A petición del movimiento de liberación nacional de ese país, un grupo de internacionalistas cubanos encabezados por el Che marcharon hacia el África austral a ofrecer ayuda
Fotos. / Autor no identificado
Cerca de la medianoche, 14 internacionalistas cubanos se dirigieron a un pequeño embarcadero africano, algo separado del muelle principal. Los distribuyeron en dos lanchas de motor fuera de borda, entre ellos iban cuatro oficiales, 3 sargentos, 2 cabos, 4 soldados y un civil. Las pequeñas naves se internaron rápidamente en las aguas del lago Tanganica. Había una fuerte ventolera, se levantaban grandes olas y tenían que esquivar los árboles derribados por la tempestad y que fueron arrastrados por la corriente.
Al amanecer del 24 de abril de 1965 avistaron la costa congolesa. El comandante Moja y otros dos hombres saltaron al agua y tras caminar un buen tramo, llegaron a la orilla. Cuando se cercioraron de la falta de peligro, hicieron señas y los demás desembarcaron. Todos juntos comenzaron a buscar el campamento guerrillero que debía estar ubicado en el lugar. Un pequeño grupo encabezado por Moja hizo un reconocimiento de las cercanías. A kilómetro y medio hallaron un bohío con guerrilleros dentro durmiendo con sus mujeres y sus fusiles. Tchamlesso, un congolés que acompañaba a los cubanos, les explicó a sus coterráneos quiénes eran los que arribaban.
Moja regresó al lugar donde había dejado al resto de sus compañeros y le informó de todo al comandante Tatu. Los 14 internacionalistas llegaron finalmente al campamento de la guerrilla congolesa, cuyos miembros portaban fusiles SKS, subametralladoras PPCH, ametralladoras antiaéreas rusas 12.7 y cañones sin retroceso chinos de 75mm. Los arsenales estaban en chozas de paja sin las condiciones requeridas y el control de las municiones era inexistente, muchos usaban sus PPCH disparando al lago para pescar: malgastando el parque.
En la presentación de los cubanos que hizo Tchamlesso a los jefes guerrilleros, Moja (Víctor Dreke) aparecía como jefe del grupo; Mbili (José María Martínez Tamayo) era el segundo y Tatu (Che Guevara) el médico y traductor de francés. Cuando los combatientes africanos vieron a blancos, dentro del contingente internacionalista, los confundieron con mercenarios contratados por el movimiento guerrillero. Tchamlesso les aclaró: “Son cubanos, vienen a ayudarnos, son voluntarios, nadie les paga, ni nosotros tenemos dinero para pagarles”.

Todo comenzó en Dar es-Salaam
A inicios de 1965 el Che concluyó en Tanganika un largo recorrido por ocho países africanos. En Dar es-Salaam, la capital de esta nación, sostuvo encuentros con los titulados representantes de varios movimientos de liberación nacional del continente. Solo le causaron una buena impresión los revolucionarios congoleses y su líder Laurent Kabila, quien le explicó las características de su lucha, su origen y el estado en que se encontraba en aquel momento. El Guerrillero Heroico se comprometió a hablar con Fidel sobre el envío de instructores “y las armas que pudiéramos tener”.
A inicios de febrero de 1965, según el entonces capitán de las FAR Normando Agramonte, participante posterior de aquella gesta internacionalista, cerca de 300 cubanos negros se concentraron en campamentos militares del occidente de Cuba. Los grados iban desde comandante hasta simple soldado. Casi todos habían combatido en el Ejército Rebelde durante la insurrección, Girón, la Lucha Contra Bandidos o en acciones del Ministerio del Interior contra elementos contrarrevolucionarios.
“Durante el tiempo que duró el duro entrenamiento, pasamos por los campamentos Pity uno, dos y tres. Se organizó una preparación muy fuerte, con largas caminatas portando la mochila, el arma, la canana y la cantimplora, venciendo obstáculos y postes colgantes. Tiramos con distintos fusiles, artillería menor, colocamos y desactivamos minas, lanzamos cocteles Molotov. No faltaron las clases políticas ni sobre la guerra de guerrillas. Fidel y Raúl nos visitaron varias veces”, testimonió Agramonte.
A finales de marzo, ha explicado Víctor Dreke, se hizo la selección de los que marcharían a África, aunque ninguno sabía el país de su destino. Algunos sospecharon del Congo porque en los materiales que les dieron a estudiar se hablaba de esa nación y el asesinato de Lumumba. Entre los finalmente escogidos, 113 en total, se hallaban 11 oficiales, 19 sargentos, 11 cabos y 72 soldados.
En la tarde del 30 de marzo de 1965, tras saber que iría como segundo al mando, Dreke conoció al combatiente designado a dirigir la misión. Antes le habían enseñado la foto de un hombre blanco, de unos 40 años, con espejuelos, cara llena cuidadosamente afeitada, con un gran tabaco en la boca, pelo lacio y negro, peinado con raya y muy aplatanado, como si se hubiera echado gomina. “¿Lo conoces? Pues él sí te conoce”, comentó Osmany Cienfuegos. “No lo conozco ni por asomo, ni en los periódicos he visto a este hombre”, replicó su interlocutor.
“Bueno, este es el compañero designado como jefe de la misión”. El recién llegado se sentó frente a Dreke, quien respetuosamente le dijo: “¿A usted le hace falta que le explique todo lo relacionado con la columna?”. “No, después vemos eso… ¡Vamos a decirle la verdad, Osmany!”. Este sonreía: “¿Tú no conoces al Che?”. Dreke inmediatamente se puso de pie. El Guerrillero Heroico se viró hacia Osmany: “Bueno, hemos pasado otra prueba más con otro viejo compañero que no me reconoció”.
En la fría mañana siguiente, el Che, Dreke y Martínez Tamayo partieron de La Habana hacia Praga, con escala en Gander. Dos días estuvieron en la hoy República Checa. Viajaron a El Cairo, con escala en Milán, y luego a Dar es-Salaam, también por ruta aérea. Poco después comenzaron a llegar a esta ciudad grupos de futuros internacionalistas, los que salieron de Cuba en dúos y tríos, por distintas rutas.
En suelo congolés
El Che les planteó a los congoleses que enviaran a los cubanos adonde se pensaba establecer el campamento de entrenamiento, a unos 5 km de la base del lago. Ahí empezaron las dilaciones y evasivas: esperaban el regreso del jefe de la unidad; cualquier propuesta tenía que redactarse por escrito. No hubo problemas porque el argentino-cubano las plasmó en un papel. Nunca supo el destino corrido por esas solicitudes.
Desde su llegada al suelo congolés los cubanos crearon condiciones como establecer un aula al aire libre. Hicieron muebles de manera rústica y bancos donde conversar. Por su parte, el Guerrillero Heroico y Kumi (el doctor Zerquera) empezaron a darle atención médica a las masas campesinas de los alrededores.
Por aquellos días salió por el puerto de Matanzas otro grupo de internacionalistas, encabezados por el capitán Normando Agramonte. Entretanto, el Che sostuvo muchas conversaciones con combatientes congoleses, sobre todo con Kiwe, jefe de información de la base del lago. Así supo de las profundas divisiones existentes en el movimiento de liberación congolés.
En primer lugar, existían grandes contradicciones entre la dirección del Movimiento –con cierta instrucción, conocimiento del francés, distinta vestimenta– y la masa de soldados, casi todos analfabetos y con pobre conciencia política. Por otra parte, estaban los conflictos étnicos ancestrales entre los combatientes de origen congolés con los de origen ruandés, estos últimos habitantes mayoritarios en la zona.

Dos combates mal planeados
Pasaron los días. Los objetivos de la misión internacionalista no se estaban cumpliendo. El Che escribiría más tarde en su libro Pasajes de la guerra revolucionaria: Congo; “la característica del Ejército Popular de Liberación era la de ser un ejército parásito […] Un ejército de este tipo solamente podía tener justificación si, como su contrapartida enemiga, de vez en cuando luchaba […] Tampoco cumplía este requisito de no cambiar el origen de las cosas existentes, la revolución congolesa estaba irremediablemente condenada al fracaso debido a sus propias debilidades internas”.
Se dieron a la tarea de solucionar algunos de los inconvenientes de la guerrilla. Entre ellos, la carencia de entrenamiento mínimo en el manejo de un arma de fuego y la total inexperiencia combativa de los ruandeses y congoleses que la integraban. El Che propuso poner a los antillanos de instructores, fraccionados en pequeños grupos, en las distintas unidades del frente.
Medio mes más tarde citaron a los cubanos para dos acciones de importancia que se planeaba librar contra las guarniciones gubernamentales acantonadas en Front de France y Katenga. Según dijera luego el argentino-cubano, Kabila había precisado que los internacionalistas debían ponerse a las órdenes de un jefe congolés (Mundandi), “con lo cual rechazaba sutilmente una de mis proposiciones de que fueran los cubanos los que dirigieran las acciones tácticas en que participaban tropas mixtas”.
El Che envió inicialmente hacia Front de France a 26 cubanos. Posteriormente incorporó siete más. En total, incluyéndolo a él, participaron 44 internacionalistas. Lo lamentable fue que las mayores fuerzas enviadas al combate eran ruandeses y antillanos. Tal parecía que los congoleses no deseaban arriesgar a sus compatriotas.
Según testimoniaron más tarde Dreke y el propio Guevara, los dos jefes cubanos trataron de convencer a Mundandi de lo descabellado de su plan de acción. Este alegó que no podía cambiarse pues era una orden de Kabila. Luego se supo que eso no era cierto. Al menos, aceptó que los cubanos dirigiesen los principales puntos de ataque.
El combate de Front de France (30 de junio de 1965) fue un desastre total. Los ruandeses se retiraron a la desbandada: algunos permanecieron a dos kilómetros de la línea de fuego y con los primeros disparos huyeron por el monte hacia su campamento; los pocos que combatieron abandonaron las armas, parque e incluso sus muertos y heridos, que fueron recogidos por los cubanos.
El combate de Katenga tuvo también un resultado desastroso. De los 160 congoleses convocados, unos 60 desertaron. Los que permanecieron en la primera línea dispararon contra el cuartel tirando al aire, pues la mayoría de ellos cerraban los ojos al apretar el gatillo y no quitaban el dedo hasta que se agotaba el peine.
El enemigo respondió con andanadas certeras de mortero, causantes de 4 muertos y 14 heridos. Hubo una total desbandada. Armas preciosas eran arrojadas por doquier en la huida. En la desordenada fuga muchas veces el primero en correr era el comisario político.
Como resultado de este doble desastre hubo una gran desmoralización entre congoleses y ruandeses. Muchos soldados desertaron o solicitaron la baja.
El final de la misión
Pasaron los meses (julio, agosto, septiembre, octubre…). Los cubanos planearon en ese lapso una serie de emboscadas a las fuerzas gubernamentales: algunas exitosas, otras, no tanto, debido a la inexperiencia combativa de ruandeses y congoleses o al quehacer de la aviación enemiga que las saboteaba al ametrallar las posiciones guerrilleras.
Llegó noviembre. Las disensiones en la cúpula directiva del movimiento de liberación nacional congolés se profundizaron aún más. Hubo mandos superiores e intermedios que comenzaron a desear la salida de los cubanos, primer paso a fin de concluir la insurrección.
Años después Fidel resumió las causas del fracaso de aquella misión internacionalista: “Che siguió la línea de enseñar a combatir a los congoleses, pero la idea, desde luego, no era hacer la guerra en lugar de ellos, sino ayudarlos, enseñarlos a combatir. Pero el movimiento aquel era muy incipiente todavía, no tenía suficiente fuerza, suficiente unidad, y al fin los propios jefes revolucionarios de la excolonia decidieron suspender la lucha y el personal [cubano] fue retirado. Realmente aquella decisión fue correcta, no había condiciones para el desarrollo de aquella lucha en ese momento”.
El domingo 21 de noviembre de 1965 se realizó el amargo retorno de los internacionalistas. Describiría el Che: “Pasamos el lago sin problemas a pesar de la lentitud de las lanchas y llegamos en pleno día a Kigoma”. Antes de arribar a suelo tanzano, se afeitó y uno de sus compañeros lo peló. Dirigió unas palabras a la tropa cubana y se marchó junto con Martínez Tamayo, Villegas y Coello.
El Guerrillero Heroico permaneció un tiempo en Tanzania, donde escribió sobre sus vivencias en el Congo, viajó luego a Praga y retornó a Cuba con el objetivo de reunirse con el grupo de internacionalistas que iban a iniciar la lucha armada con él en Bolivia.
Víctor Dreke, de regreso a Cuba, dirigió una unidad militar destinada a preparar combatientes de países hermanos y en 1966 encabezó la misión militar cubana a Guinea-Bissau-Cabo Verde; en este país combatió junto con Amílcar Cabral. Al cabo de unos días en Dar es-Salaam, el resto de los cubanos volvió vía Moscú a La Habana. Muchos de ellos volvieron a África a cumplir otras misiones, sobre todo en Angola.
*Periodista y profesor universitario. Premio Nacional de Periodismo Histórico por la obra de la vida 2021.
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Fuentes consultadas
Los libros Pasajes de la guerra revolucionaria: Congo, de Ernesto Che Guevara; El sueño africano del Che, de William Gálvez; y De la Sierra del Escambray al Congo, de Víctor Dreke.