El hallazgo de una tumba egipcia nos transporta a un mundo de faraones; también nos invita a reflexionar sobre el papel de la ciencia en la reconstrucción del pasado y la comprensión del presente
Por. / Ana Daniela Valdés Dina
Las películas nos han vendido la idea de arqueólogos heroicos y tesoros escondidos. ¿Pero qué pasa cuando la realidad supera la ficción?

Desde tiempos inmemoriales, el Antiguo Egipto ha fascinado al mundo con su monumental arquitectura y sus complejas creencias sobre la vida después de la muerte. Entre las maravillas que se erigen en las orillas del Nilo, el Valle de los Reyes se destaca como un cementerio real, donde los faraones, reinas y figuras prominentes de las dinastías XVIII, XIX y XX encontraron su descanso eterno. Este lugar no solo es un testimonio del poder y la grandeza de los monarcas egipcios, sino también de los meticulosos preparativos que realizaban para asegurar su continuidad en la otra vida.
En este contexto, la atención de la comunidad arqueológica se centra nuevamente en Egipto, donde una colaboración entre investigadores egipcios y británicos ha llevado al descubrimiento de la tumba, hasta ahora desconocida, del faraón Tutmosis II. Este monarca fue sepultado en Luxor, una región montañosa cerca de Tebas, a unos 2.4 kilómetros del conocido Valle de los Reyes.
El hallazgo marca un hito dentro de esta disciplina científica, pues ninguna otra tumba real había sido encontrada desde el célebre descubrimiento de la sepultura de Tutankamón, hace 103 años. Un silencio secular, roto ahora por el eco de las piquetas y los descimbrados, como si el mismísimo egiptólogo Howard Carter, desde el polvo del tiempo, los guiara de nuevo hacia los secretos del Nilo.
Tras más de un siglo de indagaciones, una expedición liderada por el Consejo Supremo de Antigüedades de Egipto, en colaboración con la New Kingdom Research Foundation, culminó en este hallazgo significativo.
Si bien los restos momificados de Tutmosis II fueron encontrados en el siglo XIX en un depósito en Deir el-Bahari, la ubicación primigenia de su sepulcro permanecía desconocida hasta ahora. La excavación de un área designada como “Tumba C4” ha proporcionado nueva información valiosa sobre las circunstancias de su entierro y la influencia ejercida por la cónyuge Hatshepsut, en las ceremonias fúnebres.
El acontecimiento subraya el papel crucial que desempeñó la Gran Esposa Real en el afianzamiento del poder tras la muerte de su marido, pues se convirtió en una figura poderosa en la historia egipcia, y su influencia se extiende mucho más allá de su rol de consorte.
De hecho, no mucho después del fallecimiento de su esposo, Hatshepsut tomó el control como regente en nombre de su hijastro, Tutmosis III. Sin embargo, su ambición y capacidad de liderazgo la llevaron a autoproclamarse faraona, gobernó con plenos poderes durante más de dos décadas y pasó a ser uno de los personajes más cautivadores del Antiguo Egipto.

Marta Berogno, egiptóloga, divulgadora y colaboradora del Museo Egipcio de Turín, en una entrevista para National Geographic explicó la razón de la falta de descubrimientos de este tipo: “A lo largo de los siglos, ajuares funerarios fueron trasladados, momias fueron reubicadas, tumbas saqueadas e incluso reutilizadas”. Por lo tanto, exhumar los últimos lechos de reyes es, de por sí, un acontecimiento singular; pero el privilegio de contemplar una tumba intacta es un tesoro de valor histórico aún incalculable.
Piers Litherland, codirector británico del proyecto, junto a su equipo, anunció que podrían haber tenido otro descubrimiento interesante. Según declaró el arqueólogo a The Observer, “el mejor candidato para lo que se esconde debajo de esta pila enormemente costosa, en términos de esfuerzo, es la segunda tumba de Tutmosis II”. De confirmarse este hecho, los resultados de la expedición formarían parte de los avances arqueológicos más significativos de los últimos años.
En palabras de Berogno, estos sucesos demuestran que la investigación sobre los enterramientos reales en las montañas tebanas sigue en curso y aún queda mucho por descubrir.
La noticia, además de la novedad, permite dar un paso atrás y reflexionar sobre el panorama general. ¿Cómo se encuentra hoy la arqueología como disciplina científica, más allá de los titulares sobre nuevos hallazgos? Si bien la imagen romántica de Indiana Jones sigue viva en el imaginario popular, la realidad de la arqueología moderna es muy diferente.
Nuevas herramientas, viejas historias
Esta ciencia ha avanzado significativamente en las últimas décadas, integrando nuevas tecnologías y técnicas que han transformado la manera en que los arqueólogos investigan y comprenden las culturas del pasado.
Hoy día, no solo se basa en la excavación y el análisis de artefactos, sino que utiliza herramientas avanzadas que permiten una exploración más precisa y menos invasiva del patrimonio cultural. Atrás quedaron los días del arqueólogo aventurero, con su sombrero y su cincel. Hoy, los satélites espían desde el cielo, los láseres escudriñan la tierra y los algoritmos desentrañan los secretos que el tiempo ha intentado ocultar.
Una de las tecnologías más destacadas en la arqueología contemporánea es la teledetección, que incluye técnicas como el LiDAR (Light Detection and Ranging; en español, detección de luz y rango). Esta tecnología permite a los arqueólogos mapear grandes áreas de terreno con detalle, incluso a través de densa vegetación.
Además, la fotogrametría y la modelación 3D han ganado popularidad en la documentación y conservación de sitios arqueológicos. Estas técnicas permiten crear réplicas digitales precisas de artefactos y estructuras, lo que facilita su análisis y preservación. La capacidad de compartir estos modelos en línea también fomenta la colaboración entre investigadores y el acceso del público a la cultura y la historia.
De igual manera, el uso de tecnologías de datación, como la adjudicación de un espacio temporal determinado por radiocarbono y la termoluminiscencia, ha revolucionado la cronología en la arqueología. Estas técnicas proporcionan fechas más exactas para los hallazgos, permitiendo a los arqueólogos construir líneas de tiempo más precisas sobre el desarrollo de las sociedades humanas.
Recientemente, el Centro de Evolución Humana del Instituto Smithsoniano, en Washington D.C., Estados Unidos, ha transformado la investigación sobre la evolución humana gracias al uso innovador de los escáneres láser 3D. Sin embargo, su mayor logro quizás sea la creación de una base de datos web gratuita de primates y evolución humana, un recurso accesible para estudiantes y científicos de todo el mundo (humanorigins.si.edu/evidence/3d-collection).

En palabras de Luisa Fernanda Herrera, arqueóloga colombiana pionera y aventurera con alma de descubridora en la expedición a la Ciudad Perdida en su país, la Inteligencia Artificial (IA) ha supuesto un auténtico cataclismo, un terremoto sísmico en el mundo, a veces adormecido, de la arqueología. Al ayudar a procesar grandes cantidades de imágenes de fragmentos de cerámica y desvelar patrones y clasificarlos de manera mucho más eficiente que los métodos tradicionales, la IA, afirma Herrera, ha iluminado las investigaciones en la Sierra Nevada de Santa Marta.
De la mano de esta herramienta, casi mágica, y en sinergia con tecnologías como el LiDAR, se ha descubierto que la Ciudad Perdida no era una isla solitaria, sino un nodo vital, un corazón palpitante en una red de asentamientos unidos por caminos de piedra, venas que irrigaban la vida de una civilización.
Por otra parte, el arqueólogo mexicano Manuel de Jesús Dueñas García, en su investigación Registro arqueológico en 3D mediante la fotogrametría de rango corto, plantea que, en la actualidad, la adopción generalizada de las denominadas nuevas tecnologías (escáneres láser, fotogrametría digital, diseño en 3D, realidad aumentada, entre otros) captura la atención de un número creciente de arqueólogos fascinados por la apariencia casi de ciencia ficción de estas herramientas. A medida que estas tecnologías van reemplazando al dibujo como la técnica preferida por los investigadores, es fundamental que no perdamos de vista el propósito para el cual las estamos utilizando.
Sin embargo, mientras que la arqueología avanza y se adapta a nuevas tecnologías, se imponen importantes dilemas éticos que deben ser considerados. La integración de métodos modernos plantea preguntas sobre la conservación del patrimonio cultural, la propiedad de los hallazgos y el respeto por las comunidades locales.
Desenterrando dilemas
¿Somos custodios del pasado, o simplemente intrusos movidos por la curiosidad? ¿Nuestro afán por desenterrar la historia justifica cualquier medio, o debemos actuar con cautela reverencial ante los vestigios que exhumamos? Estas preguntas, lejos de tener respuestas sencillas, nos enfrentan a los dilemas éticos que definen la arqueología contemporánea.

Uno de los conflictos más álgidos reside en la tensión entre la investigación científica y el respeto a las comunidades locales. ¿Quién tiene derecho a decidir sobre el destino de los restos que yacen bajo tierra? ¿Los arqueólogos, movidos por el afán de conocimiento, o los descendientes de aquellos que construyeron esas ruinas? ¿Acaso el progreso de la ciencia justifica la alteración de sitios sagrados o la remoción de restos humanos que para algunas culturas merecen un respeto inviolable?
La respuesta, por supuesto, no es unívoca. Cada caso presenta matices que exigen una cuidadosa consideración y un diálogo abierto entre todas las partes involucradas.
El caso del Hombre de Kennewick, hallado accidentalmente en 1996 en el estado de Washington, no es solo un descubrimiento arqueológico, sino un choque de mundos. Restos de hace 9000 años desataron una batalla legal: tribus nativas americanas reclamaron su reentierro, argumentando la conexión ancestral, frente a científicos que defendieron el estudio para iluminar la prehistoria. La contradicción reveló una verdad incómoda: algunos científicos, en su búsqueda de conocimiento, pueden pisotear sensibilidades culturales profundas.
Este desacuerdo tuvo un largo y complejo recorrido legal. Finalmente, en 2004, la Corte de Apelaciones del Noveno Circuito, ubicada en San Francisco, California, falló a favor de los científicos y argumentó que no existían pruebas suficientes de una conexión cultural significativa entre esos restos y las tribus nativas americanas actuales.
Los investigadores pudieron estudiar el hallazgo durante varios años y obtuvieron valiosa información sobre la vida y los orígenes del Hombre de Kennewick. Los análisis de ADN, particularmente los publicados en 2015, demostraron que estaba genéticamente más relacionado con las poblaciones nativas americanas contemporáneas que con cualquier otro grupo poblacional.
Bajo el punto de vista de Marion P. Woynar en su investigación Arqueología y problemática social: Hacia un manejo de los recursos arqueológicos con mayor colaboración de las comunidades, tradicionalmente la arqueología ha estado desconectada e, incluso, en conflicto con las comunidades que habitan cerca de los sitios arqueológicos. Esta desconexión se debe, en parte, a la percepción de dicha ciencia como una disciplina elitista y centrada en la extracción de información para beneficio académico o turístico, sin considerar las necesidades y perspectivas de las poblaciones locales.
Woynar plantea la necesidad de un cambio de paradigma en la práctica arqueológica, que involucre a las comunidades en todos los aspectos del proceso de investigación. Esto implica reconocer y valorar sus conocimientos tradicionales sobre el entorno y el patrimonio cultural, así como garantizar que la investigación arqueológica contribuya al desarrollo social y económico de las comunidades.
Otro punto de fricción se encuentra en la delicada cuestión de la propiedad y la repatriación de los artefactos. ¿A quiénes pertenecen los tesoros desenterrados en tierras lejanas? ¿A los museos que los exhiben con orgullo, o a los países de origen, que los reclaman como patrimonio cultural? ¿Es legítimo que un objeto milenario permanezca confinado en una vitrina, lejos de su contexto natural, o debe ser devuelto a su lugar de origen, donde podrá ser apreciado por las generaciones futuras de sus pueblos? La repatriación hacia los países de origen también plantea interrogantes: ¿cuentan estos con los recursos y la infraestructura necesarios para garantizar la conservación y el estudio de los artefactos?
Para Patricia Ramírez Nieto, conservadora del Instituto Colombiano de Antropología e Historia en entrevista para El Espectador, “la arqueología no es solo de los arqueólogos”. La especialista, que ha participado en procesos importantes como la repatriación de 691 bienes desde España en 2014, admite que es un camino complejo. Esto no detiene el empeño de la institución: hace tres años se logró el regreso de piezas provenientes de Estados Unidos, Alemania y Francia.
Por otra parte, la antropóloga mexicana Sara Ladrón de Guevara se convierte en una voz crítica y reflexiva sobre la compleja política de repatriación del patrimonio arqueológico en México, en el contexto de la campaña “Mi patrimonio no se vende, se ama y se defiende”. Desde su perspectiva, plasmada en el artículo “La política de repatriación del patrimonio arqueológico”, el gobierno ha centrado sus esfuerzos en recuperar piezas arqueológicas de colecciones extranjeras, utilizando un discurso impregnado de nacionalismo y moralismo que apela al orgullo patrio.
Además, cuestiona si la estrategia actual de repatriación es realmente la más efectiva para proteger y preservar el rico patrimonio arqueológico de México: “Observo en ella la dicotomía reconocida por Manuel Gándara entre la ‘arqueología oficial’ y la ‘arqueología científica’: la primera sirve para propósitos políticos de los gobernantes en turno, mientras que la segunda parte de preguntas de investigación y se realiza con metodologías minuciosas para comprobar o descartar hipótesis. En pocas palabras: la primera es una arqueología de objetos; la segunda, de contextos”.
Ladrón de Guevara, si bien reconoce la importancia de recuperar bienes extraídos ilegalmente, argumenta que esta política no ataca las raíces del problema: el saqueo sistemático y el floreciente mercado negro de bienes culturales.
Más allá de la repatriación, es pertinente reflexionar también sobre el valor de compartir representaciones del acervo cultural originario en el ámbito internacional. Si la declaración de sitios arqueológicos como Patrimonio de la Humanidad implica un derecho universal al acceso al conocimiento de este, ¿no debería considerarse la posibilidad de que piezas selectas se exhiban universalmente, permitiendo que un público más amplio se conecte con la riqueza cultural de determinado país?
El descubrimiento de la tumba de Tutmosis II nos ha ofrecido un vistazo fascinante a las profundidades del pasado, además nos ha recordado la importancia de la arqueología en el presente y su responsabilidad de cara al futuro. Parafraseando a Spiderman, este poder conlleva una gran responsabilidad.