El lenguaje es un campo de batalla en la geopolítica moderna. La propuesta del magnate de cambiar el nombre de una cuenca oceánica es un ejemplo claro de imperialismo lingüístico
La persistente estrategia de Donald Trump, vista como un intento de reafirmar la influencia global de Estados Unidos, también se refleja en el uso del lenguaje. Esta imposición indica que el dominio, tanto a nivel nacional como internacional, conlleva el uso de palabras que buscan proyectar una imagen de poder y autoridad mundial.
Un ejemplo notable de esta actitud fue la propuesta de renombrar el golfo de México como Golfo de América, bajo el argumento de que este nuevo apelativo era «hermoso y apropiado». La afirmación, cargada de una arrogante ignorancia, sugiere que el espacio geográfico, por decreto, pertenece únicamente a Estados Unidos, desestimando las aguas territoriales de México y Cuba.
La cuenca oceánica mencionada, que cuenta con aproximadamente 300 millones de años, abarca una superficie de un millón y medio de kilómetros cuadrados. Sus aguas albergan una rica diversidad marina, sus puertos son fundamentales para el comercio global y también contienen importantes yacimientos de petróleo.

Desde tiempos antiguos, las regiones cercanas al golfo fueron habitadas por diversas civilizaciones originarias mucho antes de la llegada de los europeos. Entre estas culturas se encontraban los mayas, toltecas, olmecas y aztecas, quienes otorgaron diferentes nombres a esta vasta extensión marítima. Por ejemplo, los mayas la conocían como Yóok’kʼáab (“gran extensión de agua”) o Chactemal (“lugar rojo”).
Después de la conquista española y del sometimiento de los aztecas, la cuenca adoptó el nombre de golfo de México, derivado del término “mexica”, una adaptación al español de origen náhuatl. La denominación es un legado del colonialismo español, que impuso no solo su dominio político, sino también lingüístico.
La imposición de nombres por parte de Donald Trump, un multimillonario que parece tener escaso conocimiento sobre geografía e historia, es una práctica común en su vida capitalista. En Estados Unidos se ha procedido a obedecerlo. Microsoft cambió el nombre en sus mapas de Bing, mientras que Google decidió que en su aplicación Google Maps reflejara la nueva denominación para esa área.
El cambio no es solo una cuestión nominal; tiene un profundo significado y revela cómo Washington actúa a su antojo, presentando su historia como la de los triunfadores al estilo hollywoodense, que es también el estilo del magnate.
Este asunto va más allá de modificar el nombre de una masa de agua; refleja una burda xenofobia fundamentada en la supuesta grandeza de Estados Unidos. Un país que se considera el centro del mundo y que, mediante una política imperialista, asume el derecho de hacer y deshacer a su conveniencia. Esto también se manifiesta con la imposición de su propia toponimia. Donald Trump busca recuperar una identidad estadounidense que considera perdida, recurriendo a la negación histórica y cultural, y considera que su marca expresa el poderío.
2 comentarios
Todo imperio decide sobre el orbe. Siempre ha sido, es y será así.
México es la Madre de América mucho antes de la inminente llegada de Colón ya existían los Aztecas y Mayas eran reyes.