Somos herederos de Máximo Gómez Báez

Aún después de su muerte hace 120 años, al ilustre dominicano le ha rodeado la veneración del pueblo cubano y de sus principales líderes

Fotos. / Autor no identificado


Entre muchas otras convicciones, el General en Jefe del Ejército Libertador de Cuba anotó en su Diario de Campaña esta inolvidable sentencia: “Los americanos han amargado con su tutela impuesta por la fuerza, la alegría de los cubanos. Es posible que no dejen aquí ni un adarme de simpatía”.

Los actuales habitantes de nuestro archipiélago, nos sentimos genuinos discípulos y continuadores de este grande de nuestra historia, guía de las más extraordinarias victorias de los valientes mambises de tres guerras. En parte, por eso pudo decir el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en memorable ocasión: “Nosotros entonces habríamos sido como ellos; ellos hoy habrían sido como nosotros”.

De aquella epopeya iniciada por Céspedes y continuada por Martí, el bravo general Gómez fue su gran maestro y estratega militar. Sufrió y luchó muy duro pese al constante lastre de haber sentido él casi perennemente cierta inhibición y la rara timidez por no haber nacido en esta tierra.

Una de las fotos más conocida del Generalísimo tomada en 1897.

No hay historia mambisa sin su nombre

Nadie que piense con sensatez, y haya leído y escuchado hablar del insigne Generalísimo, duda de su integración, junto a Martí y Maceo, de la trilogía esencial de la Revolución de 1895 y una de las figuras descollantes de la Guerra de los Diez Años.

Nació en Baní, República Dominicana, el 18 de noviembre de 1836 y sin sus hazañas y sus méritos ninguna persona justa, honrada, sensata, puede escribir la historia de nuestra patria.

Sus proezas militares, especialmente la Invasión de Oriente a Occidente, debían aparecer entre las más destacadas hazañas de la historia militar universal del siglo XIX. El representa asimismo un símbolo de la presencia internacionalista en nuestras luchas por la independencia.

Duro y tierno al mismo tiempo

Se ha divulgado más su fisonomía de persona entrada a la llamada tercera edad; sin embargo, Federico Hernández y Carvajal, su amigo y coterráneo desde la adolescencia, lo describió de este modo: “Joven de apuesta anatomía, erecto, delgado, ágil y elegante. Tenía trigueña faz, finos los labios, los ojos negros, sedoso el cabello y era el galán mimado de las damas de su terruño más cercano. En breve dio la norma en bailes, veladas, paseos, amores y amoríos”.

Los acontecimientos políticos en Santo Domingo, en su época más viril y vigorosa, lo llevaron a incorporarse al ejército español y a ser enviado a Santiago de Cuba como comandante de tropas dominicanas. Sobre esa etapa, el propio Gómez escribiría años más tarde: “Joven yo, ciego y sin discernimiento político para manejarme dentro de aquella situación, más que difícil, oscura -porque la Revolución se presentó más que defectuosa, enferma– fui arrastrado por la ola impetuosa de los sucesos y me encontré de improviso en Cuba, a manera de un poco de materia inerte que lejos de su centro arrojan las furiosas explosiones volcánicas. Era la primera vez en mi vida que abandonaba el suelo natal y muy pronto empecé a purgar la culpa cometida, con la pena más cruel que puede sufrir un hombre”.

Cómo se sintió cubano

Grupo de combatientes negros de su tropa. Bajo su mando se formaron generales afrodescendientes como los Maceo, Guillermón y Quintín.

Al laborar y vivir junto a las masas campesinas de las zonas orientales de Cuba, aquel corazón de firmeza sensible al dolor humano, lejos de su patria de origen, se vincula primero a un pequeño círculo revolucionario conspirador en la región de Bayamo, ayudando en la preparación militar.

Tras el alzamiento de Céspedes en el ingenio Demajagua, se incorpora inmediatamente a la Guerra de los Diez Años en octubre de 1868 y se convierte en maestro de guerreros. Pasado el tiempo se transforma en el más respetado de nuestros generales mambises, sobre todo, después de la primera carga al machete; es decir, a la transformación de la tradicional herramienta de trabajo en temible arma de combate, aporte suyo inigualable y certero.

Tan impetuosa es su proeza cotidiana, que Antonio Maceo, el célebre Titán de Bronce, lo más puro y genuinamente cubano de nuestro mambisado, se inclinó siempre muy respetuoso ante el corajudo dominicano y le guardó una disciplina cívica y militar, hoy parte imborrable de nuestros grandes recuerdos patrióticos.

Gómez, hombre cuyo vigoroso carácter es bien conocido, era capaz de ser tierno y generoso con los suyos y de combatir al enemigo hasta la victoria o la muerte. Su rigor y su sentido del deber le permitían imponer la seriedad, la responsabilidad y la buena compostura entre los más bravos y admirables soldados.

Su prestigio en el sector más humilde y explotado de la sociedad cubana de aquellos tiempos duros era la clave principal de su autoridad moral, política e histórica, al encarnar la más pura expresión del pueblo anticolonialista.

Su experiencia militar, sus dotes de estratega sin contrincante enemigo, su mano firme al conducir la tropa, le ganaron muy pronto reconocido prestigio. Así, en 1871, dirigió la audaz invasión a Guantánamo. En 1873, al caer Agramonte, Céspedes lo designa jefe de Camagüey, logrando dos resonantes victorias militares: la primera, La Sacra. Junto a 300 jinetes camagüeyanos hicieron retirarse a una columna cinco veces mayor dejando un centenar de cadáveres insepultos. La segunda, Palo Seco, donde obtuvo un éxito aún mayor, al enfrentarse a otra columna española de 600 hombres con sus 300 jinetes camagüeyanos, ocasionándoles una alta cifra de muertos al enemigo, incluyendo al general a su mando.

Al año siguiente obtiene otro triunfo en la batalla de Las Guásimas, la más larga y costosa de toda la Guerra de los Diez Años. En enero de 1875, cruza la Trocha de Júcaro a Morón y realiza la invasión a Las Villas, dirigida a su proyectada invasión a Occidente, la cual no pudo entonces concretar; sin embargo,  logrando sumar en la región central a 1 400 hombres al Ejército Libertador, destruyendo 83 ingenios y arrebatando a las fuerzas españolas cuantiosos pertrechos de guerra.

La carga al machete, notable aporte de Gómez al arte militar cubano.

Petición de Martí y respuesta de Gómez

En este breve tributo al genio militar de nuestras luchas en la manigua redentora, es oportuno evocar cuando el 13 de septiembre de 1892 el Apóstol de Cuba le escribe una famosa misiva donde le dice: “Yo ofrezco a usted, sin temor de negativa este nuevo trabajo, hoy no tengo más remuneración, que brindarle el placer de su sacrificio y la ingratitud probable de los hombres”.

Más adelante nuestro Héroe Nacional le agrega algo no menos conmovedor e importante: “Los tiempos grandes requieren grandes sacrificios; y yo vengo confiado a pedir a Ud. que deje en manos de sus hijos nacientes y de su compañera abandonada la fortuna que les está levantando con rudo trabajo para ayudar a Cuba a conquistar su libertad, con riesgo de muerte: vengo a pedirle que cambie el orgullo de su bienestar y la paz gloriosa de su descanso por los azares de la Revolución, y la amargura de la vida consagrada al servicio de los hombres”.

Por supuesto, en la respuesta a semejante carta cargada de honor y meta difícil, el veterano de los Diez Años de pólvora, humo, caballo, machete, revólver y sangre, le responde tal como era de esperar en su caso de excepcional coraje:

“Para la parte que me toca, y la cantidad de trabajo y de labores en la gran obra que vamos a recomenzar, desde ahora puede usted contar con mis servicios”.

Llegado el crucial momento de convocar la guerra preparada por ambos teniendo la cabeza y el corazón en las cuatro manos, sumando total dedicación y entrega, acuerdan el texto del documento suscrito por ambos conocido como El Manifiesto de Montecristi.

Junto a su familia, al inicio de la república neocolonial.

Gómez, como General en Jefe del Ejército Libertador y sus 60 años a cuestas, desembarca con Martí y otros cuatro patriotas en Playitas de Cajobabo en abril de 1895 para reiniciar la lucha por la Independencia. Planeó en compañía de Maceo la Invasión de Oriente hasta Occidente y mantuvo en jaque a poderosas fuerzas españolas durante más de tres años hasta la llegada de la intervención norteamericana y fueron frustrados los ideales de independencia y justicia por las cuales el pueblo cubano había luchado durante por más de 30 años.

En su Diario de Campaña Gómez deja escrito para la posteridad el sentimiento de frustración de todo un pueblo provocado por las condiciones impuestas a Cuba por Estados Unidos y aclara algo sumamente trascendental: Los americanos han amargado con su tutela colonial e imperial el ánimo alegre de los vencedores y no supieron tampoco endulzar la pena de los vencidos. Precisa textualmente: “La situación, pues, que se le ha creado a este pueblo, de miseria material y de apenamiento, por estar cohibido en todos sus actos de soberanía, es cada vez más aflictiva”.

A un siglo y dos décadas exactas de su desaparición física, recordamos a Gómez con admiración; cuando escuchamos o leemos el calificativo de Generalísimo, comprendemos su real dimensión humana.

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Fuente consultada

Máximo Gómez, el Generalísimo, de Armando Hart Dávalos, en su obra Perfiles, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 2002.

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