Paulina Álvarez: La icónica figura del Danzonete

La Emperatriz del género sigue siendo recordada por su extraordinario talento y su legado a la música cubana


Paulina Álvarez, conocida como la Emperatriz del Danzonete nació el 29 de junio de 1912 en la ciudad de Cienfuegos. Su impresionante voz y talento le valieron el sobrenombre, otorgado por Rafael Ruiz del Viso, locutor, actor y animador cubano.

Desde muy joven destacó por su habilidad para interpretar no solo el Danzonete, si no también otros géneros de la música cubana. En 1929 fue la elegida para cantar “Rompiendo la Rutina”, del músico José Manuel Aniceto Díaz, lo que la catapultó a la fama en el país.

Además de su éxito en este género, interpretó con maestría boleros como “Lágrimas Negras”, de Miguel Matamoros; y “Mujer Divina”, de Agustín Lara.

En 1938 formó su propia orquesta, marcando un hito en su carrera.

A lo largo de su vida, la cantante disfrutó de una intensa popularidad y tuvo la oportunidad de grabar discos con importantes firmas de alcance internacional.

La sección Bohemia Vieja recomienda la lectura de un trabajo que profundiza en su vida y carrera, escrito por Don Galaor (seudónimo del periodista, escritor y autor teatral Germinal Barral) y publicado en nuestras páginas en 1939.

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Paulina Álvarez, Emperatriz del Danzonete[1]

Publicado en edición no. 24; 16 de junio de 1989, página 21.

¿Quién no ha sentido, más de una vez, curiosidad por conocer a Paulina Álvarez? Cuantos la oyen por radio tienen que contestar afirmativamente esta pregunta, porque nunca se dio en la canción popular una voz que acaricie, aún en las notas más altas, con la melodiosa dulzura de la voz de Paulina. La primera vez que yo la oí, me pregunté: ¿Cómo será esta mujer? Y siempre que he querido oír danzonetes, no he podido aceptar otros que los cantados por ella. ¿Cómo será Paulina? Se repitió mi pregunta durante mucho tiempo. Y ahora BOHEMIA me da la oportunidad de saberlo y de decírselo a los miles de admiradores que se estarán haciendo la misma pregunta.

Señores: he ahí a Paulina Álvarez. Tal como va por la calle, tal como canta, y tal como vive. Ahora permítanme que les descubra todo eso que la lente no puede captar. Sus detalles biográficos más precisos.

—¿A qué edad comenzó usted a actuar como cantante?

—A. los nueve años de edad.

—¿Cómo profesional?

—No. En fiestas de las sociedades “Unión Fraternal”, “Centro Maceo” y otras, que me invitaban a participar en sus programas. En beneficios de estas sociedades celebrados en los teatros “Campoamor”, “Esmeralda” y “Martí”. Era yo muy niña, ha pasado mucho tiempo. Aquello no fue más que un prólogo de lo que había de venir después.

—Prólogo que recordará usted con cariño…

—Desde luego. Comprenda que a los nueve años las niñas solo piensan en muñecas y en juegos. Yo solo quería cantar. La vocación nació conmigo. El público me aplaudía cada vez que terminaba un número. Mi nombre comenzó a correr de boca en boca… ¡Estaba de Dios que yo fuera cantante!

—¿Y su primera actuación en la radio?

—Fue en la antigua estación 2-PC, de Ángel Bertematy. Sus micrófonos fueron los que transportaron por primera vez mi voz a través del éter.

—¿Y después?

—Después pasé a la CMCJ, donde actuaciones mías con la Orquesta Elegante. Un día me sorprendió Ruiz del Vizo, que era el administrador de la emisora mesturándome un centenar de cartas, en las que elogiaban mi voz. Al principio, no quería creerlo. Pero no tuve más remedio que convencerme. Allí estaban ante mis ojos aquellas cartas y otras muchas que siguieron llegando. Mi emoción no podría describírsela por mucho que quisiera. Es algo así como si de pronto despertáramos. Como si un velo tupido que nos cegara cayera de pronto. Comprendo ahora cómo puede entusiasmarse un artista que se sabe adueñado de la voluntad del público. De todas partes llegaban cartas y felicitaciones…

—¿La hizo cambiar de carácter la popularidad?

—No. Comprendo que no era para menos, pero el público nos observa más de lo que usted puede imaginarse. Y no perdona a los que se elevan no solamente en la consideración de sus devociones, sino que, aislándose, se muestran orgullosos, huidizos y descorteses. Yo le debo al público mi popularidad. Para él deben ser y son, mi cariño y mis entusiasmos. Aquella pequeña emisora fue como un surco donde, sembrada la semilla, había de germinar mi popularidad. Después, me proclamaron Emperatriz del danzonete, y aunque era muy joven, no me desagradó el título.

***

—¿Ha recibido usted proposiciones para salir de Cuba?

—Sí. Pero no me decidido a dejar a mi tierra. Me siento tan halagada aquí, el público me quiere tanto, que tengo miedo alejarme.

—¿Dónde nació usted, Paulina?

—En Cienfuegos…

Y por un momento habla de su patria chica. Recuerda con emoción su ciudad con sus calles derechitas, y sus tardes quemadas de sol, y su paisaje lejano donde palpita una vida que ella añora en medio de sus triunfos capitalinos.

Yo la traigo de nuevo a la interviú y le pregunto:

—¿Cuáles son las canciones que más le gusta cantar?

—Las canciones de corte fino—me dice como si esperase la pregunta—. “Atardecer”, de Conchita Vizoso; “Vereda Tropical”, “Déjame Llorar’’, “Consentida”, “Siempreviva”, “Dame tu último adiós” y “Como nunca olvidaré”. Esta última de Rosendo Ruiz. Todas estas canciones las canto con más emoción, porque las siento… Desde luego—aclara Paulina— hay otras que me gustan y que interpreto con entusiasmo, pero sería imposible decirlas todas.

—¿Y su autor favorito?

— ¡Ernesto Lecuona!

—¿Canta usted las canciones de Lecuona?

—No. Pero su música es tan agradable que me siento fascinada oyéndola: ¡No lo puedo evitar!…

—¿Cómo estudia usted sus números?

—Primero los repaso con la guitarra. Después con el pianista y por último, cuando ya los domino, se hacen los ensayos definitivos con la orquesta.

—¿Qué labor realiza usted con más gusto, además de la de cantar?

—La de contestar mi correspondencia. Yo no dejo de contestar una sola carta de mis amigos o admiradores. No le encomendaría esa tarea a nadie. Puede decir que es mi verdadera debilidad.

***

—Y, cómo es que siendo usted la Emperatriz del Danzonete, ¿no ha tenido orquesta hasta ahora?

—Fui siempre renuente a formar orquesta. Pero no me quedó más remedio. Los directores de los conjuntos para los cuales trabajé se portaban muy injustos, muy ingratos conmigo. Y opté por tener mi orquesta, que aunque con poco tiempo de constituida, ya goza de bastante popularidad.

—¿Qué espera usted, actualmente, con más entusiasmo?

—Dos fiestas que han de ser dos formidables eventos. La del 23 de este mes de febrero, y la del 19 de marzo. Dos verbenas que están siendo esperadas con inusitado interés, y en las cuales actuarán los conjuntos más populares de La Habana. De competir con ellos, me siento orgullosa. Porque será como la consagración de mi novel orquesta.

—Bueno, Paulina. Aquí termina mi interrogatorio. Ha sido usted muy amable… Buenas tardes…

—No, no se vaya todavía. He mandado a hacer café para usted.

Criolla, cien por cien. Criolla de Cienfuegos, Paulina cumple con la tradicional invitación, y nos ofrece café a Vales y a mí.

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[1] Publicada en la edición no. 7; 12 de febrero de 1939, páginas 32-34; 44, 48.

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