Con un partido de gobierno fracturado y el voto indeciso en alza, Bolivia se prepara para unas elecciones marcadas por tensiones internas y un resultado impredecible
A un mes de las elecciones generales del 17 de agosto, Bolivia transita uno de los procesos electorales más inciertos y fragmentados de las últimas dos décadas. El Movimiento Al Socialismo (MAS), único partido de izquierda con fórmula consolidada, encara la recta final con serias dificultades: una división interna sin precedentes, niveles de intención de voto históricamente bajos y una ciudadanía marcada por el desencanto y la incertidumbre.
El MAS, que aún conserva la mayor estructura nacional, arrancó su campaña con la dupla Eduardo del Castillo-Milán Berna, fórmula que apuesta por defender los logros del llamado “bloque popular” y mantener el modelo económico basado en la nacionalización de recursos.
No obstante, las encuestas más recientes apenas le otorgan el 2.3 por ciento de la intención de voto, muy lejos de los porcentajes que le dieron victorias abrumadoras en 2006, 2014 y 2020.
Este retroceso no puede entenderse sin mencionar el conflicto político interno que desde hace más de un año enfrenta a Evo Morales y Luis Arce, dos de las figuras más emblemáticas del proceso de cambio iniciado en 2006.
La fractura del MAS debilitó su cohesión territorial, fragmentó su base social y dejó en la orfandad a un número indeterminado de votantes, que hoy figuran en las encuestas como indecisos o nulos.
Si bien Morales y Arce coinciden en la necesidad de defender el proyecto popular, la disputa por el liderazgo del MAS y la candidatura presidencial derivó en bloqueos, fallos judiciales cruzados, protestas y advertencias que pusieron en riesgo la estabilidad institucional.
El propio Tribunal Supremo Electoral reafirmó su compromiso con el cronograma constitucional en medio de amenazas públicas de sectores movilizados.
Además del conflicto político, el contexto económico deteriorado –marcado por la escasez de divisas, el alza de precios y el estancamiento de proyectos estratégicos– erosionó la imagen del oficialismo. Pese a que desde el entorno de Arce se denuncia un “sabotaje parlamentario”, impulsado por sectores afines a Morales y por la oposición tradicional, el resultado visible es una administración debilitada frente a un electorado cada vez más crítico.
Una oposición expectante y un voto volátil
En paralelo, los candidatos de derecha Samuel Doria Medina y Jorge Quiroga lideran las encuestas, aunque sin lograr aún capitalizar de forma decisiva la dispersión del voto. El llamado “voto útil” podría inclinar la balanza en el último tramo; sin embargo, el dato más llamativo es el crecimiento del voto blanco, nulo e indeciso, que sobrepasa el 30 por ciento.
Una parte importante de ese universo parece corresponder a antiguos votantes del MAS que, ante la imposibilidad de apoyar a Morales o por desilusión con la conducción actual, no han definido su opción.
En este escenario, destaca Andrónico Rodríguez, actual senador y líder cocalero, quien aparece en tercer lugar, con 11.8 por ciento de la intención de voto, según los últimos sondeos.
Representa a un sector del movimiento popular disidente del MAS, especialmente vinculado con Morales, mas con un perfil propio que ha ganado respaldo entre jóvenes y bases rurales.
Su candidatura se presenta como la principal opción de izquierda fuera de la fórmula oficial del MAS y podría disputarle seriamente ese electorado en caso de que el Partido no logre recomponer su unidad. Empero aún está lejos de los primeros lugares, su crecimiento en las encuestas lo posiciona como un actor clave en la definición del balotaje y en una eventual reconfiguración del campo popular.
Incertidumbre como signo de época
Si algo define al actual proceso boliviano es la incertidumbre institucional y política. La posibilidad de que el MAS quede fuera del balotaje, por primera vez en 20 años, ya no es una hipótesis remota.
La decisión de Morales de no construir una estructura propia y postergar alianzas hasta último momento fue un factor que debilitó al movimiento que él mismo fundó.
Mientras tanto, el país se encamina hacia una elección polarizada y fragmentada, en la que el pasado reciente –marcado por logros sociales y fracturas internas– convive con un presente incierto y un futuro político en disputa.
En agosto, Bolivia no solo elegirá presidente, sino que definirá si el proyecto popular que dominó la escena durante dos décadas encuentra una nueva forma de subsistencia o cede su lugar a una recomposición del poder bajo otros liderazgos y discursos.


















