El trovador cubano que más piropeó a las mujeres

No se puede pensar, ni hablar, ni escribir de la trova tradicional sin referirse a Manuel Corona, quien forma parte del sostén musical y espiritual de la cultura cubana


Vamos a citarle ahora mismo nada más este fragmento del bolero cubano Yo estoy desesperado–con letra de Luis Reyes, música de Severino Ramos y cantado por Orlando Contreras:

“Desengañado /, de bares y cantinas, / de tanta hipocresía, / de tanta falsedad. / De los amigos que dicen ser amigos, / de las mujeres que mienten al besar”.

Lo escogimos porque esa letra en el conocido pentagrama del patio en una época ya lejana, pudo perfectamente haber sido hecha para evocar el desencanto y la muerte del trovador de todos los tiempos Manuel Corona, grande entre los más grandes compositores de la música popular cubana.

Murió Corona en La Habana, arrinconado de hambre y de frío, pobre, solo, triste, olvidado, ignorado, abandonado y tuberculoso el 9 de enero de 1950, hace 75 años.

El compositor Manuel Corona, uno de los grandes de la trova tradicional de la Isla, se ganó dignamente el título de “el trovador de todos los tiempos”. / Autor no identificado

La guitarra y la desolación fueron sus compañeros inseparables. En su triste bolero Verdad mundana, en 1940, el indiscutible juglar de la mujer cubana confesó con palabras de su alma: “Hoy que vivo sin nada y decaído / los amigos de ayer no me saludan, / me han llevado al recinto del olvido/ y virando la espalda me repudian”.

En carta especialmente dirigida en 1948 al periodista Guido García Inclán, quizás en esa etapa cierta especie de abanderado de la prensa nacional, le confesó en su manera honesta y honrada este lamento epistolar:

“Le hago estas líneas para expresarle mi último dolor, desengaño y sentimiento. He visto con gusto y con tristeza en el periódico El Crisol de hoy 22 de mayo, que se rinde un homenaje a los compositores musicales y se han olvidado del autor de Mercedes, Aurora, Doble inconciencia, Longina y Santa Cecilia”.

Bohemio impenitente, noctámbulo y rebelde, nos dejó una obra donde vibra parte de nuestra identidad e idiosincrasia. De los creadores prominentes entre la trova tradicional, fue en realidad el que más composiciones grabó en discos fonográficos, aunque en vida no disfrutó de la fama alcanzada después por sus números en el pentagrama cubano y caribeño.

Nació el 17 de junio de 1880, cerca de los peces, respirando la serena fragancia del mar de Caibarién, denominada La Villa Blanca, hijo de Teodora y de Juan, este apenas mencionado mambí de la zona de Cienfuegos.

De adolescente entró como aprendiz en la fábrica de tabaco La Eminencia, cuyo supervisor le enseñó los primeros acordes de la guitarra que se había comprado con los ahorros de aquel trabajo.

Llegó a La Habana con 15 años en 1895. Abandonó su oficio de tabaquero y sin pena por su temprana adolescencia, se aniquiló físicamente en un vagar de madrugadas heridas de luna, con la guitarra a cuestas, cantando corazonadas en tiempo de bolero en el café Vista Alegre cuando su mirada interior no tenía nada de alegría.

La luz de su sencillez se encendió enseguida en aquella misión musical abrazada apasionadamente; viajó a Santiago de Cuba, allí conoció a José Pepe Sánchez, quien oyó sus canciones y le aseguró en seis premonitorios vocablos: “Vas a tener una gloria infalible”.

Manuel no solo compuso exitosos y sinceros boleros. También cultivó otros géneros musicales de la identidad cubana: guarachas, guarachas-son, habaneras, criollas, danzones, y hasta algunos tangos competidores en tristezas y sinsabores con los creados por los argentinos.

Entre sus números más movidos y no menos bailables, figuraron El servicio obligatorio, La Choricera, Cómo está Lola y, sobre todo, aquel donde le pedía al chofer de pie contento: Acelera, Ñico, acelera.

Su muerte solitaria

El también llamado trovador de todos los tiempos, falleció en el desvencijado cuartico del apenas visitado cabaretucho El Jaruquito, en la Playa de Marianao, donde residió sus últimos días gracias a José y Leopoldina, sus propietarios.

El guitarrista Agustín Ribot, en unión de los conductores de la ruta 32, se ocuparon del cadáver de Corona. Hicieron una colecta y lo velaron en la funeraria San José.

Después lo trasladaron a la Asociación de Trovadores y su entierro fue realizado en la tarde del 10 de enero. La despedida de duelo la hizo el notable músico Gonzalo Roig.

Sus restos se velaron de nuevo y se despidieron en la capital cubana el 14 de septiembre de 1968; y el 15 otra vez en la Academia de Música de Caibarién, por gestiones de pobladores de esa ciudad como el promotor cultural Armando Rosado (Machina).

Su bolero Doble inconciencia, compuesto en 1900, se incluyó en la película mexicana La bien pagada, con el título de Falsaria y sin el crédito de Corona, aunque en 1978 el violinista Rafael Lay y el guitarrista Carlos Puebla, –ambos compositores– en visita a México, aclararon públicamente tal inconcebible omisión.

Servando Díaz, director del trío que llevaba ese nombre y presidente de la Asociación de Trovadores Cubanos, dijo que Manuel Corona y Sindo Garay eran para Cuba y en particular, para la Asociación, dos banderas inmortales.

A la mujer en sus canciones

Santiago es Santiago también por la histórica trova tradicional de Manuel Corona y los otros inolvidables fundadores, que vibran en las nuevas guitarras de la Cuidad Heroica. / Archivo de BOHEMIA

Se le considera el más apasionado juglar de la mujer cubana y por él se hicieron famosas algunas de sus canciones desconocidas hasta entonces, a partir de Doble inconciencia, Mercedes, Aurora, Longina, Una mirada, Adriana, Tu alma y la mía, A Rosa, Edelmira, Alejandra, Eva moderna, Cubana hermosa, Isabel, Santa María, Amelia, Rosa negra y muchas  otras.

Doble inconciencia, dedicada a Leovigilda Ramírez, obrera despalilladora, la llevaron María Teresa Vera y Lorenzo Hierrezuelo a México, entre 1918 y 1920, y la cantaron en los cabarets Los Tulipanes y Motembo. Ella y Rafael Zequeira fueron los principales difusores de su emocionante música.

Alcanzó tal popularidad aquel bolero Doble inconciencia, que el célebre torero español Manuel Rodríguez Sánchez –Manolete– quiso conocer personalmente a su autor.

Contestador romántico

Ni se casó Corona, ni tuvo hijos; sin embargo, se convirtió en el hombre solitario ensamblador de muchos corazones con sus letras y melodías románticas dedicadas a muchas mujeres a quienes brindó una amistad sincera.

Se ganó la condición de mejor contestador romántico, al concebir números musicales como contestaciones de rivalidad cordial y admiración a otras canciones de diferentes amigos compositores.

Entre ellas, alcanzaron celebridad Gela amada, en respuesta a Gela hermosa, de Rosendo Ruiz; Animada a Timidez, de Patricio Ballagas; Rayos de plata a Rayos de oro, de Sindo Garay; Ausencia sin olvido a Ausencia, de Jaime Prats; y Tú y yo en respuesta a El Sendero, de Oscar Hernández.

El 12 de septiembre de 1943, en el Bolero Acróstico para el Indio Juan Beltrán, se autocalificó así: Yo soy un trovador triste y sombrío /nacido para el arte pasional… / Dios me ha dado esta trova, amigo mío…/ la trova de un bohemio nacional.

Murió solo el forjador de belleza

“El gran autor de la famosa Longina necesita para atender a su curación 20 gramos de estreptomicina que no ha podido conseguir, pese a la gestión que realizan sus amigos y los propios trovadores”, se anunciaba en un periódico de la época.

Recibía entonces solo dos o tres pesos mensuales por derecho de autor y lo que más le angustiaba era no poder ayudar a su mamá, entonces con 94 años.

“Ella espera que le lleve algo –confesó el compositor– pero se tiene que conformar con un beso, lo único a mi alcance, ni siquiera puedo darle mi esperanza perdida”.

En entrevista del 6 de junio de 1949, para el periódico Pueblo, Baldomero Álvarez Ríos habló de la tragedia de los músicos cubanos bajo el título: En la miseria el compositor Corona, fecundo autor musical,y alertaba:

“Llora su desesperante situación económica y su salud quebrantada. No es para menos con cerca de 70 años de edad, una lesión pulmonar bastante avanzada, sin hogar, con sus ropas raídas y pobres, sintiendo las garras de una sociedad negándole las espaldas, y con el recuerdo a cuestas de tantas glorias idas, aguijoneándole la mente y el corazón”.

Aquel ingenuo y sencillo forjador de belleza, perseguido por el hambre, supo ver lo bello entre tanto espanto e hizo de las palabras un refugio, con la misma orfebrería del sufrimiento humano esgrimido contra una época en que el arte y la cultura eran casi nada.

Cuando se terminaba el año 1940 y comenzaba 1941 se encontraba enfermo de tuberculosis e ingresado en la Sala A-2 del Hospital Lebredo del entonces habanero Sanatorio La Esperanza; entonces, en una hoja impresa, aparecieron cuatro décimas suyas desesperadas en las que pedía ayuda económica. Una de las espinelas expresaba:

“Esta es la oportunidad / que aprovecha el pobre bardo / en pedirle el Aguinaldo / como obra de caridad. / Hoy recurro a su bondad / desde mi lecho doloso / donde estoy tuberculoso / pidiéndole a Dios piedad, / y confío con lealtad / que usted será bondadoso…/.

El destacado musicólogo e investigador Ángel Vázquez Miyares dijo de Corona: “Cantó mucho y bien, con una maestría e inspiración genuina y sana. Cuando se habla de él, no se sabe exactamente dónde termina la mujer motivo de inspiración, y empieza la guitarra”.

Puede afirmarse sin temor a la exageración o al equívoco que el trovador Manuel Corona fue tal vez el compositor que más piropos respetuosos e inefables dijo en sus canciones a la exquisita belleza de las féminas del patio.  


Fuente consultada:

Versión reducida del artículo El juglar de la mujer cubana, del autor de este trabajo, Juventud Rebelde, a inicios de 2000.

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