Cita nacional este 17 de mayo, en Sancti Spíritus, será oportuno instante para valorar lo hecho y por hacer para satisfacer mejor las necesidades y lograr soberanía alimentaria
Hay abstracciones que no caben dentro del cráneo. Una de ellas es imaginar a Cuba sin campesinos, o a los campesinos cubanos sin la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP): organización que los une desde hace 63 años, dos calendarios después de haber sido firmada la Ley de Reforma Agraria, que por fin puso la tierra en las manos de sus verdaderos dueños.
También hay proyecciones que no tienen cabida en la imaginación ni en la realidad. Una de ellas sería pensar que Cuba puede resolver el problema alimentario, lograr la soberanía en ese terreno, sin la participación de quienes hacen parir la tierra.
Mucho se ha hablado acerca del modo en que cultivos como el tabaco y renglones como la leche (ganadería), por apenas mencionar dos, descansan protagónicamente en los incansables hombros del sector cooperativo y campesino.
Con toda seguridad, de esas verdades se hablará este 17 de mayo, Día del campesino cubano, a la hora de un recuento que tendrá como epicentro nacional a la provincia espirituana.
Difíciles, estos tiempos no han propiciado -por muchísimas razones materiales y subjetivas- la correlación que, a escala social, se debe haber entre producción, distribución, consumo, satisfacción de necesidades.
El fenómeno precio se expresa cada vez más brutalmente sobre el bolsillo y el plato familiar.
No creo que la responsabilidad recaiga, toda, sobre quienes enyugan la yunta de bueyes antes de clarear el día y, muchas veces, cuando el sol se pone mantienen todavía la bota afincada en el surco.
Cuidadosos debemos ser a la hora de enjuiciar. No siempre coinciden en un mismo rostro quien produce y quien (re)vende.
Son estas, por tanto, líneas a la medida de quienes durante más de seis décadas le han sacado el mejor provecho a su pedacito de tierra, para satisfacer un poco mejor las necesidades de su campesina familia y las de quienes viven en la ciudad o para que el país no tenga que erogar divisa comprando en el mercado internacional lo que se puede asegurar dentro del archipiélago.
Del mismo modo que los seres queridos nunca mueren (los matamos nosotros si los olvidamos), hay conceptos que no podemos dejar languidecer. Uno de ellos era muy recurrente cuatro o cinco décadas atrás. Me refiero al de la alianza obrero-campesina.
Como anillo al dedo de la historia viene este coyuntural y complicado momento que atraviesa Cuba. El propio desarrollo de la Revolución elevó sustancialmente la cantidad de profesionales en todas las ramas de la ciencia, la producción, los servicios, la economía en general. No por casualidad, sin embargo, seguimos diciendo movimiento obrero y nombrando a la organización como Central de Trabajadores de Cuba.
Y tampoco por inspiración o por azar está ahí, en permanente alianza, la ANAP.
Se trata, entonces, de continuar con las botas tan calzadas como 65 calendarios atrás, cuando miles de familias campesinas, hasta entonces esclavas de terratenientes y latifundistas, se convirtieron en propietarias de una tierra que a partir de ese instante compartirían, agradecidas, con los más sagrados intereses y con el destino común de toda la nación.