Es 2025, mayo, y un nuevo Día de las Madres. Aquí una deferencia tal vez poco romántica, aunque de actualidad internacional
La ciencia enseña cómo, gracias a los cambios anatómicos evolutivos, los seres humanos comenzamos a articular palabras y condensar en estas un pensamiento más estructurado. Pero el verbo, antes de revolucionar oídos, mentes y corazones, debe pasar a través de la laringe u órgano de fonación; con la lengua, los sonidos, nacidos en las cuerdas vocales, se modifican, dando los tonos apreciables como lenguaje. La separación de la respiración y la deglución del hombre primitivo, en dos procesos diferentes, contribuyó al habla; lo mismo, la disposición de mandíbula, músculos de la cara, los labios y la dentadura.
Ecured puntualiza: “[…] el desarrollo del bipedismo contribuyó a un profundo cambio en la estructura del cuello y de la cabeza del ser humano. La cabeza ocupó una posición vertical en relación con el resto del cuerpo, lo que permitió la reducción de los músculos del cuello. El hocico, por su parte, también se redujo. Todo ello viabilizó los cambios que dieron origen al complejo conjunto óseo-muscular de la fonación”.
La enciclopedia digital cubana aclara: “[…] la boca relativamente pequeña y extremadamente móvil y los poderosos labios posibilitan la recogida instantánea del aire seguido de la brusca liberación del mismo, lo que permite pronunciar, por ejemplo, las oclusivas labiales /p/ y /b/, de las que se dice que son los primeros sonidos producidos por el niño. Si esta liberación de los labios es menos brusca y se mantiene el cierre en presencia de vocalización, se produce el sonido [m]”.
He ahí una explicación racional, y quizá nos dé un poco de sosiego a nosotras las madres, cuando, después de noches en vela constante, amamantar cansadas y de cambiar ni se sabe cuántos pañales, nuestra ingrata cría diga “papá” antes que todo. Pensémoslo así, resulta anatómicamente más sencillo. En cambio, la “m” se resiste a ser pronunciada de manera fácil. En recurrentes relatos, amigas y compañeras hemos confesado sobre la desazón inmensa, llegada con el inicio de los pequeñines al lenguaje articulado, el cual nos excluye… o eso creemos. La recompensa viene. Llega ese anhelado “mamá” junto al apremio por la leche; “mamá” seguido de la caída de la cama; “mamá” dame la pelota… ad infinitum…
Lectores de Bohemia, atentos: la vigésima segunda edición del Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) registra el siguiente origen etimológico de la palabra madre: Del latín mater; Joan Corominas y José A. Pascual, estudiosos de la etimología española, consideran a la acepción madre tan antigua como el idioma, aparecida “frecuentemente en las jarchas mozárabes (textos literarios) transmitidas por poetas del siglo XI y XII”. Hasta el siglo XVIII se pronunció “máma” (del latín mamma); empero, con la ascendencia del francés, su pronunciación se volvió aguda, diciendo en casi toda Hispanoamérica “mamá” (singular) y “mamás” para el plural.
Nos hemos vuelto engreídos desde la corona de Homo Sapiens, presuntuosamente “hombre sabio”, única especie humana todavía existente, cuya huella comenzó en África hace unos 200 000 años. El sayo de inteligencia nos viene quedando grande, porque de nada vale amar profundamente a la madre propia, si ordenamos reprimir, o liquidar a la ajena, debido al mero hecho de ser diferente o de aspirar a levantar nación desde cimientos autóctonos. En este instante pienso en las madres palestinas, dobladas de dolor por el asesinato de sus hijos.
Muy hermoso sería si definitivamente desterráramos el lenguaje de las guerras de nuestra articulación cotidiana, y pronunciáramos “madre”, desde la condición de dignidad de “tener que darle de comer al niño”; “medicinas curativas frente a dolores punzantes”; “belleza antes que derrames de petróleos en playas y selvas”.
Muy sensible sería corresponder a la ternura maternal con acciones diarias edificadoras, sin lastres de complejos machistas, xenófobos, racistas, intolerantes. ¿De qué nos sirven las postales, las flores, y hasta los bombones, cuando ya de viejita solo se le visita en fechas señaladas, si le despojamos sus derechos, alegrías, goces? Se precia de incondicional el amor de madre; a pesar de los golpes siguen estando, volviéndose heroínas de inconfesadas contiendas. La mía, por ejemplo, se fue sin narrarme las suyas; en cambio, bastaba con observarla detenidamente para percibir un mundo a sus espaldas.
Se nos arraciman asimismo ciertas congojas: que levanten las manos aquellos indiferentes a la mordida de la emigración, más en un país pobre, asediado, irredento. Alegría enorme el regreso tranquilo, donde poder cantar bien bajito estrofas de Eliseo Diego: “Y nombraré las cosas, tan despacio que cuando pierda el Paraíso de mi calle y mis olvidos me la vuelvan sueño, pueda llamarlas de pronto con el alba”, regalándonos acto seguido a Gabriela Mistral: “eres tú la que camina, en lo leve y en lo cauta. Llega, llega, llega al fin, la más fiel, la más amada […] ¡Gracias, gracias, gracias!”. Así le “rezo” yo a la mía.