Uno de los máximos exponentes del género urbano de la isla falleció en el sur de la Florida una semana después de ser encontrado herido en un vehículo
¿Quién era usted? José Manuel Carvajal que, durante un tiempo, cantó como El Príncipe, y luego fue El Tiger, La Bestia, El Tanke, El Animal. ¿Quién era usted, el de Los 4, el de Los Desiguales, el repartero? Muchacho de ojos miel. ¿Quién? Usted que bailaba A la Bola de manera sexy, sexy, sexy, y, sin embargo, se cansó de su cuerpo. Quién era usted, “Seis del nueve del 87, nacido en Maternidad”. Usted que se consideraba bonito, apuesto y todo lo demás, por supuesto. Usted que desde hace rato tenía una mirada perdida, como si pidiera auxilio a gritos.

Usted, ¿quién era, José Manuel? Era un cubano conectado a máquinas en un hospital en Miami, Estados Unidos, mientras trataba de sobrevivir a un balazo en la cabeza. Usted que no podía haber muerto el 10 de octubre, imposible. No sin terminar de defender el nuevo estilo musical, no sin volver a llenar escenarios a ambos lados del Estrecho de la Florida, y no sin cantar reguetón, trap, reparto, guarachas, décimas, estrofas de Compay Segundo y versos de José Martí.
“Seis por ocho, tres por dos, dos por tres./ La clave a tiempo y después la pones al revés./ Yo no fui el que la inventó pero sí el que la pegué”, se escucha en los bicitaxis de La Habana. “El alma se salva aunque muera el cuerpo”, dijo una anciana de muchos collares en una esquina.
El Instituto Cubano de la Música lo destacó como «una de las figuras más reconocidas del género urbano, que no renunció a su nacionalidad y expresó siempre amor por su país».

Algunos aseguran que la muerte de su madre, hace cuatro años, lo destrozó y lo condujo a un mundo de drogas y delincuencia. Ojalá esta experiencia sirva para que todo aquel que se sienta huérfano o respire ausencias se acuerde de la importancia de buscar ayuda, hablar de los sentimiento y reflexionar sobre cómo lo que sentimos afecta nuestras acciones para así encontrar la felicidad. El acceso a la salud mental en esta o cualquier sociedad es vital. Los narcóticos no son antidepresivos. Las caídas no son cosas que les pasan a otros, más frágiles, más infelices que nosotros; nos recuerdan que todos podemos, alguna vez, estar en ese lugar, de descuidarnos. La vida, a veces, nos sorprende con golpes inesperados, pero es crucial tener presente que la ayuda existe y que buscarla no es un signo de debilidad, sino de fortaleza.
José Manuel solo tenía 37 años cuando se marchó, demasiado poco tiempo. Su público, sus familiares, sus compañeros, todos aquellos que lo escuchaban, y miles de jóvenes asistieron durante noches a la vigilia que cruzó el mar. La velada comenzó en las afueras del Jackson Memorial Hospital, con profusión de velas encendidas, cantos y bailes, padrenuestros y palabras yorubas, y se extendió hasta nuestro país, donde la gente se reunió a escuchar sus canciones. En esos ritmos renacían aquellos ojos color miel que debían haberse salvado a tiempo.