Foto. / Raúl Corrales. / Cortesía de Norma Corral
Foto. / Raúl Corrales. / Cortesía de Norma Corral

Nochebuena de la libertad

Han transcurrido 65 años desde la cena del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz con un grupo de guajiros en la Ciénaga de Zapata


El fin del año 1959 está próximo y en Soplillar, una cooperativa de carboneros, en el mayor humedal del Caribe, las familias se aprestan a celebrar su primera Nochebuena en Revolución. El enclave está situado a tres kilómetros de Bahía de Cochinos y a cinco de Playa Larga, al sur de la provincia de Matanzas. Un entorno de abundantes bosques, extensiones con herbazales y una fauna muy diversa; lagunas y pequeños ríos conforman uno de los mayores reservorios de agua dulce del país.

Para los habitantes del caserío, marcados por el duro trabajo, se reserva una sorpresa más allá de cualquier espectativa. El 24 de diciembre, Fidel decide cenar con ellos en la casa de Rogelio García y su esposa Pilar Montano, en compañía de la numerosa familia y otros vecinos del entorno. Desde temprano, los campesinos acudieron a la Tienda del Pueblo, –nuevas conquistas populares ya diseminados en el país. En esta oportunidad sus mesas estarán adornadas con productos de procedencia nacional y no faltará el criollo lechón asado en púa sobre el carbón, producto de su labor.

Un gesto del líder guerrillero, nadie es olvidado. Qué orgullo recibir en sus modestas viviendas al primer ministro de Cuba. Viajaban junto a él, entre otros, Celia Sánchez Manduley, Antonio Núñez Jimenez y Pedro Miret Prieto.

Ese día, luego de su salida desde La Habana, Fidel y quienes lo acompañan llegan a la Laguna del Tesoro. Son de interés las instalaciones turísticas del lugar en auge de costrucción. Destacan los caneyes sobre pilotes encima del agua, hasta recrear toda una aldea taína, con representación en esculturas de los aborígenes a tamaño natural, ocupados en las labores cotidianas. Es la creación de la destacada escultora Rita Longa.

Realizan un recorrido en una lancha de motor. Luego del intercambio con los arquitectos y otros maestros de obras, abordaron un helicóptero en pleno anochecer. Nos narra Núñez Jiménez:

“[…] las luces de dos faroles indican a Fidel el punto de aterrizaje. La nave aérea enciende el reflector que lanza un haz de luz hacia tierra. Más de una docena de niños con sus padres salen a recibirlos. Son las familias de Carlos y Rogelio quienes han visto cómo una estrella baja del oscuro cielo en su Nochebuena. Están muy lejos de suponerlo: en ella llega el Jefe del Gobierno de la República a cenar con ellos. En el patio del bohío el helicóptero se posa como un ave nocturna”.

La noche de la ciénaga acoge voces y guitarras por Fidel y la Revolución. / Foto. Raúl Corrales. / Cortesía de Norma Corral

El sol de Fidel Castro

Se sientan debajo de un árbol –un soplillo, especie que da nombre a la localidad- les entrega su brisa invernal, mientras una gama de verdes inunda su copa con la iluminación de los faroles. Hay olor a lechón en el ambiente y se palpa la alegría de los campesinos. Mientras, arpegios de guitarras conquistan el silencio de la noche, apoyados por los acordes de una cuchara sobre una botella. Así acompañan a los improvisadores populares en sus tonadas patrióticas. Son cuartetas de agradecimiento al principal protagonista de un presente digno y a la nobleza de la Revolución; les regala una Reforma Agraria junto a otras leyes revolucionarias: Con tu valor sin igual / gracias, Fidel Comandante / tú fuiste quien nos libraste / de aquel látigo infernal

Se regó como pólvora: “el invicto guerrillero de la Sierra los visita para compartir la celebración”. Uno de ellos, José Caballero, saluda a los que visten el honroso uniforme verde olivo: “Qué diferencia, hace un año los amarillos vinieron a llevarme la lechona y me mataron a un sobrino que todavía nadie sabe dónde lo enterraron. Señores, ¡esto vuelve a nacer!”.

Fidel se nota muy alegre mientras comparte a gusto con los humildes campesinos asombrados ante la grata sorpresa. Un carbonero llamado Alipio refiere: “Fidel goza en el monte como el venado”. En uno de aquellos momentos se encamina hacia el lechón y degusta un trocito del asado, refulgen las sonrisas de los niños con quienes también conversa y les pregunta cómo marchan los estudios. Quiere observar sus libretas. Algunos con pesadumbre y la cabeza baja, le expresan la no siempre asistencia a las aulas, carecen de zapatos. El Comandante los escucha con mucha atención; le expresa a la madre de uno de ellos: “A partir de ahora van a tener zapatos los muchachos, van a ir a la escuela y al lugar entrarán los ómnibus y se construirán caminos”.

Siguieron intercambiando sobre las penurias sufridas antes de la Revolución. Se morían muchos enfermos y embarazadas; no tenían la posibilidad de trasladarlos a un hospital o algún centro médico; faltaban las vías de comunicación. A ello se unían los bajos ingresos al comercializar el carbón después de utilizar varias horas en su largo proceso. Pero una nueva época les traía el resplandor de enero.

Se le acerca un viejo vecino de Soplillar y con marcada emoción le expresa: “Cuando ustedes luchaban en las montañas, para serles franco, no creía que esta Revolución iba a ser tan pura. ¡Eran tantas las decepciones del pasado! Yo conozco como nadie la ciénaga y ahorita no se va a conocer. En Soplillar ya hay ciento cuarenta y ocho cooperativas, en Buenaventura ciento noventa y en Pálpite pasan de ochenta. Y a eso súmele las carreteras, las playas, las Tiendas del Pueblo”.

Los guajiros, en su humilde hogar, sienten el orgullo de que el Jefe de la Revolución comparta con ellos la Nochebuena. / Foto. Raúl Corrales. / Cortesía de Norma Corral

Una cena de igual a igual

Las  manecillas del reloj casi van a anunciar la media noche. Se sientan junto a la mesa: situaron el lechón asado y, en distintas fuentes, el arroz blanco, yuca, ensalada de rábanos y lechuga, y el vino tinto de frutas nacionales; no faltan la sal y el limón . Un incalculable regocijo se adueña de todos. El Comandante rebelde, el líder indiscutible, está cenando con ellos de igual a igual en un modesto bohío.

En la comarca reside la niña campesina Nemesia Rodríguez Montano; inspiró al poeta cubano Jesús Orta Ruíz, el Indio Naborí, a crear la Elegía de los zapaticos blancos, cuando unos 16 meses más tarde, con 13 años, al iniciarse el ataque a Playa Girón, murió la mamá de la pequeña a causa de los bombardeos, resultaron heridos sus hermanitos y su abuela quedó inválida. Vio cómo la criminal metralla perforaba sus primeros zapaticos blancos. El bardo, mientras describe las penurias de la pequeña, refiere cómo se iban perfilando los sueños de los barbudos de la Sierra Maestra: Era la Revolución / era el sol de Fidel Castro / era el camino triunfante / sobre el infierno de fango. / Eran las cooperativas / del carbón y del pescado

El intercambio junto a una mesa guajira y muy criolla, hace 65 años, se grabó en cada habitante de la ciénaga y trasmitido a las siguientes generaciones. Hoy en Soplillar florece la vida. Fidel sigue palpitando en sus corazones; los guía y anima en la eternidad del tiempo.

Fidel dialoga con los niños y en ellos se desborda la alegría. / Foto. Raúl Corrales. / Cortesía de Norma Corral

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Fuentes consultadas

El libro En marcha con Fidel 1959, de Antonio Núñez Jiménez y Elegía de los zapaticos blancos, de Jesús Orta Ruíz, el Indio Naborí.

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