¿Por qué la Mariposa Blanca?

Las flores de Cuba son, indudablemente, forman parte de los elementos que más embellecen nuestros paisajes, jardines y campos, y además de las tradiciones y costumbres del pueblo cubano a lo largo de su historia.

Este 13 de octubre se conmemoró el aniversario 88 de la elección, en 1936, de la Mariposa Blanca como la Flor Nacional de nuestro país.

Con motivo de esta celebración, la sección Bohemia Vieja reproduce el artículo “Presencia de la Mariposa Flor Nacional”, escrito por Berta Martínez, publicado en la edición número 43, el 22 de octubre de 1950.

En el texto se menciona la campaña llevada a cabo en septiembre de 1936 por el Jardín de la Paz de la ciudad argentina de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, que invitó a los países del continente a enviar su Flor Simbólica Nacional.

En el caso de Cuba, la elección de la Mariposa Blanca -en lugar del Galán de Noche, el Lirio de San Juan y el Jacinto de Agua- se debió a la votación a favor de la propuesta presentada por Isidoro Castellanos, Inspector Técnico de la Cátedra de Ciencias Naturales de los Institutos de la República en ese momento.

En su proposición Martínez aborda un tema esencial para nuestra identidad: la influencia de la cultura y tradiciones norteamericanas en la nación cubana, que ha llevado a un uso limitado del símbolo nacional en eventos sociales.

Presencia de la Mariposa, Flor Nacional[1]

Nada hay tan exquisito y ágil como el revoloteo de una mariposa. Nada tan armonioso. Viéndolas así… inquietas… palpitantes… frágiles…siente uno en el espíritu niño el afán de correr tras ellas… Por alcanzar, en vano, toda la belleza que representan.

Es por eso que los antiguos la tomaron como la materialización más fiel del alma.

Y por lo que le colocaron a Cupido, símbolo del amor, alas de mariposa.

Sin embargo, la naturaleza, sabia maestra en transmutaciones, pudo apresar toda la belleza y fragilidad del insecto prestándole sus alas a una flor: la Mariposa.

Pero hizo más. En la delicadeza de sus pétalos y en la intensidad de su perfume sutilmente escondió un mensaje… Y la hizo crecer con profusión en las tierras entretejidas de ensueño y de leyenda del Asia intertropical.

¿Qué mano la transportó al Nuevo Continente? Mano de poeta, de soñador o de enamorado tenía que ser… Quizás sus rizomas podían ocultarse en el hueco de un puño. Más, al llegar a nuestro suelo, ese puñado se confundió íntimamente con las entrañas fértiles de nuestra tierra… se arraigó tan bien y tan hondo que pródigamente fue extendiéndose más y más hasta crecer espontáneamente, sin cultivo y sin riego, de uno a otro confín de nuestra Isla.

Y corno en los cuentos de hadas andando el tiempo le cupo a un naturalista -esos seres mitad sabios, mitad poetas- desentrañar el mensaje traído de lejanas tierras para convertir a la Mariposa Blanca en nuestra Flor Nacional.

Nadie ignora cómo las flores se han identificado con el alma de los pueblos desde los tiempos más remotos.

La mitología griega hace nacer la rosa roja de la sangre de Adonis moribundo y las blancas azucenas de la leche que Venus derramó de su seno celeste al lactar a Cupido. La pasión de los griegos por las flores los lleva a adornarse con ellas en toda oportunidad y a todas las edades. Como Anacreón que, a los 85 años, trocó sin rubor su corona de laurel por la de rosas en el festín donde súbitamente halló la muerte.

Los latinos no se quedan atrás… Instituyendo en Roma las florallas [sic] en honor de la diosa Flora. Alegres y paganas fiestas en que las flores eran derrochadas por doquier y en la que el principal incentivo consistía en el derecho que tenía el pueblo a pedir a las cortesanas que lo emocionaban con sus bailes lúbricos que se despojaran de la ropa.

En la India las divinidades se anuncian a la vida por medio de las flores y las hacen inmortales al colocarlas en sus cabezas. Algunas sectas mahometanas atribuyen a la rosa un origen menos romántico que el que le han dado los griegos haciéndole brotar del sudor que Mahoma exhaló cuando, nervioso y ruborizado, sintió la mirada penetrante de Alá sobre sí…

En fin, órdenes, blasones, sectas y hasta campañas guerreras han ostentado flores como motivo de representación a través de todas las edades.

Entre nosotros, la rosa blanca del hombre que tanto amó las flores que no concebía “tierra de luz y manos de mujer, y largas horas de ocio” sin su cultivo, goza de justa veneración. Y también el simbolismo de las rosas del Día de las Madres.

Pero en general, el cubano -de naturaleza dulce y afable- paradójicamente no ha gustado de hacerse representar por la blandura de las flores, prefiriendo en sus emblemas la reciedumbre de los castillos o la altiva rebeldía de la palma.

No obstante, -y como más adelante vamos a demostrar- nada hay que aúne tan bien las características que nos distinguen como la flor cuyo 14 aniversario de exaltación se celebró el día trece del actual.

La iniciativa nació de una invitación hecha por el Jardín de la Paz, en la ciudad de La Plata, República Argentina, en septiembre de 1936, para que Cuba -al igual que el resto de los países del continente americano- enviara su Flor Simbólica Nacional.

Como en aquella fecha aún no había sido elegida la flor representativa del espíritu de nuestra nación, el Ministerio de Agricultura designó una comisión para que estudiara y dictaminara cuál sería la flor que nos iba a representar en el Jardín de la Paz y en el futuro sería la simbólica de Cuba.

Estando presentes el doctor Juan Tomás Roig, el Hermano León, el doctor Aguayo, el doctor Antonio Ponce de León, el señor Isidoro Castellanos; las señoras María Teresa Álvarez y Mercedes Alvira, el Ingeniero Fors y otros funcionarios de la Estación Agronómica de Santiago de las Vegas y del Ministerio de Agricultura se defendieron las características del galán de noche, la mariposa blanca, el lirio de San Juan y del jacinto de agua.

Una a una fueron presentándose las opiniones de los naturalistas sobre las flores que, a su entender, debían optar por el alto rango. En realidad, todas eran bellas y tenían autorizados y distinguidos defensores.

Al fin le llegó el turno a la propuesta por el doctor Castellanos, Inspector Técnico de la Cátedra de Ciencias Naturales de los Institutos de la República: la Mariposa Blanca.

En su “Elogio”, el doctor Castellanos comenzó por exponer sus características para concluir determinando su simbolismo.

Así expuso que, al mismo tiempo que representaba admirablemente las cualidades del cubano, le ofrecían objetivamente provechosas enseñanzas.

Por ejemplo: su corona inmaculadamente blanca, simboliza el amor que los hombres sentían por la paz, -aunque solo a ratos hubiera podido disfrutarla.

Las flores, naciendo juntas en la misma espiga, recuerdan -al igual que los haces de leña de nuestro escudo- que en la unión está la fuerza. Y, al verificar su antesis muchas a la vez, sin molestar a sus vecinas, nos demuestran que del mismo modo los cubanos podemos vivir y brillar sin necesidad de agraviarnos recíprocamente.

Sus pétalos -que tan bien se parecen a las alas del insecto de donde toma su nombre- siendo tres, representan las tres franjas azules de nuestra bandera y de nuestro escudo.

Y, al describir al androceo o parte masculina, -constituido por un estambre grueso, fértil y erguido que guarda y protege en el surco tubiforme de su filamento al gineceo, o parte femenina- consideramos que el doctor Castellanos hizo el más bello símil para describir la cortesía, el respeto y la generosidad que un buen criollo debe tener con los seres más débiles, especialmente con las mujeres.

Abundando en sus razones para que la perfumada y sutil flor fuera elegida como representativa de nuestro modo de ser y sentir, el Dr. Castellanos comparó la inclinación del cubano hacia los alimentos azucarados y su amor a la libertad con el insecto del cual la flor ha tomado su nombre vulgar.

Finalmente, explicó que aunque la especie no era indígena de Cuba vivía en ella desde hacía muchos lustros -ya Pichardo la menciona en su Diccionario de Voces Cubanas, publicado en 1862-. Y que se había naturalizado tan bien que crecía espontáneamente en todos los lugares húmedos de la Isla. No debiendo los señores del Jurado olvidar que tampoco la caña de azúcar, fuente de la principal de nuestras industrias, era originaria de Cuba. Ni sus hijos, que tienen más del hombre blanco europeo y del negro africano que del indio indolente y triste, completamente extinguido.

Ante todas estas razones, expuestas sobre una base tan firme y en una forma tan elegante, la Mariposa Blanca o «Hedychum Coronarium», de la familia de las Zingiberaceae -al igual que el jengibre, la colonia y el lirio misterioso o violeta de los Alpes- obtuvo el honor de ser declarada Flor Nacional, quedando en segundo lugar el Galán de Noche.

Así, sin gran ceremonial, sin exaltaciones públicas que pusieran de relieve lo trascendental del acto, sencillo como ella misma, fue el triunfo alcanzado por la exquisita flor.

Es así como el mensaje que la madre naturaleza depositó en la fragante flor que nos vino de las tierras llenas de ensueños y de leyendas del Asia, quedó desentrañado.

Pero, si de ello no se hubiera hecho cargo un caballero naturalista -mitad poeta y mitad sabio- el pueblo, nuestro pueblo, -con ese fino instinto que le es peculiar- ya la había elegido como predilecta.

El snobismo [sic] de los nuevos tiempos ha reemplazado del tradicional ramo nupcial las mariposas que al decir de Roig eran “muy populares en La Habana para bouquets de novia”. Difícilmente la vemos en el adorno de mesa de una comida de gala… Ha sido desplazada y sustituida por flores exóticas y costosas, o por hábiles imitaciones, como sucede con las orquídeas hechas con pétalos de gladiolos… Porque es la moda.

Mas, aunque no estén de moda ni sean “Smart”, tengan “caché” o figuren en los “showers flowers” y otras cosas picúas que hemos inventado para sustituir nuestras amables tradiciones, al popular pregón de:

-“¡Mariposas a quilo…!” “¡A medio el mazo…!” – continuarán acercándose las criollas que lucirán con orgullo sobre sus cabelleras negras o sobre la tibieza de su seno toda la belleza de la flor.

Y a los pies de la Virgen Morena, la Madre de Cuba, seguirán siendo ofrenda pura y sincera…

Porque por instinto, por espontánea predilección -como ella nos adoptara hace muchos lustros- la Mariposa Blanca será siempre la flor del pueblo… ¡La Flor Nacional!


[1] Publicado en BOHEMIA, edición 43, del 22 de octubre de 1950, páginas 50 y122.

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