Gómez tras el sueño de Céspedes y Agramonte

En enero de 1875 el dominicano cruza la Trocha de Júcaro a Morón y penetra en Las Villas, paso imprescindible para su proyectada invasión a Occidente   

Por. / PEDRO ANTONIO GARCÍA*


A pesar de los denodados esfuerzos del Ejército español, ya a inicios de 1875 el general Máximo Gómez campeaba por Las Villas y amenazaba con llevar la guerra al oeste cubano, hasta entonces un territorio donde no había podido prender la llama independentista. Pero para consolidar la insurrección en el centro de Cuba, el dominicano necesitaba allí una sólida base de operaciones que le asegurara la logística, apoyo y avituallamiento necesario para la realización de grandes operaciones militares.

El primer objetivo de los mambises en la invasión  a Las Villas fue el ataque y toma  de San Antonio de El Jíbaro, el más importante depósito de armas y municiones de las fuerzas españolas en la zona. / AUTOR NO IDENTIFICADO

Su primer objetivo sería el ataque al poblado y el fuerte de San Antonio de El Jíbaro, el más importante depósito de armas y municiones de las fuerzas españolas en la zona, ubicado a unos 38 kilómetros al suroeste de la ciudad de Sancti Spíritus. Al amanecer del 18 de enero de 1875, se inició el asalto mambí, que con una acción combinada de infantería y caballería, se ocuparon las trincheras enemigas.

La iglesia del lugar, devenida fortaleza, tardó más en caer, al igual que el último reducto de resistencia, una casa de piedra aledaña al templo. En el parte de guerra Gómez consignaría como resultado de este combate la obtención de 153 rifles, 40 mil tiros, 120 caballos, 200 machetes; “un espléndido botín“, como le calificara. A la agrupación mambisa se le unieron 30 campesinos. La localidad fue incendiada luego que los mambises se abastecieron de todo lo necesario.

Este ataque posibilitó la creación de un depósito de armas y municiones en Las Tusas, como reserva para la proyectada invasión a la zona occidental de Las Villas. En su Diario de Campaña (26 de enero de 1875) Gómez describió sus intenciones para los días venideros: “Voy por el norte de Sancti Spíritus. Es mi plan recorrer la mayor parte del territorio […] con el objeto de recoger caballos y, con la presencia de nuestras fuerzas, levantar en lo posible el espíritu revolucionario en esta parte, así como ver la manera de cómo introduzco algunas fuerzas en las otras Villas […]

Fue el dominicano Máximo Gómez quien retomo la bandera de la invasión a Occidente. / AUTOR NO IDENTIFICADO

“No entran en mis planes presentar combates formales […] No tenemos todavía ciertas zonas que ofrezcan seguridad y garantía. Además, creo conveniente formar una sólida base de operaciones de Sancti Spíritus que sirva para apoyar las invasiones a las otras Villas”.  

En acciones posteriores a la toma de San Antonio de El Jíbaro se obtuvieron 500 armas de largo alcance, 100 mil cartuchos, 200 machetes y varios cientos de caballos. Gracias a estas actividades militares en la región espirituana el Generalísimo pudo establecer una sólida base de operaciones, construir hospitales y campamentos permanentes, fundar prefecturas y postas de correo, y terminar de organizar el servicio civil.

Todo esto permitió la creación de las condiciones necesarias para continuar el avance a Occidente y el desarrollo de combates que desgastaron y desconcentraron a las fuerzas enemigas.

Un viejo sueño mambí

La invasión a Occidente siempre fue una obsesión para     las mentes más preclaras del mambisado. La incorporación de esa región a la contienda libertadora era de suma importancia estratégica pues no solo golpeaba a España, de donde se extraían los recursos para financiar la guerra contra los cubanos, sino que la obligaba además a ubicar efectivos en toda la geografía nacional.

El mismo día del pronunciamiento separatista en el ingenio Demajagua, Carlos Manuel de Céspedes convocaba a sus partidarios a apagar la sed de sus corceles en las riberas del río Almendares. En marzo de 1870, el Mayor general Federico Fernández Cavada envió un contingente bien armado de unos 150 hombres, comandado por el habanero Luis de la Maza, para levantar el oeste cubano. Lamentablemente todo terminó en un fracaso y murieron casi todos los integrantes del destacamento, incluyendo su jefe.

Un duro golpe recibió la tropa insurrecta cuando el 2 de agosto de 1876 cayó en combate al general Henry Reeve. / AUTOR NO IDENTIFICADO

Ignacio Agramonte, por su parte, en enero de 1873 solicitó recursos a la Cámara de representantes insurrecta para incorporar el Occidente a la guerra de liberación nacional. Si bien no abundaban las armas y municiones en el campo mambí, también faltaba la voluntad política en unos individuos más interesados en deponer al Presidente Céspedes que en asestar un golpe demoledor al colonialismo español.   

Tras la caída en combate del Mayor en el potrero de   Jimaguayú y la muerte del Padre de la Patria en la alevosa emboscada de San Lorenzo, fue el dominicano Máximo Gómez quien retomo la bandera de la invasión a Occidente. El 6 de enero de 1875 cruzó la Trocha de Júcaro a Morón y ya en suelo villareño reestructuró las fuerzas cubanas en dos brigadas dirigidas por los generales Julio Sanguily y José González Guerra, con las que puso en pie de guerra al territorio villareño desde la Trocha hasta la Ciénaga de Zapata y el municipio matancero de Colón.    

La tropa independentista cosechó éxito tras éxito. El incendio de los ingenios de esta provincia y la destrucción de propiedades que le aportaban recursos a España, para financiar la guerra contra los cubanos, puso en jaque a la corona madrileña. Pero Gómez necesitaba los refuerzos procedentes del oriente que el gobierno mambí le había prometido. En ese mismo momento afloraron en el campo insurrecto las indisciplinas motivadas por un insensato regionalismo.      

Ante el estallido de la llamada Sedición de Lagunas de Varona (mayo de 1875), Gómez tuvo que apartarse de la que era su misión principal en la guerra para mediar entre los amotinados y la Cámara de Representantes. La crisis se solucionó, pero el refuerzo prometido nunca se envió a Las Villas lo que debilitó la campaña mambisa en esa provincia. Entonces el germen del regionalismo comenzó a extenderse.    

El 1º de octubre de 1876 Gómez entregó el mando al mayor general Carlos Roloff, a solicitud de la mayoría de los oficiales y soldados de la región. / AUTOR NO IDENTIFICADO

Afloraron las fricciones entre los oficiales orientales y los jefes de Las Villas, que se negaban a ser dirigidos por quienes no fueran naturales de su territorio. A pesar de los esfuerzos de Gómez por restablecer la disciplina y reorganizar las fuerzas en la región central, el desorden crecía.

Un duro golpe recibió la tropa insurrecta cuando el 2 de agosto de 1876, cayó en el combate de Yaguaramas el general Henry Reeve, jefe de la brigada de Cienfuegos, extrema vanguardia invasora en la zona de mayor peligro y cuya misión era crear una sólida base de partida para asegurar la posterior invasión a Matanzas y La Habana. Y el 1º de octubre de 1876 el dominicano se vio obligado a entregar el mando al mayor general Carlos Roloff, a solicitud de la mayoría de los oficiales y soldados de la región.

De esta forma se sentenció a muerte el proyecto de Gómez de Invasión a Occidente en 1876. No sería hasta poco menos de 20 años más tarde que Gómez, con la ayuda de Antonio Maceo, pudo lograr el viejo sueño mambí. En enero de 1896 el contingente invasor, que había partido 92 días antes de Mangos de Baraguá, logró llegar a Mantua y consolidar la insurrección en el extremo oeste del país. Esa vez, tal como lo había imaginado Céspedes, los corceles del Ejercito Libertador abrevaron en las aguas del Almendares.

  • Periodista y profesor universitario. Premio Nacional de Periodismo Histórico por la obra de la vida 2021

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Fuentes consultadas

Los libros La forja de una nación, de Rolando Rodríguez, y Mayor general Máximo Gómez Báez, sus camppañas militares, de un colectivo de autores. El Diccionario Enciclopédico de Historia militar de Cuba.

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