Valoraciones sobre la edición 45 del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano que colocó vidas intensas, urgencias, emociones en las pantallas grandes y el medio televisual
Explicar cómo funcionan en el alma y la conciencia los múltiples enigmas del arte es un propósito de muy alto riesgo. ¿Lo asumieron guionistas, directores y equipos creativos en las puestas cinematográficas presentadas en La Habana durante la edición 45 del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano? De alguna manera, ambas motivaciones activaron ideas, pensamientos e indagaciones en quienes reconocen en las cinematografías y los audiovisuales medios de comunicación fundamentales para llegar a las profundidades individuales y colectivas.
Debemos pensar en las interrogantes lanzadas al espectador mediante filmes, documentales, animados, cortos, atendiendo a las complejidades de mundos donde coinciden múltiples identidades, desafíos, colonizaciones, actos violentos, invasiones de territorios, agresiones patentes y silencios desafiantes plagados de urgencias poco escuchadas; entre ellas, la necesidad del amor, el batallar continuo por la sobrevivencia, la solidaridad, el hacer el bien a todo costo.
Estos temas devenidos conflictos al ser recreados dramatúrgicamente fueron abordados a partir de investigaciones en países de América Latina y otras latitudes, lo cual evidencia que hoy el artista del cine y del audiovisual recurre a sí mismo y al exterior para la conformación de prácticas democráticas y culturales vistas con la visión de integrar saberes, fortalezas, diversidades y comunidades sin abandonar nunca las iniciativas de comunicación emancipatorias, lo singular, lo autóctono.
Antes, quizás pensábamos en la totalidad del cine realizado en Argentina, Brasil o Chile. Este Festival de La Habana hizo meditar en títulos, directores, estéticas y relatos. Lo patentizaron El ladrón de perros del boliviano Vinko Tomicic; Pepe, dirigida por el dominicano Nelson Carlo de los Santos y El Jockey, del argentino Luis Ortega. Cada una de estas propuestas acude a las memorias vivenciales o históricas para que leamos el presente. Emergen en palabras y visualidades, confidencias íntimas, observaciones desde el saber ver mirar en derredor buscando al otro ser humano, el derecho a la justicia social, las revelaciones de oprobios, violencias, la existencia del fascismo y de las angustias personales.
Fueron oportunas las proyecciones en la TV de películas premiadas en citas anteriores. Desde 1979 la cita de La Habana ha sido una plaza de resistencia contra la invisibilización del continente; el puente imprescindible de cercanía sin límites de idiomas y fronteras.
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Al recordarlo, el cineasta cubano Manuel Pérez Paredes expresó a BOHEMIA en fecha reciente: “Tenemos que estar unidos, vivos, conocer de dónde venimos, quienes somos, hacia donde vamos, las raíces, lo nuevo, lo desconocido. Encontrarnos y reencontrarnos en el abrazo forjado durante el quehacer y los descubrimientos perennes.”
Es uno de los fundadores del Icaic, reconocido con el Premio Nacional de Cine 2013, eterno batallador de notable sensibilidad artística.
Como él, figuras destacadas participantes en el Festival reclamaron profundizar en las historias no desde la mirada impresionista sino a partir del análisis y de la argumentación. Estas esencias lideraron en foros, intercambios y diálogos. Diferentes espacios institucionales dieron fe de la vigencia del razonamiento y la creatividad cuando se decide hacer arte. Escuchar vivencias, angustias, demandas, abre nuevos caminos para mostrar la construcción de lo real-otro creíble, verdadero, motivador. Ser conscientes de las complejidades existenciales en cualquier lugar del planeta propicia nutrir enfoques renovadores; nunca homogéneos o complacientes.
Los 45 años del Festival de La Habana lo demuestran: el aprendizaje jamás termina. Se evidenciaron en las pantallas búsquedas y transgresiones. Emplazamientos de las cámaras realzan la intencionalidad psicológica y revelan profundas obsesiones, entre ellas, seguir hablando de mitos, aspiraciones inmanentes del yo y del nosotros.
Asimismo, trascendió en varias muestras que el cine removedor de la tradición patriarcal es realizado por mujeres. No siempre esta reflexión se interioriza al discutir sobre contenidos de notable repercusión social y cultural. Trasladar vidas auténticas al cine requiere defender la ilusión de verdad, aunque lo descrito o imaginado nunca haya ocurrido, pero puede suceder; esta posibilidad alerta, hay que atenderla, desplegar textos plenos de sugerencias y audacia cautivarán a las mayorías sin distinciones de edades o sexos, la cuestión es nutrir el intelecto y la espiritualidad.
De ningún modo cerremos las cortinas del Festival. Aún queda mucho por analizar sobre lenguajes, situaciones límites y rutas a seguir en el cine y el audiovisual. De una vez no es preciso verlo todo; apenas adelantamos algunos pasos, seguiremos meditando sobre lo visto y lo pendiente por hacer.