El Día Internacional de la Palabra se celebra cada 23 de noviembre, a fin de elevarla como instrumento esencial para el entendimiento y la erradicación de la violencia
“Sutilezas”. Me atrae esa palabra, una de tantas en mi lista de preferencias. Me gusta porque ser sutil entraña agudeza de “pensamiento” y he ahí otro vocablo interesante, el cual denota una actitud positiva y constructiva haciendo que, a través de un portón ancho, la “rudeza” dé paso al “intelecto”, mediante un uso “adecuado” del vocabulario y la “razón”.
Aunque el “ingenio” no siempre es captado, por la falta de “perspicacia” de auditorios poco entrenados, actuar con “tino” siempre dará, a la larga, buenos resultados en la “comunicación”, muchísimo mejor que irse a los puños o enarbolar una ametralladora como bandera, tan de moda en esta época, cuyo pináculo de “crueldades” se evidencia ahora en el Oriente Medio.
En la génesis de nuestra tradición judeocristiana, la antigua Roma nos legó bases para un sistema jurídico donde los “judices pacis”,o jueces de paz, mediaban en disputas civiles antes de entablar pleito. Y es la palabra “paz” tan bella, que pronunciada en mayúsculas recaba de un compromiso hondo de “respeto” hacia los demás: su sistema de “creencias”, de “valores”, de “verdades”…
Muchas son las voces para defender la “concordia”, la “justicia”, pues a final de cuentas la paz es fiesta grande con la “vida”. Por el contrario, el “egoísmo”, la “codicia”, el “racismo”, se arremolinan y destruyen la “tranquilidad”, trastocando la “amistad” en “odio”, la “unión” en “enemistad”, y la “alianza” en “guerra”.
En un diccionario cualquiera se encontrará una escueta definición: “las palabras son constructos mentales, abstracciones que se pueden emplear para clasificar los distintos objetos del mundo exterior e interior”. El lenguaje, sin embargo, no es un saco vacío, llenado por el camino a conveniencia, y si bien este puede –y debe– ser privilegiado como mecanismo de “expresión”, ha sido la propia “historia” la que ha moldeado su “utilidad” en función de “esencias” sociales, económicas, culturales, religiosas… Quienes se creen pícaros por embaucar a incautos arrobados ante prosas “incendiarias” o “bonitas” dan al canto del “arribismo” al aparecer siempre esa “sabiduría” “colectiva” para desenmascararlos, siendo su sustrato real puesto al descubierto. De este modo, discursos e “ideas” veraces sustituyen a las “mentirosas” y “vanas”.
El propio devenir histórico nos explica cómo el lenguaje ha tenido un trayecto cuesta arriba, lleno de obstáculos en su difusión amplia: los “ricos” de este mundo desde temprano supieron que quien lo dominara y conociera sería “libre”. ¡Tantas batallas libradas para difundir textos “sagrados” y libros “sacrílegos”! ¡Tantas “muertes”!
La “educación” es entonces piedra “angular” del “progreso” y del “entendimiento”. Al educarnos nos es posible “comprender” cómo las palabras pueden “enjuiciarnos”, “condenarnos”, “separarnos”, pero también cómo ellas “impulsan” y “salvan”. No es solo un acto de “fe”; hablar correctamente debe ser “meta”, “ancla” de nuestras mejores “obras” y “acciones”. Al dialogar, y hacerlo apropiadamente, “derribamos” malos entendidos, abrimos la mano o encendemos el candelero de “genuinas emociones”.
Para el “noble luchador” intelectual y poeta chileno Pablo Neruda, el lenguaje es uno de los pilares fundamentales de la “civilización” (despojada de su acepción “colonialista”). Sobre él dejó sentado: “[…] Todo está en la palabra… Una idea entera se cambia porque una palabra se trasladó de sitio o porque otra se sentó como una reinita adentro de una frase que no la esperaba y que le obedeció… Tienen sombra, transparencia, peso, plumas, pelos, tienen de todo lo que se les fue agregando de tanto rodar por el río, de tanto transmigrar de patria, de tanto ser raíces… Son antiquísimas y recientísimas… Viven en el féretro escondido y en la flor apenas comenzada… […]”.
Un comentario
Sí, la palabra es nuestro origen y meta, como indicaba el poeta romántico Friedrich Hölderlin. En el lenguaje, la comunicación integral y no distorsionada, pervertida o manipulada, nos reconocemos en la misma vida, pero en simpatía, en creatividad y no en destrucción. De aquí el poder de la palabra.