Este 11 de septiembre rendimos un merecido homenaje de reconocimiento y afecto a la memoria del Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque, quien hace 15 años partió hacia la inmortalidad
En la legendaria Sierra Maestra y la majestuosidad de cada firme el viento remueve las palmeras al compás del fluir de los ríos y arroyos. Aquella regia naturaleza guarda sonoros recuerdos y huellas de combate, protagonizados por una estoica guerrilla comandada por un grupo de jefes rebeldes liderados por Fidel Castro Ruz. Entre los más destacados despunta Juan Almeida.
El segundo de 12 hermanos, nació en La Habana el 17 de febrero de 1927, rodeados de privaciones en un hogar humilde. Respiraban valores patrios y un comportamiento caracterizado por la honradez, la sencillez y el amor a la familia. Desde pequeño aprendió, con la guía certera de sus padres, la necesidad de conquistar sus derechos escamoteados. No rebasaba los 12 años y se incorporó a la vida laboral, contribuyendo al sostén de tan numerosa prole. Su mayor experiencia de trabajo la obtuvo en distintos oficios de la construcción y llegó a ser un albañil de primera.
En una oportunidad, mientras se recuperaba de una inflamación en la mano derecha, recibió una significativa visita en su casa del barrio Poey. Sobre aquel acontecimiento, su madre Rosario rememoró años más tarde:
“Yo casi terminaba de planchar, tocaron a la puerta. ‘Macho –así le decíamos desde pequeño–, no te muevas, yo abro’. Y delante de mí encontré a un hombre blanco, robusto, alto, lo que se dice un tipazo, muy bien afeitado, con un saco claro, pero sin corbata. ‘¿Aquí vive Almeida?’ –preguntó en voz muy baja, como susurrando, mas con una determinación tremenda en el tono. ‘Bueno, está Almeida el padre y los hijos, ¿a cuál usted procura?’. ‘Por la edad, supongo que sea uno de los hijos, uno que trabaja en la construcción’ –me dijo. ‘Entonces me habla de Macho. Entre, ahí lo tiene’.
“Macho ni se había dado cuenta de la visita […]. Al voltearse, se puso muy alegre. ‘Ah, pero si es Fidel, siéntate’. ‘No te molestes, te vine a ver porque me enteré de que te fastidiaste una mano, así que en esta no puedes ir’”.
Mientras Almeida laboraba en el Balneario de la Universidad de La Habana, conoció a Fidel. Desde un inicio, entablaron una franca amistad y entusiasmado por las charlas y el liderazgo del estudiante, se vinculó de inmediato a los ideales de la Revolución.
En aquella visita presentó a Fidel como un ingeniero designado a realizar unas obras en Varadero y era una oportunidad al cambio de labor. Rosario había escuchado la explicación de Fidel sobre la inmediatez del trabajo y la necesidad de estar saludable; su hijo alegó ser zurdo y las limitaciones eran en la mano derecha. Fidel le solicitó mantenerse localizado. Ya él estaba ultimando los preparativos del asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes.
El fusil por una pala
Armando Mestre, amigo y vecino de Almeida, era estudiante de bachillerato y también albañil; lo relacionó con la Generación del Centenario. Fidel los convocó a prácticas de tiro. Almeida estaba muy activo en una célula revolucionaria clandestina, compuesta por ocho miembros. Desde entonces, se dispuso a cambiar la pala por un fusil.
Llegado el momento de la salida hacia Santiago de Cuba, Mestre se trasladó a las dos de la tarde a una obra en construcción en Nuevo Vedado y le avisó. En O y 25, en El Vedado, se reunieron con Fidel, quien les dio instrucciones y los despidió con afecto y cariño. Arribaron a Santiago de Cuba el 25 de julio de 1953 ya de noche y continuaron hasta la granjita Siboney
Conocieron a última hora el destino del ataque: el cuartel Moncada. Antes de salir a cumplir tan arriesgada misión, unas firmes palabras de Fidel fortalecieron los sentimientos morales de aquel audaz grupo de jóvenes. Almeida pensó: “Arriba con los valientes que hay aquí, ni más que ellos, ni menos. Si un hombre da un paso al frente, solo queda atrás herido o muerto”.
Fracasada la toma de la fortaleza militar, Almeida emprendió el camino de las lomas próximas a la granjita junto a otros combatientes dirigidos por Fidel; son tomados prisioneros por el grupo militar del entonces teniente Pedro M. Sarría Tartabull, quien les salvó la vida al enviarlos al Vivac de Santiago de Cuba, negarse a entregarlos al sanguinario comandante Andrés Pérez Chaumont.
En el juicio a los moncadistas, ante el fiscal interrogador, Almeida contestó sereno y con mucha firmeza entre otras frases: “[…]… si tuviera que volver a hacerlo, lo haría, que no le quepa la menor duda a este tribunal”.
Condenado a 10 años de prisión, en compañía de sus compañeros, es encerrado en la cárcel de Boniato en Santiago de Cuba y el 13 de octubre de 1953 fueron trasladados al mal llamado Presidio Modelo de la Isla de Pinos. Convirtieron su espacio en una academia de revolucionarios y se siguieron formando bajo la guía de Fidel
Ante la presión popular, se produjo una amnistía el 15 de mayo de 1955. Se trasladaron hasta La Habana en la embarcación El Pinero y Almeida disfrutó un grandioso encuentro con su madre en el puerto de Batabanó; su padre lo acompañó en el trayecto. Se regocijaron con la acogida del pueblo a Fidel. Una multitud de simpatizantes abordó el vagón, aún el tren no se había detenido totalmente. Lo sacaron en brazos y hombros por la ventanilla.
Exilio y desembarco
Ya fuera de la prisión, continuó sus actividades conspirativas y el aparato represivo de la dictadura desarrolló sobre él una obstinada vigilancia. Se vio precisado a partir hacia el exilio en México: allá se encontraban Fidel y Raúl, entre otros compañeros. Con la ayuda de Haydée Santamaría Cuadrado, adquirió un pasaporte y el 9 de febrero de 1956 abordó el vapor Andrea Gritti, de bandera italiana.
Después de una travesía de 3 días, llegó a Veracruz. Ya en Ciudad México, se encontró con Fidel y de nuevo la impresión esperanzadora al ver a su hermano mayor y más querido, al jefe indiscutible. El reencuentro después de mucho tiempo, le parece más grande.
En lo adelante, los enérgicos entrenamientos, en la ciudad y sus alrededores, el campo de tiro Los Gamitos y otros terrenos, en su mayoría pedregosos con cactos, manigua y montes; caminatas de cinco a nueve kilómetros, durmiendo a la intemperie, entre otras acciones.
Almeida partió en el yate Granma el 25 de noviembre de 1956. Eran 82 expedicionarios, se despidieron del México solidario y van apretujados codo con codo en aquel yatecito danzando sobre las fuertes olas. Así relató en uno de sus libros: “Ya a las puertas del golfo, con las luces del yate encendidas, los rostros iluminados por la emoción y el corazón a tambor batiente, se dejan escuchar nuestras voces cantando el Himno Nacional y la Marcha de 26 de Julio. ¡Viva Cuba! ¡Abajo el tirano!”.
Durante la travesía, es designado por Fidel jefe del pelotón del centro con grados de capitán. Salió a cubierta y respiró profundo el aire refrescante del mar y exclamó: “¡Cuanto honor he recibido!”.
Cuando encalló la nave antes de llegar a tierra firme la madrugada del 2 de diciembre, frente a un manglar enmarañado en Los Cayuelos, playa Las Coloradas, los expedicionarios batallaron durante dos horas con el fango, mientras las ramas y raíces afiladas les dañaron la piel y rasgaron sus ropas. Se hicieron presentes el hambre, la sed y los mosquitos. Almeida se sentó en un palo grueso y encontró en el bolsillo un papel de libreta mojado. Cuando lo abrió, vio que se trataba de su canción La Lupe,la inmortal tonada. Escribió la letra durante la travesía y ahora estaba casiilegible. La pasó a un bolsillo más seco con la idea de plasmarla en otro papel llegado el momento. Al llamado de su tierra, se había alejado de un amor para el deber cumplir.
Un grito de guerra en medio de la balacera, ante una voz enemiga que conminaba a la rendición, emerge desde el fondo del pecho de un hombre comprometido con el amor a su suelo: “¡Aquí no se rinde nadie!” y después una palabrota. Es la firme actitud de Juan Almeida. Lo caracterizó la modestia. Prueba de ello es el silencio marcial mantenido durante varios años sobre la paternidad de aquella frase que ha trascendido a la historia, dicha en medio del peligroso y tenso combate de Alegría de Pío el 5 de diciembre de 1956.
Tras amainar el fuego, comandando uno de los tres grupos reorganizados, luego de la dispersión de la expedición, emprendió la marcha agobiante hacia el firme de la Sierra.
Guerrilla y Revolución
En la madrugada del 21 de diciembre lograron el ansiado encuentro con Fidel en el cafetal de Ramón Pérez Morales, conocido como Mongo Pérez, en Cinco Palmas de Vicana. Ya son 15 los sobrevivientes del Granma que se han reunido. Continúa la lucha. En ese momento Almeida pensó que la sola presencia de Fidel entre ellos representaba entonces la continuidad de la lucha guerrillera en las montañas de Oriente, un sol resplandeciente en la aurora.
La noche del martes 25, la pequeña columna encabezada por Fidel partió hacia el interior de la Sierra. El 17 de enero Almeida dirigió una de las cuatro escuadras que atacó el cuartel de La Plata. Con la primera acción victoriosa se demostraba la presencia del núcleo guerrillero en las montañas.
Se convirtió en un intrépido jefe guerrillero. Así lo demostró en el combate de Uvero, el 28 de mayo de 1957, cuando comandó un pelotón de unos 20 hombres. Sobre ese momento histórico, el Che expresó: “La tarea más importante en el centro, era la de Almeida, encargado de liquidar de todas maneras la posta y permitir el paso de sus tropas y las de Raúl. Ambas marchan de frente contra el cuartel”.
Ascendido a comandante, dirigió con audacia el Tercer Frente Mario Muñoz Monroy. Mediante varias acciones combativas, cumplió con creces la misión encomendada por Fidel de acosar a las tropas de Batista en los alrededores de Santiago de Cuba y crear un anillo, encaminado a formar parte de la estrategia dirigida a la batalla definitiva, que se consumó con el triunfo el 1° de enero de 1959.
Así plasmó Almeida una de sus impresiones sobre el discurso de Fidel en el balcón del Ayuntamiento de Santiago de Cuba aquella inolvidable madrugada del 2 de enero: “Cuando Fidel se acerca a los micrófonos es aclamado, ovacionado, aplaudido con delirio por el pueblo. Suena el trueno en la madrugada, retumba el volcán que se mantenía impaciente para la erupción”.
Describió el desplazamiento de la Caravana de la Libertad ciudades y poblados, y remarcó como el pueblo disfrutó del triunfo y manifestó su sentimiento solidario con los barbudos, sus libertadores.
Luego del triunfo revolucionario, el comandante guerrillero ocupó altos cargos en las esferas militar, política y de conducción estatal, poniendo en cada tarea pasión y entrega.
Resultó acreedor del grado honorífico de Comandante de la Revolución. Recibió múltiples condecoraciones y órdenes nacionales e internacionales. Se destacan el honroso título de Héroe de la República de Cuba y la Orden Máximo Gómez de primer grado, otorgados el 27 de febrero de 1998.
Artista comprometido y padre ejemplar
A la par de sus altas dotes de dirigente revolucionario, y sin abandonar los deberes inherentes, las letras y el pentagrama musical se adentraron con creatividad y acierto en su existencia. En ellos dejó constancia de la etapa que le tocó vivir, cual protagonista de la gesta revolucionaria.
Autor de una docena de libros y de más de 300 composiciones musicales, el insigne guerrillero con dedicación y amor, entrelazó cada frase con un claro lenguaje coloquial; al leerlo y escucharlo es transitar en vivo por los parajes de la Sierra Maestra y otros sitios registrados en sus acordes. Marcados trazos de valor nos enseñan y nos inspiran.
Según el testimonio de su hija, la doctora Belinda Almeida García, “Trataba que los hermanos tuvieran el roce necesario y se apoyaran unos a otros. Siempre había un tiempo dedicado a escuchar a los hijos.
“Ya estaba diseñando su propia tumba. Me dijo: ‘ve y mira cómo va quedando’. O sea, la medida de su estatura. ‘Aquí voy a estar enterrado, también van a estar mis padres. Bueno, hay que pensar en todo. Las flores las quiero aquí…’. Todo lo había calculado a su forma con esa vista de futuro. Hasta cómo debía dar la luz del sol. Tan pensado como si fuera un artífice, un gran escultor”.
Su hijo Juan A. Almeida Beauballet, de profesión abogado, resalta:
“En el proceso creativo, guardaba una libretica en el yipi donde se movía. Surgía la idea del tema, empezaba con un boceto y después la terminaba. Y libretica de esas tenía en la casa, en el trabajo…
“Desde que la componía la iba tarareando. Se sentaba junto a un piano en casa de la abuela Charo. Le decía al pianista: ‘Esta es la canción y se tararea así: tararirarara’ y aquel en el piano tecleaba tararirarere y él decía: ‘No no no, es tararirarara’. El pianista captaba el ritmo y papá decía: ‘Eso es lo que yo quería’.
“Un día nos detuvimos en una cafetería. Daba paso a unas piscinas termales. Había una mujer que entraba hacia allá…regresaba y repetía la acción. El escolta preguntó: ‘¿Pero qué le pasa a esa mujer?”, y él respondió: ‘Lo que quiere es que la miren’. De ahí salió una canción”.
Las también sentidas palabras de su hijo el músico Juan Guillermo Almeida González: “Me enseñó cómo crear y mantener una familia. Tenía unos sentimientos humanos que no te los puedo explicar con palabras porque eso había que vivirlo a su lado. Era un hombre excepcional. Es difícil describirlo a él en pocas palabras”: Tú me enseñaste a tener el coraje / de aquellos que nunca se rinden.// Me enseñaste la grandeza de ser humilde. //Si hoy soy buen hijo, buen padre, buen esposo y buen amigo, / no me lo enseñó la vida, lo aprendí contigo. Así escuchamos al destacado compositor e intérprete cantarle a su padre.
Cuando desapareció físicamente el 11 de septiembre de 2009, a consecuencia de un paro cardio-respiratorio, una nota del Buró Político se expresó: “El nombre del Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque permanecerá por siempre en el corazón y la mente de sus compatriotas, como paradigma de firmeza revolucionaria, sólidas convicciones, valentía y patriotismo”.
Almeida es un eterno guerrillero, ejemplo de vida consagrada a la Revolución, portador de sólidas convicciones, patriotismo, valentía y compromiso con el pueblo. Así lo expresó el Comandante en Jefe en el fragmento de una reflexión: “Defendió principios de justicia que serán defendidos en cualquier tiempo y en cualquier época, mientras los seres humanos respiren sobre la tierra.
“¡No digamos que Almeida ha muerto! ¡Vive hoy más que nunca!”.
Los restos mortales del Comandante de la Revolución reposan en la cima de la loma La Esperanza, en el Mausoleo del Tercer Frente Oriental Mario Muñoz Monroy, junto a sus padres y compañeros de tantas batallas: siguen defendiendo y custodiando el legendario lomerío.
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Fuentes consultadas:
Los libros: Los padres de un hijo de la Patria, de Luis Báez y Pedro de la Hoz; ¡Atención! ¡Recuento!, Juan Almeida Bosque; Reflexiones: “Almeida vive hoy más que nunca”, de Fidel Castro Ruz; Revista BOHEMIA, 28 de septiembre de 2009 y el Documental: Almeida, Mundo Latino 2017.