida tiene sus secretos

CONGA

La vida tiene sus secretos,

pero tú puedes saberlos.

Busca entre todos tus abuelos

a los más negros;

ellos te dirán lo que aprendieron

llorando,

lo que en sus largas noches

les dijo el látigo.

Iba ibá.

Oguede má.

Mole yé.

Que suene ahora,

dale que dale,

cuero e batá.

Si usted no sabe,

ya aprenderá.

Si usted no entiende,

ya entenderá.

Si usted no escucha,

ya escuchará.

Si usted no ha visto,

ya usted verá.

Iba ibá.

Oguede má.

Mole yé.

Que suene ahora,

dale que dale,

cuero e batá.

Bomba no quiero,

bomba no va.

Yanqui no quiero,

yanqui no va.

Muerto no quiero,

muerto no va.

Sangre no quiero,

sangre no va.

Iba ibá.

Oguede má.

Mole yé.

Que suene ahora,

dale que dale,

cuero e batá.

Cárcel no quiero,

cárcel no va.

Miedo no quiero,

miedo no va.

Hambre no quiero,

hambre no va.

Llanto no quiero,

llanto no va.

Iba ibá.

Oguede má.

Mole yé.

Que suene ahora,

dale que dale,

cuero e batá,

dale que dale,

cuero e batá,

dale que dale,

cuero e batá,

dale que dale,

cuero e batá,

dale que dale,

cuero e batá…

I

Iba ibá.

Oguede má.

Mole yé.

CON TALLET

Las parcas pasan,

pasaron, mas sin duda volverán:

a uno ya se lo llevaron,

pero por otros vendrán.

Din, dan.

¡Cuántas campanas sonaron,

y cuántas más sonarán!

Un clásico ayer quería

poner a su vida fin

con el placer que tendría

dejando el mundano esplín.

Dan, din.

¿Cómo por fin partiría,

en auto, coche o quitrín?

Pero no hablemos de cosas

que afectan al corazón con Tallet, que ama las rosas,

y más, si están en botón.

Din don.

¡Vengan palmas estruendosas!

Din, don.

y muchachas de postín

Din, don.

y jamonas ardorosas

Din, don.

Pero no hablemos de cosas

que afectan al corazón,

con Tallet, que ama las rosas

y más si están en botón.

18-10-78

MACHETEROS

Yo recuerdo, de niño,

sombras de mochas ásperas,

piel curtida por el viento y el sol. Mirada

de lejanía y de venganza.

Eran los macheteros.

Centrales: «Jatibonico»

[“Jaronú”

“Stewart», “Vertientes”

[“Lugareño”.

O el “Chaparra”, con Menocal

sonando el cuero.

De niño, en el recuerdo,

los macheteros.

(Del libro “Música de Cámara”).

TUPAC AMARU

Cuando dijeron ¡Basta!

los indios se marcharon con él.

Las altas cumbres frías

pusiéronse a brillar.

El violento español

tembló en su Cusco cruel.

Si rió fue de lo poco

de que hay que se reír.

No hablaba sino cuando

era preciso hablar.

Nadie le vio una lágrima,

nadie lo oyó gemir.

Cuando murió sabíamos

que iba a resucitar.

CANCION SEGUNDA

La espera no espera

ya, sino desconfía.

No habrá reloj o esfera

que establezca por fin el suave

[día

de clara noche y tarde

[placentera,

y tu amor de fulgor y melodía.

Busqué, tacto de ciego,

una senda, un camino,

mas lo dejé bien luego,

no por mi voluntad, por mi

[destino,

y ahora ya ves cuán roto y

 [mudo llego.

(Ya encontraré mi pájaro y mi

[trino).

Apenas, para verte,

un instante demoro.

Triste estoy, pero fuerte.

Mira mis ojos secos, ya no

[lloro.

Te digo adiós, mas no pienso

[en la muerte.

Si se apaga una voz, se enciende

[un coro.

Para ver y descargar el texto en formato PDF pinche aquí

Document-1


[1] Publicada en la edición número 28; 9 de julio de 1982, páginas 14-19, sección Arte y literatura.

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