Otra vez acerca de un hombre sensible por cuenta propia
Si me guío por la cantidad de veces que he escrito acerca del tunero Juan Carlos Labrada, en este momento no estuviera haciéndolo una vez más.
Sucede, sin embargo, que hasta sin algo nuevo que decir, personas como él siempre merecerán un pequeño espacio en nuestros medios de prensa.
No remontaré la historia, pero es bueno recordar por qué, hace muchos años, lo llevé a las páginas de Granma. No fue por inspiración propia. Me lo sugirió un amigo. “Cuba tiene que conocer a ese hombre -me dijo-; cuando llega una ambulancia a su ponchera él habla con los usuarios, la pasa delante y, además, no le cobra ni un centavo al chofer”.
¿Motivo?: gratitud infinita hacia la salud tunera.
El asunto no quedó ahí. Enterado de tan noble y recurrente gesto, Gerardo Hernández Nordelo, entonces prisionero del imperio en Victorville, California, le envío una conmovedora carta que, por cierto, devino “chispazo” para prenderle fuego a otro trabajo relacionado con El Juanca, como casi todo el mundo le llama.
Un poco más acá en el tiempo, no pude aguantarme y tuve que volver a la carga. Mientras en Ciego de Ávila un ponche costaba 150 pesos, en la ponchera de Juan Carlos usted podía resolver el problema con apenas 50.
Hace poco, de visita por El Balcón del Oriente Cubano (Las Tunas), pasé a saludar al noble trabajador por cuenta propia y volví a constatar el excelente trato que sus trabajadores le dispensan a cuanto cliente llega allí, la rapidez, la variedad de servicios…
¿El precio? Tres veces por debajo del que se cobra en casi o en toda Cuba.
¿Cómo se las arregla? Con exactitud o detalle no lo sé. Pero usted puede estar seguro de que no tiene pérdidas, ninguno de sus trabajadores se ha ido en busca de beneficios económicos, cumple con el fisco, paga electricidad, otros gastos, siempre tiene una sonrisa a flor de rostro y todo el mundo lo quiere.
Si no estoy equivocado, es eso lo que necesitamos y lo que debe suceder en todos los espacios, estatales y privados.
Y es esa la razón por la cual, a cada rato, sin comunicárselo ni pedirle permiso, vuelvo sobre él, a golpe de tecla y de una gratitud tan sincera como la de aquellos “ambulancieros” a quienes el Juanca siempre priorizó y atendió, gratuitamente… además.