Marx, un Capital de amor por su Jenny

Ninguna fecha más propicia que hoy, Día del Amor y de la Amistad, para traer a la superficie fragmentos de la carta escrita por aquel hombre, capaz de amar tan profunda y genialmente como su obra toda


Quizás muchos imaginen que del pensamiento y la pluma de Carlos Marx solo brotó aquella genial montaña de ideas filosóficas en torno a la sociedad, la economía, la política, el mundo, el futuro de la humanidad…

Apuntes como los que conforman la carta que le dirigió el 21 de junio de 1856 a su amada esposa Johanna Bertha Julie von Westphalen, “Jenny» (12/2/1814 – 2/11/1881), revelan la extraordinaria sensibilidad humana de un hombre capaz de amar con la misma intensidad entregada cada segundo de su existencia a obras como El Capital.

Las dos primeras palabras de aquella misiva (Querida mía) no dejan la menor duda acerca de una de esas pasiones tan bellas que pueden llegar hasta el “dulce dolor”.

De inicio, afirmó: “De nuevo te escribo porque me encuentro solo y porque me apena siempre tener que charlar contigo sin que lo sepas ni me oigas, ni puedas contestarme. Por más malo que sea tu retrato, me sirve perfectamente y, ahora, comprendo por qué…

“… ninguna de esas oscuras imágenes de madonna ha sido tan besada, ninguna ha sido mirada con tanta veneración y enternecimiento, ni adorada tanto como esta foto tuya”.

Solo un hombre enamorado hasta la médula de su interior y hasta la cima del tiempo, puede expresarse así mientras observa (disfruta, sufre) la imagen de la mujer que ama: “…representa tu hermoso, encantador y dulce rostro, que parece haber sido creado para los besos. Yo perfecciono lo que estamparon mal los rayos del sol y llego a la conclusión de que mi vista, por muy descuidada que esté por la luz del quinqué y el humo del tabaco, es capaz de representar imágenes no solo en sueños, sino también en la realidad”.

Indiscutiblemente, es amor a prueba de lo adverso en quien medita así: “La separación temporal es útil ya que la comunicación constante origina la apariencia de monotonía que lima la diferencia entre las cosas”.

Por eso, más adelante, -tras afirmar que determinados hábitos rutinarios, devenidos incluso pasión, pueden dejar de existir tan pronto desaparece del campo visual su objeto directo- Marx escribirá: “Las pasiones profundas, que como resultado de la cercanía de su objetivo se convierten en hábitos consuetudinarios, crecen y recuperan su vigor bajo el mágico influjo de la ausencia”.

Y, desbocado como un adolescente, agregará: “Así es mi amor. Al punto que nos separa el espacio, me convenzo de que el tiempo le sirve a mi amor tan solo para lo que el sol y la lluvia le sirven a la planta: para que crezca. Mi amor por ti, cuando te encuentras lejos de mí, se presenta tal y como es en realidad: como un gigante; en él se concentra toda mi energía espiritual y todo el vigor de mis sentimientos.

“Adiós, querida mía, te mando a ti y a nuestras hijas miles y miles de besos.

Tu Carlos.

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