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Juan Gualberto Gómez, caballo enjaezado, fusta en ristre

Hizo del oficio periodístico un arma eficaz de lucha con una prosa que se distinguía por la claridad del lenguaje, habilidad en la exposición, serenidad en la polémica, audacia en la idea, vigor en el estilo y cortesía para con el adversario

Por. / Pedro Antonio García*


Para José Martí, “la prensa debe ser el examen y la censura, nunca el odio ni la ira que no dejan espacio a la libre emisión de las ideas”. Consideraba que no debía “informar ligera y frívolamente sobre los hechos que acaecen, o censurarlos con mayor suma de afecto o de adhesión”, ni podía ser “mero vehículo de noticias, ni mera sierva de intereses, ni mero desahogo de la exuberante y hojosa imaginación”.

Restos de la estructura de piedra de su casa natal, en Vellocino, Matanzas. / Autor no identificado

Adelantándose a nuestra época, tomaba partido en temas muy recurrentes hoy: “que un periódico sea literario no depende de que se vierta en él mucha literatura, sino que se escriba literariamente todo. El periódico debe estar siempre como los correos antiguos, con el caballo enjaezado, la fusta en la mano, y la espuela en el tacón […], debe, extractando libros, facilitar su lectura a los pobres de tiempo. O de voluntad o de dinero. Hacer asistir a los teatros, como sentados en cómoda butaca que este efecto hace una alineada y juiciosa revista, a los pobres y a los perezosos. Debe desobedecer los apetitos del bien personal, y atender imparcialmente al bien público”.

Releyendo esas palabras, nos viene a la mente Juan Gualberto Gómez, quien hizo a lo largo de su vida de esta profesión un arma eficaz de lucha con una prosa que se distinguía por la claridad del lenguaje, habilidad en la exposición, serenidad en la polémica, audacia en la idea, vigor en el estilo y cortesía para con el adversario. Aunque, como coinciden sus principales biógrafos, manejaba lo mismo el ataque incisivo y demoledor que el sarcasmo hiriente y mordaz

El joven liberto

De padres esclavos, Juan Gualberto Gómez (Ingenio Bellocino, Sabana del Comendador, Matanzas, 12 de julio de 1854-La Habana, 5 de marzo de 1933), nació libre. Sus progenitores, pertenecientes a la dotación de la hacienda, pudieron pagar su emancipación y matricularlo en un colegio de libertos. Su inteligencia y sed de conocimientos despertó la admiración incluso de la dueña de la fábrica de azúcar, quien sufragó buena parte de sus estudios en La Habana y en París. Al disminuir los recursos que le llegaban de Cuba, tuvo que vivir de su trabajo personal en la capital francesa.

En los días de la neocolonia, cuando devino conciencia del pueblo. / Autor no identificado

Sabemos por su autobiografía que fue empleado en tiendas de comercio, traductor, corrector de prensa, auxiliar de corresponsales y reportero no acreditado en diarios franceses, belgas y suizos. Algunas fuentes aseguran que se empleó como tenedor de libros en una empresa. Debió tener buenos ingresos porque, según sus compatriotas radicados también en París, vestía impecablemente.

El Diario de la Marina, en su edición del 12 de agosto de 1876, consignó su llegada a La Habana a bordo del vapor francés Ville de Bordeaux dos días antes. Una certificación del investigador de vigilancia de un distrito habanero, expedida en septiembre de ese año, nos informa que el matancero, “soltero, de 22 años”, residía desde el 10 de agosto en Belascoaín número 20, residencia de Manuel Montes de Oca, propietario del ingenio Vellocino.

El 29 de septiembre, Juan Gualberto solicitó un permiso para abrir una escuela y enseñar francés. Su antiguo maestro Antonio Medina avaló su estancia en Francia y sus conocimientos del idioma europeo; sin embargo las autoridades colonialistas le denegaron el permiso.

La Paz del Zanjón lo sorprendió en México, donde ya había entablado amistad con el reformista y abolicionista Nicolás Azcárate. En un documento localizado en el Archivo Nacional por el historiador Raúl Rodríguez La O el hijo de esclavos expresaba: “Volví loco, contrariado, doliéndome mucho el fracaso de la heroica Protesta de Baraguá, tan briosa y dignamente encabezada por el gran Antonio Maceo”.

Periodista de profesión

De vuelta a La Habana, impartió clases en el colegio de Antonio Medina, colaboró asiduamente con el diario La Discusión, de Adolfo Márquez Sterling, y fundó el periódico La Fraternidad, al que convirtió en órgano de lucha contra la discriminación racial y por las reivindicaciones fundamentales de los cubanos negros y mulatos.

En el bufete de Nicolás Azcárate conoció a José Martí. Nació entre los dos una amistad muy estrecha. El hijo de españoles pobres y el descendiente de esclavos se involucraron en la conspiración de lo que hoy conocemos como la Guerra Chiquita. Ambos fueron deportados a España por sus actividades revolucionarias.

Foto tomada al prócer matancero en 1880. / Autor no identificado

Gracias a gestiones de su amigo Rafael María de Labra, a Juan Gualberto le sustituyeron la condena a prisión en Ceuta por la del destierro. Ya en Madrid, el propio De Labra comenzó a publicarle artículos en El Abolicionista y en La Tribuna. Otros rotativos, ya mencionados anteriormente, le solicitaron colaboraciones.

En 1890, de regreso a La Habana, sacó nuevamente a la calle su periódico de antaño La Fraternidad y continuó la lucha por la igualdad de derechos entre todos los cubanos. Disfrazado de un supuesto “pacifismo”, lo hizo también vocero de las ideas independentistas. Cuando esta publicación dejó de circular por problemas económicos, fundó La igualdad, con una frecuencia menor, dos veces por semana, pero igual política editorial. Los lectores se deleitaban al ver cómo Juan Gualberto eludía la censura y atacaba el colonialismo español ante las narices de las autoridades.

Era un apasionado de la cubanía y la unidad entre todos sus compatriotas. En su célebre trabajo “¿Por qué somos separatistas?”, publicado en La Fraternidad el 23 de septiembre de 1890, demostró el antagonismo entre Cuba y España, y por qué para la primera era necesaria la independencia.

Fue incluso más allá al afirmar que los cubanos eran “un pueblo americano. La influencia del medio ha ido operando insensible, pero seguramente sobre las razas que lo habitan; de tal forma que ni el hijo del peninsular es español, ni el hijo del negro es africano”.

Con la fundación del Partido Revolucionario Cubano por el Apóstol, se convirtió de hecho en el representante en Cuba del Delegado Martí. Como el Apóstol, consideraba que el periodista tiene mucho de soldado y se fue a la manigua el 24 de febrero de 1895 para encabezar el frustrado levantamiento de Ibarra, en Matanzas. Aprehendido por los españoles, sufrió un nuevo destierro a la península. No retornó a Cuba hasta 1898, con el cese de la dominación española.

Conciencia del pueblo

Modesta casa en la carretera de Managua donde falleció. / Autor no identificado

La culminación de la dominación española no significó para el prócer matancero el fin de la lucha por la independencia. Ahora tenía que enfrentar un enemigo más taimado y poderoso: el imperialismo estadounidense. En medio de la Asamblea Constituyente de 1901, su voz se alzó para condenar la Enmienda Platt. Pero no fue oída y una mayoría simple aceptó el injerencista apéndice constitucional.

No cejó nunca en su lucha contra esa afrenta a la soberanía nacional. Devino conciencia del pueblo, al decir del historiador Sergio Aguirre. Cuando en el rotativo La Discusión le pidieron que amainara en sus ataques contra la Enmienda, abandonó el diario. Siguió ejerciendo el periodismo en diversas publicaciones. Fue colaborador asiduo de nuestra revista. Crítico severo contra generales y doctores, su prédica contribuyó al desarrollo de un pensamiento antimperialista en el país, cuando ya Martí no existía y su ideario era silenciado.

Septuagenario, se opuso decididamente al régimen dictatorial de Gerardo Machado. El tirano quiso comprarlo en 1929 con un discurso empalagoso y una Cruz al Mérito, mas, al recibirla, el periodista matancero fue explícito: “No tengo esta noche ideas distintas a las que tenía ayer y el general Machado ni un solo instante ha creído que yo habría de cambiar mi cerebro, ni habría de variar mis sentimientos”. Y en el teatro se escuchó una cerrada y prolongada ovación, cuando expresó: “El Juan Gualberto con Cruz es el mismo Juan Gualberto sin Cruz”.

*Periodista y profesor universitario. Premio Nacional de Periodismo Histórico por la obra de la vida 2021.

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Fuentes consultadas

Los libros Por Cuba libre, de Juan Gualberto Gómez; José Martí, Obras Completas; Un gran olvidado, Juan Gualberto Gómez, de Sergio Aguirre; Cuba en mi corazón, de Raúl Rodríguez La O; y Juan Gualberto Gómez, el gran inconforme, de Leopoldo Horrego Estuch.

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