Ucrania y la OTAN: lobos sin pelo… pero lobos

Los riesgos de un garrotazo a ciegas son más posibles ahora


La fiera acosada suele ser más agresiva, afirman los amantes de la caza mayor. Y no se trata, en el caso de Ucrania, de un acto de “inmolación patriótica” de quienes la convirtieron en un matadero de su gente para que en los Estados Unidos los poderes imperiales intentaran abrirse paso en la largamente añorada y proyectada conquista de Eurasia como antesala indispensable del dominio global.

Zelenski, el usurpador, es un héroe occidental… al fin y al cabo es quien aporta la carne de cañón ucraniana. / rt.com

Porque Volodimir Zelenski, quien desde este 21 de mayo ya es un usurpador de la presidencia y un dictador de facto, a lo único que aspira es a seguir negociando propiedades en el extranjero (lujosos apartamentos en Oriente Medio y palacetes monárquicos en Londres, por ejemplo), satisfacer su ego de mimo mediocre de la TV, y proyectarse como adalid y patricio del “Occidente colectivo”.

Hablamos de peligros multiplicados por varias razones; entre ellas, los recientes y ofuscados llamados del citado  presidente autoimpuesto a que la OTAN derribe aviones, drones y misiles rusos en los cielos ucranianos, al igual que lo hicieron EE.UU. y el Reino Unido el pasado abril con los aparatos lanzados por Irán contra Israel, a lo que se suma el anunciado “estudio” por los jerarcas de esa organización belicista de una posible autorización formal a Kiev a utilizar (o mejor, seguir utilizando) los arsenales que le han proporcionado en ataques a objetivos dentro del territorio del gigante euroasiático.

¿El “razonamiento” de Zelenski?  Que presuntamente Vladímir Putin nunca recurrirá a las armas nucleares, porque afectaría su propia seguridad, como si Moscú no hubiese dicho y demostrado que su Operación Militar Especial equivale a una decisiva batalla por la supervivencia de la nación rusa y, ahora mismo, mientras se redactan estas líneas, las brigadas de armas atómicas tácticas rusas no estuviesen enfrascadas en maniobras de despliegue y alerta combativa a lo largo y ancho de las regiones bajo su custodia.

Idiotas, pero peligrosos

No voy a atribuirme este subtítulo. Lo tomo de las recientes declaraciones mediáticas del académico español José Antonio Aguilar, sin dudas uno de los mejores expertos en geoestrategia del Viejo Continente.

El estudioso considera que no hay tarea más urgente en estos días para los europeos del oeste que poner freno a las mentes calenturientas, rastreras e infamantes de una burocracia política regional dependiente de Washington y arreada por el servilismo a un ente hegemónico ajeno que les usa y manipula con el propósito de lograr sus propios fines.

Recordó que no son pocos los orates con poder político que desde la OTAN urgen a saltarse todas las rayas rojas en el afán inútil de intentar destruir a Rusia, y citó como ejemplo evidente la insistencia en provocar y amenazar continua y crecientemente a Moscú, cuando se sabe que Ucrania está objetivamente condenada al fracaso… y con ella los que la auparon.

En ese sentido, se refirió al hecho de ignorar la lógica más elemental en nombre de la soberbia, como sucede –demostración puntual- con la insistencia en el cercano envío de aviones de combate F-16 a Kiev.

La conclusión, que no acertijo, es tan evidente como para ser ignorada, explica Aguilar. Los F-16 no van a influir en la marcha del conflicto, pero tienen la marca maldita de poder portar armas nucleares.

 Por demás, Ucrania no cuenta apenas con pilotos ni pistas adecuadas, lo que implica que alguien sí entrenado las volaría y no serían precisamente tripulaciones de Kiev ni estarían apostadas en aeródromos ucranianos.

Por supuesto, ante esta disyuntiva Moscú seguramente no esperaría a que despeguen en misiones de ataque para averiguar si cargan o no armamento atómico, o determinar la nacionalidad del personal a bordo y la ubicación de las pistas.

En fin, otra línea roja en extremo peligrosa que los Estados Unidos y sus escuderos de la OTAN parecen inclinados a obviar en una jugada que huele a recolocar al mundo a las puertas de su final. Porque para Moscú, vale reiterarlo, batir al fascismo ucraniano y a su apañador otanista es una regla y una demanda existenciales, y -por tanto- habrá de hacerse todo lo necesario con el fin de lograrlo…y todo es todo.

Realidades que pesan

Y es que la guerra en Ucrania no ha sido más que el producto neto de una infracción sistemática de todos los límites por Washington y su servil Europa Occidental, por intermedio de la Ucrania nazificada.

La ex subsecretaria de Estado Victoria Nuland, gestora en vivo y en directo del golpe fascista de 2014 en Kiev, insiste, desde su jubilación, en la “guerra total contra Moscú”. La marioneta en sus manos indica quien pone la sangre por mandato de USA. / rt.com

El cuento es viejo. Se le mintió a la Unión Soviética de Mijail Gorbachov a fines del pasado siglo con la historia de que la OTAN no marcharía al Este. Se instauró en 2014 el fascismo en suelo ucraniano con la mira puesta en Moscú, y se firmaron y burlaron los acuerdos Minsk uno y dos con el Kremlin, con el único fin de ganar tiempo en el rearme de Kiev para la guerra, amén de que se sabotearían, ya en medio de los combates, las ulteriores negociaciones bilaterales en Turquía.

Iniciada la impuesta, inevitable y vital operación defensiva rusa, se hizo de Zelenski un adalid “democrático y patriótico”, a pesar de su notoria socarronería y embuche. Se habló después de no proporcionarle a Kiev tanques Leopard (germanos) y Abrams (gringos), ni misiles de largo alcance para no provocar a Moscú… y se remitieron.

Nunca, dijeron los occidentales y los que quieren aparentarlo, habrá soldados de la OTAN en Ucrania… y desde mucho ya están allí. No se admitirían tampoco ataques con armas del Oeste a suelo ruso, y se realizan. En fin, el tensar siempre la cuerda y seguir impulsando el carro al abismo.

Así las cosas, el devenir incuestionable de una Europa Occidental cada vez más deslucida y aherrojada como herramienta del hegemonismo norteamericano está sirviendo para que la ultraderecha regional, esa que añora los viejos totalitarismos que condujeron a episodios tan trágicos como la Segunda Guerra Mundial, repunte con especial fuerza en esta hora política.

Mucho de ello se sigue asentando sobre la endémica carencia de objetividad y los devaneos e inconsistencias de una descolorida burocracia política que no logra salirse de los moldes de poder impuestos por la influencia gringa y su pretendido modelo liberal y democrático.

Es casi el calco del rejuego que precisamente hizo que Gran Bretaña y Francia intentaran conciliarse con Adolfo Hítler hace más de ocho décadas y justo hundir al Viejo Continente y a buena parte del planeta en la mayor desgracia militar de la historia.

Todas esas ideas justo han venido a la mente de no pocos, con la reciente celebración en Madrid de una convención ultraderechista internacional organizada por el partido fascista español Vox, con la presencia, incluso desde América Latina, de gente tan “ilustre” como el libertario argentino Javier Milei y el pinochetista chileno José Antonio Kast.

La agenda fue muy clara, reveladora y ajustada a los gustos del auditorio: se llamó al apoyo al Israel sionista, a la Ucrania nazi instrumento de la OTAN, a la represión de toda manifestación realmente progresista, y al aliento a la xenofobia y a la pretendida “limpieza étnica” en Europa. Todo lo cual recuerda las diatribas de la Alemania hitleriana y la Italia fascista.

Y mientras en Madrid la ultraderecha internacional trazaba sus directivas para el futuro inmediato, del lado de los titulados opositores formales, sobre todo euro-occidentales, la inmovilidad y la permisividad llenaban -como se ha hecho habitual- todo el espacio.

La propia presidencia de la Unión Europea daba evidentes señales de que es posible una concertación con los ultras si se trata de “defender” al Viejo Continente de la inmigración ilegal, de apoyar el sionismo israelí y de continuar la guerra contra Rusia a través de Ucrania.

No hay rechazo a ningún grupo “paneuropeo”, ha dicho la propia Úrsula von der Leyen, como más de ochenta años atrás lo suscribieron los jefes del gobierno británico, Arthur Chamberlain, y del francés, Édouar Daladier, al darle el visto bueno y la consecuente luz verde a las locas ambiciones expansionistas de Adolfo Hitler mediante el Pacto de Munich de septiembre de 1938.

“¡Que Dios nos coja confesados!” es reclamo e inquietud de no pocos creyentes en las horas que suenan terminales. Pero en este mundo, donde se sigue pretendiendo la regencia de caprichos sangrientos, exclusivistas y asimétricos, la clave está en que al menos se le dé tiempo al Señor para escucharlos a todos antes de que se nos hunda el piso bajo los pies.

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